Robinson Crusoe y los cronistas de Indias
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Robinson Crusoe y los cronistas de Indias

Desde su publicación en 1719 hasta hoy, a Robinson Crusoe se le venera y se le consulta con fervorosa fidelidad. Y es que se trata de un libro al que…


Robinson Crusoe y los cronistas de Indias | El Imparcial de Oaxaca

Desde su publicación en 1719 hasta hoy, a Robinson Crusoe se le venera y se le consulta con fervorosa fidelidad. Y es que se trata de un libro al que no se puede traicionar, pues su transparencia crea un incorruptible vínculo de confianza con el lector. Entre líneas, la novela revela algunos ángulos del pensamiento europeo colonialista del siglo XVIII. La cantidad de detalles de “ambientación” nos hablan de una tremenda captación documental por parte de Daniel Defoe: las opiniones que el protagonista se forma acerca del clima, la geografía o la naturaleza de los indios taínos están nutridas por numerosas fuentes, entre las que se encuentran las crónicas de Indias.

La relación de Defoe con los cronistas no es simple: con Fernández de Oviedo existen semejanzas sustanciales en la concepción histórica, pues los dos son providencialistas por interpretan la condición de América asociada al pecado, la adoración del Demonio y el olvido de Dios. En varios pasajes de Robinson Crusoe, sobre todo aquellos en los que presencia rituales caníbales, el protagonista reacciona preguntándose “cómo pudo Dios dejar caer a alguna de sus criaturas hasta semejante grado de inhumanidad”. Es decir, las costumbres bárbaras han distanciado a los indios de la recta naturaleza con la que fueron creados y, en consecuencia, han permanecido en un rango inferior al del europeo, puesto que lo definitivo para alcanzar plenitud racional es el conocimiento de la verdad que predica el cristianismo.

Oviedo y Defoe no dudan de la humanidad de los indios; las escasas facultades que les atribuyen no son ontológicas sino accidentales; por lo tanto, superables. Puesto que la actitud del héroe hacia Viernes, su sirviente, es de empatía, el Robinson Crusoe parece concluir que la recta educación cristiana corrige las deformidades de las costumbres bárbaras. Otra afinidad relacionada al providencialismo, es que ambos reflexionan que una culpa tan grande como la de los indios espera una expiación proporcional ejecutada por intervención divina. Al respecto, Robinson expresa: “Me dije que si a Dios le parecía justo, Él mismo tomaría la venganza en sus manos y castigaría en conjunto a aquellas gentes, como a una nación, por sus crímenes nefandos”.

Por otra parte, el eje dramático de muchas crónicas está en la exaltación de las proezas de los conquistadores en batalla. En La conquista de México, de López de Gómara, el retrato de Hernán Cortés es complejo dada la pretensión del cronista por caracterizar plenamente a los personajes, con bondades y defectos, dentro de la mayor sobriedad posible y de acuerdo con el papel decisivo que las grandes individualidades juegan en la historia. También Defoe atribuye a su héroe cualidades típicamente marciales como valor, arrojo y gloria; en ambos casos, pese a estar continuamente en circunstancias inconvenientes, como el de la inferioridad numérica, Cortés y Robinson siempre consiguen alzarse con la victoria.

No es un secreto que el argumento de Robinson Crusoe esté inspirado en Alexander Selkirk, marinero escocés que naufragó en una isla cercana a las costas chilenas donde permaneció más de cuatro años, y en el español Pedro Serrano. Las fuentes y los usos de las mismas varían; posiblemente en los Comentarios reales de Garcilaso de la Vega, Defoe se enteró de los pormenores del naufragio de Serrano en las islas de San Andrés, así como de los detalles del naufragio de Selkirk en entrevistas que mantuvo con él luego de su rescate. Las fuentes abarcan a un cronista tan relevante como Bartolomé de Las Casas, a quien cita en la novela como el portavoz de la llamada leyenda negra de la Conquista. Su influencia puede notarse en la opinión de que “aquellos salvajes no eran más asesinos que aquellos cristianos que frecuentemente sentencian a muerte prisioneros apresados; o aquellos otros que pasan a cuchillo batallones enteros sin querer darles cuartel a pesar de haber rendido las armas”.