Noche de Rábanos, tradición que pasó de la fe al turismo
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Arte y Cultura

Noche de Rábanos, tradición que pasó de la fe al turismo

En poco más de un siglo, las huertas y la creatividad de los hortelanos se desvincularon de la vigilia de Navidad para transformarse en concurso de proyección turística


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Hasta hace poco más de un siglo, la Plaza de la Constitución (zócalo) reunía a los productores o vendedores de los ingredientes para la cena de la vigilia de la Navidad. Desde hace unas décadas y en la actualidad, Oaxaca de Juárez ha cambiado aquellos puestos por otros: ya no se expenden hortalizas, sino se muestran figuras creadas con tubérculos, hojas y flores para el concurso de la Noche de Rábanos. Aquel certamen que se basó en la creatividad de los hortelanos y la vendimia ligados a una tradición católica, y que ahora se vincula con la promoción turística.

“La Noche de Rábanos ha trascendido fuera de nuestras fronteras”. José Demetrio Quiroz Alcántara, habitante de una colonia cercana al Centro Histórico de la ciudad dice que es un fenómeno muy interesante, que ha cambiado de participantes y objetivos.

“Desde las 6 o 7 de la tarde llegaban (productores de los barrios) de la Trinidad de las Huertas, de Consolación, de Rancho Quemado, que era parte de Xochimilco, del barrio de la Defensa, de otras huertas que estaban entre la Central de Abastos y la estación del Ferrocarril. También venían los de San Juan Chapultepec y de San Martín Mexicápam. Y toda esa gente llegaba a vender lechuga, col, rábanos, zanahorias, cebollas… para la vigilia de la Navidad”.

Del barrio de la Trinidad de las Huertas, el residente Miguel Martínez cuenta que aunque esa zona se caracterizaba por sus rábanos, también se producían otras verduras, así como frutas y flores.

“Era la zona que aportaba mucho para la ciudad de Oaxaca para la comida, principalmente en esta época de Navidad y Año Nuevo”. Y que para vender, los productores creaban figuras que servían como centros de mesa para la cena del 24. Aunque la creación de las figuras, según señala Martínez, surgió en el barrio y se mantuvo cuando los hortelanos comenzaron a vender sus rábanos en la Plaza de la Constitución.

“Alguien, viendo que había gente de las comunidades que para vender más rápido sus rábanos, zanahorias y calabacitas hacía flores con ellas y las ponían en los puestos. Un presidente municipal, de apellido Vasconcelos, decidió hacer un concurso entre los hortelanos para fomentar la creatividad de estos”, reflexiona Quiroz Alcántara, quien fue miembro fundador del Comité de Autenticidad de las fiestas de los Lunes del Cerro.

Este 23 de diciembre, el concurso llega a su edición 122. Con diversos cambios, la tradición basada en la creatividad de los hortelanos ha sumado otros certámenes (de figuras con flor inmortal, desde 1940; y de creaciones con totomoxtle, en 1960). También, una nueva categoría en 2019, la de figuras de rábanos artísticas, inclinadas al arte contemporáneo.

Y ahora, quienes participan ya no sólo son los hortelanos. “Ahora son miembros de talleres de artistas, aprendices de artistas, gente que no tiene nada que ver con la producción de los alimentos en Oaxaca, que prácticamente eran del barrio de la Trinidad de las Huertas el que surtía a la ciudad”, señala Quiroz Alcántara. El residente de unos 56 años de edad recuerda que en su niñez incluso le tocó ir a esas huertas junto a su padre para comprar tales verduras, para llevarlas “de la tierra a tu canasto”.

Ahí estaban los hortelanos: “esos hombres de Oaxaca sin camisa, con calzón de manta enrollado hasta la rodilla y con su ceñidor rojo, su mandil de cuero, generalmente descalzos y con un cántaro de hojalata regando” los sembradíos.

Para Jorge Bueno Sánchez, cronista de Oaxaca de Juárez, este cambio en la autoría de las creaciones del concurso está relacionado con las transformaciones del barrio y de la ciudad. De las pocas decenas de miles de habitantes (35 mil, en 1900) que tenía Oaxaca de Juárez hace poco más de un siglo ha llegado a más de 255 mil (2010).

Es hacia los años 80 del siglo pasado cuando desaparecen las huertas de aquel barrio, como expone Quiroz. Los terrenos se comenzaron a vender para la construcción de casas, pues “a la gente ya no le redituaba sembrar hortalizas”.

Aunque debido al crecimiento de la población, para entonces el barrio tampoco contaba con la capacidad de satisfacer la demanda de alimentos de la ciudad, como considera Jorge Bueno Sánchez. Y, sin embargo, ahora los tubérculos ya no se siembran para destinarlos al consumo humano.

En El Tequio, los 9 mil metros cuadrados de campos y los casi 100 mil pesos se invirtieron para obtener una cosecha de al menos 17 toneladas de estos tubérculos, destinados para el certamen que reúne piezas hechas con flor inmortal y totomoxtle.

“Y a ver qué más le inventamos”, dice Quiroz, quien si bien recuerda que antes las visitas a los puestos de estas figuras era a partir de las 19 horas, esta ha comenzado desde las 14 o las 15 horas. Además de que quienes más asisten son los turistas, pues los oaxaqueños ya no están dispuestos a hacer fila por horas para ver lo que ya conocen, los temas recurrentes que identifica José Demetrio: las apariciones de la Virgen de Guadalupe, la de la Soledad, el Pedimento de Juquila, el Nacimiento del Niño Dios, la Cabalgata de los Reyes Magos, Benito Juárez con sus borreguitos en la laguna de Guelatao, entre otros.

Para Miguel Martínez, a ese desinterés se suma el desconocimiento de las raíces de su ciudad y estado.

 

DE FIGURAS Y CENAS

Al tratarse de una tradición ligada a la fe religiosa, las figuras de rábanos se creaban para impulsar la venta, pero también para decorar las mesas donde se servían los alimentos. Y por ello no sólo los hortelanos daban forma a los tubérculos. En los hogares, “las tías o las nanas que se habían dedicado a cuidar a los niños de las familias se la pasaban haciendo primores con el rábano, la zanahoria y la calabacita para adornar las ensaladas de la Navidad”, cuenta José Demetrio Quiroz.

En cuanto a alimentos, se consumían además de las verduras el pescado: usualmente lisa seca del Istmo o bobo salado que traían de la Sierra Norte. “Ya quienes tenían más recursos comían el bacalao a la Vizcaína o platillos más refinados”.

El cronista de la ciudad recuerda que no sólo las lisas se capeaban para su consumo, también algunas verduras. “Todo esto constituía una dieta extraordinaria” que con el tiempo se comenzó a acompañar de bebidas como sidra y refrescos de cola.


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