Posadas: de la fe a la costumbre, y al olvido
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Posadas: de la fe a la costumbre, y al olvido

Lo que comenzó como un recurso evangelizador en la entonces Nueva España pasó a uno de unión entre vecinos, pero que también se ha perdido entre los cambios de la sociedad


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“Las posadas son una creación eminentemente novohispana” y un “acto de evangelización”. José Demetrio Alcántara explica que fueron los frailes de la orden de San Agustín (en el convento de Acolman, Hidalgo) los responsables de éstas y de la creación de la piñata, el elemento principal de la conmemoración católica.

“Ellos, de alguna manera, tenían que hacerle entender a los indígenas el significado de la fe, y la fe en la iconografía católica se representa como una persona con los ojos vendados. La persona que va a romper la piñata es el devoto cristiano que tiene fe y lo que trata de destruir en la piñata son los siete pecados capitales, que se representan con los siete picos”, ahonda el oaxaqueño que lleva 50 años participando en los festejos del Templo del Carmen Alto (ciudad de Oaxaca) y fue fundador del Comité de Autenticidad de las fiestas de los Lunes del Cerro.

 

SON NATIVAS DE LA NUEVA ESPAÑA

No hay posadas en otra parte de Latinoamérica, son nativas de la Nueva España, de lo que ahora es territorio nacional de México. Éstas se realizan en nueve días o jornadas de reflexión (del 16 al 24 de diciembre), que representan los nueve meses del embarazo de la Virgen María, quien “a pesar de que era la madre del creador tuvo que comportarse humildemente y solicitar posada”, ahonda Quiroz en torno a la serie de celebraciones que terminan en la Noche Buena o la noche de la Natividad, “que abreviado decimos Navidad”.

En la ciudad de Oaxaca, donde José Demetrio nació y ha habitado por más de 50 años, estas posadas han sobrevivido, aunque con diversos cambios a lo largo de más de 400 años del inicio de éstas en la entonces Nueva España.

“En un primer momento, se hacen en los conventos, después en los templos y capillas. Posteriormente, me imagino que en los periodos de persecución, comienzan a hacerse en las casas”.

 

LAS POSADAS EN OAXACA

En Oaxaca, como en los años 60, el vecino de la ahora colonia Guelaguetza recuerda que se realizaban en las casonas de antaño, las que se alquilaban como cuartos o departamentos y donde vivían seis, siete u ocho familias. Éstas se ponían de acuerdo para hacer, cada noche, una posada. Lo mismo pasaba en los vecindarios que albergaban hasta 20 familias.

“Era muy bonito porque en un primer momento se iba a la posada del templo del barrio”, como el de Las Nieves, donde las cantoras entonaban los cantos al interior del cancel, mientras que los asistentes recitaban desde el exterior. Al concluir, los niños se formaban para conseguir los aguinaldos (en forma de canastitas de cartoncillo o envoltorios de papel de china con estambre y rellenos de cacahuates, colación confitada, galletas de animalitos con betún glaseado y un silbato de hojalata). De ahí corrían a la posada de otro templo y luego a la de la vecindad. “Si bien nos iba, hasta tres posadas disfrutábamos en una noche”.

En la vecindad, la dinámica era similar con su rosario y petición de posada, recuerda quien también integró la Asociación Folclórica Oaxaqueña. De esas memorias rescata las piñatas hechas con ollas desgastadas o quebradas, y con las que los niños se encargaban de forrar con papel periódico y engrudo. Además de amenizar la velada con música en un tocadiscos de bulbos.

Se trata de tiempos en los que las celebraciones tuvieron gran auge, con vecinas que coordinaban las posadas en colonias como la Figueroa o la Guelaguetza, y en donde los cantos hasta se efectuaban en latín.

 

LOS PRIMEROS CAMBIOS

“Ya en los 70, no sé si por influencia de las radiodifusoras o de algunas instituciones escolares que no les daba tiempo hacer las posadas, se comenzaron a hacer las pre posadas. Y eso fue cambiando el sentido de la festividad. Con la influencia de las radiodifusoras, se hicieron posadas, pero nombrando madrinas a personas de las colonias y llevando un conjunto musical de pegue en ese momento”.

Para entonces, la gente ya no acudía por el rezo del rosario o la meditación de los peregrinos, pues según quien tuviera el mayor número de madrinas era la colonia, barrio o privada beneficiada con el baile.

 

SE DESVIRTUA EL SENTIDO

“Es cuando se comienza a pervertir el sentido de las posadas” y se cambia el sentido religioso que en la fe católica evoca el viaje emprendido por la Virgen María y su esposo José hacia Belén. Pero a estos cambios vendrían otros, tanto en los aguinaldos, en las formas y materiales de las piñatas o en la convivencia que para los adultos tenía como eje el baile o las bebidas alcohólicas.

“En la actualidad prácticamente es una fiesta, ya no hay rezo ni petición de posada” señala José. Las posadas de barrio, reconoce, incluso han dejado de hacerse en la ciudad, trasladándose a las “periferias”; y en caso de permanecer en los templos, acuden muy pocos niños.

 

BAJA LA TRADICIÓN

Esto ha ocurrido con la desaparición de las vecindades en el centro de la considerada ciudad patrimonio, en los años 90, donde se concentraba el grueso de sus habitantes y que ahora tiene a unos pocos residentes en calles plagadas de hoteles, bares, museos, escuelas, galerías, oficinas gubernamentales y otros tipos de comercios, negocios o instituciones.

Templos como San Juan de Dios, San Matías Jalatlaco o la Catedral Metropolitana son algunos de los que desarrollan posadas, según han confirmado sus feligreses, pero como cuenta José Demetrio, “ya no es mucha la gente que asiste”. De los tantos asistentes que no cabían en La Merced, ahora no hay ninguno, pues esta parroquia está cerrada, lo mismo que la del Patrocinio. En el Templo de Guadalupe, que recién abrió, aún no se sabe si habrá.

En tanto en el Carmen Alto, aún se confiaba en tener a voluntarios para hacer las posadas, pues sólo se habían confirmado unas cinco.

“En la colonia (Guelaguetza) se van a hacer las posadas, como se ha hecho desde hace 40 años”, aunque tras varios años con dificultades para completarlas. “En la Sabino Crespo, Montoya o Dolores, la gente está un poco más unida, permanece en sus hogares, hay más identificación con el vecindario y se da la convivencia”.

En el centro de la ciudad, en cambio, son una “tradición que tiende a desaparecer”.


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