Max Sanz: El arte como lenguaje y circunstancia
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Arte y Cultura

Max Sanz: El arte como lenguaje y circunstancia

En este mes, el artista expuso la serie Los brujos (inspirada en una obra de Goya), en el Senado de la República


Max Sanz (La Natividad, Oaxaca, 1992) se dedica a la pintura desde hace nueve años, aproximadamente. Pero su acercamiento a las artes se da desde la niñez, y de forma circunstancial; primero a los seis años (en 1998), cuando conoce al entonces gobernador del estado, José Murat. Es él, quien al ver su habilidad para crear figuras con plastilina le anima a tomar talleres de arte, lo cual hace por algunos años, mientras dura el periodo del funcionario. Más tarde, a los 13 años, y por un padecimiento, Max se involucra en la escultura, como una actividad que le sirve de terapia.

Aquel adolescente que con 13 años ingresa al taller de artes plásticas Rufino Tamayo (entonces dirigido por Juan Alcázar) y conoce ahí al escultor Marco Palma, señala que todo se fue dando de forma natural, en el momento justo. Y así de justo es como ve sus exposiciones, presentadas en México y en el extranjero (en países como Francia, España y Estados Unidos).

“Yo no me imaginaba que quería ser pintor, estaba ahí porque no quería estar triste por lo que estaba pasando”, rememora Max, quien del 18 al 22 de junio compartió su serie más reciente, Los brujos, en el Patio del Federalismo, del Senado de la República (Ciudad de México).

Inspirada en Vuelo de brujas, obra del artista español Francisco de Goya, Max decidió abordar en estas obras un tema que conecta con México: la creencia y existencia de personas y seres ligados a las cuestiones místicas y rituales.

Para ello empleó colores oscuros, de tal forma que las piezas remiten al contexto que atraviesa el país, a un “momento de caos a nivel nacional”, en donde Max nota la carencia de estabilidad, pues “todo es muy volátil”. Esta participación se concreta con el apoyo del senador Daniel Ávila Ruiz, de Yucatán, explica el artista que en agosto próximo vuelve a la Ciudad de México, pero ahora con un mural que realizará en el Instituto Nacional de Pediatría.

A sus 26 años, vuelve la mirada a sus inicios en las artes, al camino recorrido como estudiante y ayudante de Marco Palma, a su encuentro con el trabajo de Francisco Toledo, Sergio Hernández y Alejandro Santiago (mientras se desempeñaba como asistente en el taller de gráfica de Fernando Sandoval). Max Sanz, quien lo mismo ha usado la pintura para recrear temas personales que intereses vinculados a la historia y las guerras, recuerda también las enseñanzas del inglés Barry Head y la artista mexicana María José Lavín.

Hoy, el formado en el Centro de Educación Artística (Cedart) Miguel Cabrera y en el Universitario Bauhaus (Puebla) habla de la evolución de su arte, de los seres que le han acompañado en este camino, de la búsqueda de un lenguaje propio para la permanencia, del mercado y de la necesidad porque la plástica oaxaqueña mantenga su identidad.

UNA GENERACIÓN DE ARTISTAS EMPRESARIALES
Antecedidos por generaciones vinculadas con la bohemia y otras circunstancias, Max Sanz considera que los artistas actuales pertenecen y se desenvuelven en una generación estrechamente relacionada con el ámbito empresarial. Quizá esa idea genere controversia, expone, pero se basa en las necesidades que han orillado a os creadores a saber de temas como administración y contabilidad, y el cómo promoverse.

Y si bien el mercado es esencial en este aspecto, lo es también reconocer que “el arte por el arte seguirá siendo arte porque es un medio de expresión universal”, refiere. “Pero en un término más práctico es un medio de cómo generar un ingreso”, por lo que subraya la importancia de compaginar ambas partes: “tu parte como artista y la práctica, de cómo vender tu obra”.

EL LENGUAJE Y LA PERMANENCIA
Max Sanz dice que aunque un artista comienza a desarrollar su trabajo con influencias de otros autores, cada quien trabaja hasta tener un lenguaje propio, pero eso sólo se consigue a partir de una disciplina, de la constancia. En su caso, que inició con varias referencias a la pintura de Sergio Hernández, logró desprenderse poco a poco, “al grado que ahorita estoy en la búsqueda de nuevas representaciones”.

“Creo que eso es fundamental en todo artista la parte comercial, pero también en esta búsqueda tener tu propio lenguaje porque al final del día es lo único que te va a garantizar la permanencia o la distinción entre tantos artistas que hay en Oaxaca”.

Nacido en un estado cuya plástica ha dado lugar a personajes como Rufino Tamayo, Rodolfo Nieto, Rodolfo Morales y Francisco Toledo, lo fundamental es mantener la identidad cultural de Oaxaca, pues se trata de una labor que le ha costado a estos exponentes, explica Max.

“Creo que en esta apertura de nuevos lenguajes se puede tener la misma línea, con otros modos de representación, pero sí es fundamental seguir teniendo esta identidad porque lo único que nos salva de otros estados, de otros países, es nuestra identidad muy consolidada”.

Al hablar de esa identidad, Max destaca el color que viene desde otras creaciones como los textiles o incluso de algo cotidiano como la comida y los mercados.

Sin embargo, aclara, “eso no quiere decir que sigas haciendo mujeres tehuanas volando por los cielos de Oaxaca. Puedes hacer otro tipo de arte, uno como lo hace Demián Flores”.

El trabajo de Max Sanz se ha volcado más sobre la pintura, aunque ha experimentado con la cerámica (que se vio en su serie El último acto, expuesta en 2015) y la escultura (como se aprecia en su participación en la iniciativa Ruta Escultórica, en este año).

Si de hacer una valoración sobre su trabajo se tratara, Max dice que lo vería como “un cambio muy padre”, en el que ha encontrado mucha felicidad, en el que sus estados de ánimo y él mismo viven en forma de un elefante que se transforma en cada serie, para no caer en una zona de confort.