Gilma Luque: de la autobiografía a la ficción
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Arte y Cultura

Gilma Luque: de la autobiografía a la ficción

Como los recuerdos que se reconstruyen, la autora de Obra Negra considera que su trabajo es “encontrar formas nuevas de decir lo mismo”


Cualquier parecido con la realidad ha sido traicionado por la memoria. Con esa advertencia, Gilma Luque (Ciudad de México, 1977) comienza una novela que parte de la autobiografía para convertirse en ficción (o autoficción). Al igual que en una película “basada en hechos reales”, la autora recurre a los recuerdos para presentar un pasado muy nítido, y mostrar cuan relativos son la memoria, la felicidad o la huida. Y como una casa que por casi 20 años está en obra negra, para decir que la identidad y la vida misma son algo en permanente construcción.

Con su cuarta novela, la autora de Hombre de poca fe (2010), Mar de la memoria (2013) y Los días de Ema (2016) ajusta cuentas con el pasado: aquel que se teje en la ilusión por tener, al fin, una casa terminada, o en la esperanza porque la madre enferma de esclerosis no muera.

En el inicio, fue un ejercicio personal; después, la escritura de una novela para rescatar los aspectos literarios de esa parte de la vida que no está más, pero que revive cada vez que se acude a la infancia, a la adolescencia u otro etapa transcurrida.

“Se volvió un trabajo más bien intelectual que emocional”, dice Gilma sobre este libro en que expió fantasmas, primero en apuntes sin pretensiones literarias.

Un ajuste cuentas, ¿en qué momento crees que ocurrió?

Creo que esta primera parte que menciono (las páginas iniciales), que es la curativa, pero que no es la del trabajo literario. En el momento en que decidí contarlo como una novela, tomé decisiones, una de ellas el narrador, que es una chica, que podría ser yo, pero en ese ejercicio literario no le puse nombre, como para alejar de Gilma Luque al personaje, y que fuera como alguien más. En ese momento empecé a ficcionar mucho.

Esa decisión da pie a que el lector tome un lugar en la historia…

En Oaxaca, estado con unos niños, pensaron que la idea de que mi personaje no tuviera nombre era justamente para que pudieran sentirse identificadas otras personas. Yo no necesariamente lo pensé así, pero creo que así es la literatura, cuando uno lee un libro está viviendo la parte del protagónico o de los demás personajes; tomas la situación un tanto como tuya mientras dura la lectura y la idea es un descubrimiento. No necesariamente que uno lo disfrute, pero toma conciencia de algunas cosas en la vida.

Pones a la memoria en tela de juicio cuando planteas que lo vivido quizá no fue de esa manera

Pensaba justamente que cada vez que uno recuerda, el recuerdo se mueve. Dependiendo de la edad que tienes, el momento en que estés o la situación sentimental, la manera de rememorar va cambiando, depende de la nostalgia y de la melancolía o la intención. Y también siento que en la memoria estamos todo el tiempo ficcionando porque tenemos que llenar huecos de lo que no recordamos o no podemos recordar por completo.

La felicidad es otra de las ideas que retomas y que la novela invita a ver como relativa

En general, creo que cualquier cosa que pensamos en un momento de la vida podríamos pensarlo distinto en otro. Y creo que a veces tenemos lugares muy comunes acerca de las emociones, que podrían ser más vastas, que la felicidad también la pensamos como algo demasiado puro, pero está también llena de otras emociones que la acompañan.

El título de la novela lo aplicas a otras ideas, no sólo a una casa, ¿con qué otros aspectos lo relacionas?

Creo que la obra negra está en la literatura en general, en mi literatura, en mí como escritora; podría ser también en la personalidad, en la forma de ser del mundo. En la novela, en específico, la obra negra estaba en la construcción no solamente de la casa, también de la familia, de la enfermedad como una obra negra, en el sentido de que se está construyendo algo. Como decía Heidegger (Martin Heidegger), que somos seres para la muerte, pensaba que es una idea similar; la enfermedad es nada más completar la forma última. Al final, el título que fue lo último que decidí, hizo que quedara como muy redonda la idea que estaba pretendiendo.

¿Y cómo lo piensas tomando en cuenta tus novelas previas?

Creo que no solamente los escritores, sino las personas, tenemos obsesiones y algunos temas que no necesariamente tuvimos que vivir o nos tuvieron que traumatizar, pero los estamos pensando constantemente. En mi caso, puede ser que sea el haber vivido ciertas cosas y otro tanto que nada más llamen mi atención, como la idea de las enfermedades o la idea del amor, porque quisiera creer que no todo es tan terrible en la novela, que no todo es triste, que la felicidad sucede cuando tenga que suceder. Tengo obsesiones y seguramente seguiré escribiéndolas, y mi trabajo como escritora sería encontrar formas nuevas de decir lo mismo.

¿Cómo en el caso de la huida, que se plantea varias veces la protagonista?

La huida como una idea que se repite en la novela, y creo que en muchas otras que escribo, como tener que estar en un lugar… (Ella) no está huyendo de la enfermedad como una responsabilidad, que sí la tiene el personaje; está huyendo del dolor, del no poder ver a su madre enferma. Le parece difícil, quiere estar lejos del dolor (…) En esos momentos en que hay una distancia física, donde la geografía no puede mentir, hay muchos kilómetros que la separan de su madre y ella no puede abandonar la idea de que su madre está muriendo en algún lugar.

Luego de ese ajuste de cuentas, ¿cómo te ha ido con Obra Negra?

Esta novela me ha sorprendido mucho, he encontrado muchos lectores que no suponía, personas que la leen de una forma que no era mi intención escribirla, pero también quería escribirla. He encontrado lectores que me han sorprendido al decir que la leyeron exactamente lo que escribí.