Sergio González Rodríguez : Amigas, los encuentros que nunca pasaron
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Arte y Cultura

Sergio González Rodríguez : Amigas, los encuentros que nunca pasaron

Es libro póstumo que tiene como centro el encuentro de sus desencuentros, la narrativa de cómo pasó todo aquello que nunca pasó


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Después de esposa, lo peor en que un hombre puede convertir a una mujer es en amiga. Cuando una mujer es tu amiga te entregará todo aquello que posee, excepto lo que deseas. Ser el amigo de una mujer es ser Eva que nunca podrá tocar la manzana del árbol prohibido. El escritor Sergio González Rodríguez lo sabía, su sino no era el del amigo, ser amigo no es problema, su mantra era la de “ser amigo de una mujer” y así lo cuenta en Amigas, los años noventa fueron mejores, un libro póstumo que tiene como centro el encuentro de sus desencuentros, la narrativa de cómo pasó todo aquello que nunca pasó.

Una aclaración temprana. La fealdad, aunque es la guarida donde recae la mayor parte de los hombres que son amigos, es una cueva de donde todo valiente puede salir.

Sergio González era un hombre feo. El conocimiento de su condición fue expuesto con una frase reveladora y temprana:

—Tú eres feo —así lo espetó “sin que viniera al caso” una joven vecina a los 12 años.
Décadas después, el escritor sabría que responder ante la afrenta. Su descripción, “más que en la fealdad, incurro en esa categoría salvadora que se llama lo interesante”.

“Como ciudadano interesante me he paseado por todas partes en plena ostentación de mi estado fisionómico. Y tengo claro que una de las experiencias más desconcertantes que se puede vivir es el choque de uno con la belleza”. Traducción, un hombre interesante puede darse el lujo de pasear en la calle y asustar mujeres hermosas que nunca se darán el tiempo de saber cuán interesante es el sujeto.

“En estas páginas hay un Sergio luminoso, irónico, humorístico, que va contra sí mismo inclusive, el retrato autorretrato que sale de Amigas, los años noventa fueron mejores no es el más halagüeño para un hombre porque está en una diatriba permanente con las mujeres que lo rodean, el libro es una puerta de entrada a la obra de Sergio, quien lo lea va a querer leer otros libros como El centauro en el paisaje o Teoría novelada de mí mismo, que son libros que exigen más al lector”, afirma Montiel.

Ser amigo representa además que en la escritura la imaginación o la ficción siempre ganan terreno a los hechos. González reconoce además como la amistad es una fuerza que impulsan las mujeres para extender su control y perpetuarse a pesar de que los años hayan pasado y ellas ya no estén presentes. Un hombre puede olvidar a una amante, pero siempre recordará a aquella mujer que nunca tuvo.

Amigas es la recopilación de los escritos que el autor publicó semanalmente en el diario Reforma. “Es un mural, un gran fresco de la Ciudad de México en los años 90, visto a través de los ojos de distintas mujeres que ganaron los afectos de Sergio”, explica Mauricio Montiel Figueiras, quien colaboró con González en diversos proyectos editoriales culturales.

Montiel describe la amistad que era capaz de generar el autor de Amigas con una frase de Roberto Bolaño: “Con Sergio González Rodríguez yo me iría a la guerra, yo también suscribo esa frase”.

UN PERSONAJE INCÓMODO

González Rodríguez también cuenta en su repertorio de galardones con el título de “intelectual incómodo” con la ganancia de participar en dos círculos de la actividad cultural: las artes y la política. En el diario El País el escritor Élmer Mendoza recordó a la muerte de González lo que significó la investigación sobre las muertas de Juárez.

“Sergio señaló sin ambages los condicionamientos judiciales y el grave vicio de los canallas de desvirtuar la palabra. Huesos en el desierto dio un giro al lenguaje con que se contaba un genocidio mexicano cruel e insoportable y lo sacó de lomas de Poleo. Únicas lomas en el mundo sin paisaje. Además, puso a las muertas de Juárez en la solapa de los gobernantes para que las pudieran ver todos los días y pensaran dos veces antes de hacer declaraciones estúpidas y donaltrompianas. Esas muertas aún claman justicia”.

González Rodríguez acuñó también el título de incómodo con su crítica a la política cultural defendida en el país.

En los mismos 90, criticó la facilidad con que los criterios mercantiles ganaban sobre los artísticos y se ganó entonces la enemistad del periodista Jorge Zepeda Patterson, director entonces del periódico Siglo XXI, quien canceló el suplemento cultural Nostromo.

“Puso el dedo en la llaga que estamos viendo desarrollarse en México y fue el pionero en llamar la atención sobre esos temas. Sabemos que el intelectual mexicano tiende a ser un personaje sumamente acomodaticio, Sergio era un personaje incómodo, la incomodidad que provocaban sus textos, una columna política o cultural, lo marcan como un escritor que estaba cuestionando siempre el sistema”, señala Montiel.

EL HUMOR DE UN HOMBRE FEO

Entre las divagaciones y disgresiones que el autor plantea en Amigas, se encuentran elementos explicativos de cuándo la mujer ha encontrado espacios de fuerza para dejar en ridículo a aquellos quienes hayan pensado alguna vez en términos de “el sexo débil”.

A través de la película Sirenas, de John Duigan, González recuerda la explicación que da Dijkstra en Ídolos de la perversidad sobre esta figura mítica que “eran lo opuesto de la manifiestamente violable ondina”.

La sirena “había permitido que resurgiese en ella la fuerza masculina del estadío bisexual primitivo, por eso representaba el elemento regresivo y bestial de la naturaleza de la mujer”.

También cita las páginas de Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood, que retrata cómo en los años previos a la II Guerra, el acto de mayor libertad para las mujeres fue, “danzar sin camiseta”.

Estas indagaciones sobre la fuerza de la feminidad estaban mezcladas con un sinfín de chistes desafortunados en los que en varias ocasiones concluían los encuentros de González con sus amigas: ¿en qué se parecen hacer el amor y andar en bicicleta? o ¿qué tienen en común una mujer y una bicicleta? Eran preguntas con las que más que tratar de acercarse el escritor pretendía “al menos despertar el escándalo”. Ante la fuerza de las mujeres, si González tenía ya ganado el no, al menos contaba con una reacción de escándalo antes de partir a encontrarse con una nueva amiga.