Renovarse o...
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Renovarse o…

 


Hace unos tres días, acudimos mi esposo, nuestra nieta de diecisiete años y yo, a una de las grandes plazas comerciales que hay en la ciudad de Puebla. Al dejar nuestro auto en uno de los pisos del estacionamiento, cruzamos la vía que conduce a una de las entradas a lo que es en sí el área de diversos (antes eran puestos en algún mercado o en la plaza central) locales con diversidad de comida: norteamericana (hamburguesas, hot-dogs…), italiana (pizzas sobre todo), china (muy surtida), mexicana (tacos y… agua de sabores, pues ahí no hay la diversidad de esta comida), naturista, etcétera.

Y ahí estaba (en una de las bancas, creo que de piedra, colocadas ex profeso para descansar los clientes al salir del ajetreo de las compras en la gran cantidad de tiendas al interior) sentado con desgano y dormido a pierna suelta, un joven de unos 22 años, vestía traje y la camisa un poco desabrochada del cuello, y la corbata algo suelta del nudo, quizá para descansar más holgado quien dormía a pierna suelta, denotando un cansancio que nos hizo expresar nuestra ternura a mi nieta y a mí.

El muchacho era la muestra palpable de lo que ocurre en nuestro país… y en el resto del mundo, seguramente: el trabajo arduo y mal pagado está provocando que las personas ya no tengan aquellos bríos que sosteníamos quienes, en un tiempo algo lejano, también trabajábamos, por necesidad, desde muy jóvenes (aunque ésta no muy acuciosa) pero… dábamos gracias a Dios por tenerlo y lo gozábamos. Aún cuando, por ejemplo, aquel que uno de nuestros amigos (17 años) nos consiguió en una secretaría de gobierno, ubicada al final de la avenida 20 de Noviembre en pleno centro de la ciudad de México, en el cual la entrada era a las 8 de la mañana, con salida a comer a las 2 de la tarde, para regresar a las 5 y salir finalmente a las 8 de la noche. El detalle notable era que vivíamos, mi amiga, de 16, nuestro amigo, mi hermano (misma edad del amigo) y yo de 18, en una ciudad industrial al norte del DF y había que levantarse a las 5 de la mañana para bañarse, arreglarse, desayunar y salir a tomar nuestro camión a tiempo de no encontrar el tren (que pasaba por las afueras de nuestra ciudad (industrial) para llegar a la estación de Buenavista a las 8 de la mañana, ya que si nos tocaba su paso, el camión debía detenerse unos 20 minutos, con lo cual llegaríamos con retraso al lugar de trabajo.

Y era divertido el saber que nuestro jefe y los compañeros ahí estaban a la expectativa de vernos llegar a los cuatro, al bajar del elevador (pues estábamos en el cuarto piso) y correr a checar a tiempo pues había premio de puntualidad al departamento que lo ganara.

Habríamos querido estudiar algo en esas tres horas de descanso, pero no había nada cerca en ese horario. Así que recorrimos muchos museos, no se diga caminar por el Paseo de la Reforma, la calle Madero y otras; alguna vez subir a la Torre Latinoamericana… visitar algunas tiendas del centro (nunca como esas enormes plazas de ahora), bibliotecas, y leíamos (también practicábamos el inglés) sentados (as) en las bancas donde nos pareciera.

Cuando leí la información sobre aquel “lujoso rascacielos de lujosos departamentos y que se hunde, en San Francisco” (del cual ya escribí antes) y en la nota se leía algo impresionante: “El edificio de 38 pisos se ha ganado el apodo de “torre inclinada de San Francisco” en las últimas semanas. Pero no sólo se inclina, también se hunde. Y los ingenieros contratados para evaluar el problema dicen que el proceso no da indicios de detenerse de inmediato”. Buscaré más información sobre esto, y más absurdos… para saber hasta qué límite han llegado.

Regresando al trabajo, lo muy bueno para quienes hemos laborado por nuestro gran país que es México, es saber que aún hay en él muchos hermosos lugares que disfrutamos. Ya he escrito también sobre la ciudad capital que ha caído en desgracia con tanto error cometido, tanto en construcciones como en muchos “detalles” más; y la de Guadalajara, mi tierra, y el puerto de Veracruz, y el de Acapulco, y muchos otros lugares que nos enorgullecían. Y esperamos recuperarlos como las joyas que han sido.

Está, afortunadamente, entre los hermosos lugares que se conservan, Oaxaca, tanto el estado como su capital, no sólo bellísima, que se recorre con mucho gusto (afortunadamente ya con su centro recuperado), desde que esta articulista la visitó, hace muchos años, por primera vez, y me enamoré de ella.

El tiempo se agota y debo entregar este artículo, así que, ya picada, continuaré en el próximo.
Espero y agradeceré los comentarios de mis amables lectores (as).

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