Jerusalén en diciembre (Segunda parte)
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Jerusalén en diciembre (Segunda parte)

 


Sion, la Ciudad de David, el centro de la vida judía, la Jerusalén antigua y eterna como Roma, alberga símbolos sagrados de tres mundos que adoran a la misma deidad pero que tienen profundas diferencias doctrinales. Ahí estuvo el Templo de Salomón, donde se resguardaba el Arca de la Alianza y la Menorá o candelabro de los siete brazos. Templo destruido por los babilonios y reconstruido por Herodes Antipas, pero vuelto a destruir por los romanos en el año 70 de nuestra era, quedando hoy sólo el Muro de los Lamentos.

Ahí entró triunfante Jesús el Domingo de Ramos. Ahí pasó la pascua y ahí mismo consagró el pan y el vino para recordación perenne y en esa Jerusalén fue crucificado; y ahí resucitó de entre los muertos. Ahí está el cenáculo, el Santo Sepulcro y el Gólgota de su martirio.

Ahí está el Domo de la Roca, de culto musulmán, donde supuestamente Abraham sacrificaría a su hijo Isaac, en uno de los pasajes más controvertidos de la historia antigua de Israel. Porque Abraham concibió con la esclava Agar a Ismael, expulsados por Sara la esposa legítima y que a cambio Yahvé o Jehová promete al patriarca cobarde una descendencia abundante: el pueblo árabe según la interpretación islámica.

Para Israel Jerusalén fue y será su capital, conquistada a sangre y fuego y de donde partió la diáspora. Desde entonces, los judíos del mundo invocan “Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar si de ti no me acordare, si no enalteciere a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría”, los versículos del salmo 137 que al final recita otro de extrema crueldad sobre Babilonia: “Dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña.”

Jerusalén, antaño y hogaño, centro de vida religiosa y política, asiento de controversias y manzana de la discordia, es el sitio donde se predicó la paz, el amor al prójimo y la reconciliación con el enemigo.

Hace pocos días, más de cincuenta naciones islámicas proclamaron a Jerusalén como capital de Palestina, tratando con ello de reivindicar especialmente derechos sagrados y políticos ante la irracionalidad provocadora de Donald Trump, al reconocer a esa significativa ciudad como legítima capital de Israel. Pero también el pronunciamiento árabe significa un desafío a la insolencia de un magnate transformado en falso estadista y que está descomponiendo cada día más la fragilidad de un mundo ya en tensión.

Entretanto, los enfrentamientos entre palestinos y las fuerzas armadas de Israel han entrado en fase mortal, con muertes a diario y con el odio exacerbado. Los judíos son, para los moradores ancestrales de esa tierra, inmigrantes, advenedizos blancos europeos principalmente que llegaron desde 1948 a ocupar territorio, a instalar su poder y a conformar una fuerza guerrera poderosa demostrada desde la creación misma del Estado de Israel y luego reafirmada su preponderancia bélica en la Guerra de los Seis Días (1967) y en la de Yom Kipur en 1973.

En torno a las circunstancias políticas y bélicas en el Oriente Próximo yace el espíritu de una ciudad símbolo: Jerusalén, capital y sede religiosa de judíos y musulmanes, no así de cristianos que en Roma tienen su sede, aunque el resguardo de los sitios sagrados está en manos ortodoxas.
Jerusalén puede ser el sitio donde una mala chispa haga estallar un conflicto inigualable y cambiar la vida de la región y del mundo. Un capricho deshonesto de un energúmeno puede hacer todo eso.

Punto y aparte. México entra en una de las fases más negras de su vida política: las campañas electorales, la verborrea artificiosa de los candidatos. La mentira vertida en torrentes y las promesas que no cuestan y que serán incumplidas irremediablemente. A cual más ofrece desperdiciar el dinero de los contribuyentes: estipendio para todos sin que lo devenguen. Matanceros que festejan la muerte de la gallina de los huevos de oro. Ser político es sólo un negocio lucrativo sin contraprestación ni beneficio a los que pagamos por esa infamia.