Las puertas del PRI
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Las puertas del PRI

 


Verdad de Perogrullo: las puertas sirven para entrar y salir. En el caso de las puertas del PRI, éstas han servido más para salir que para entrar, especialmente para militantes de la llamada izquierda que, casi todos, antes de su purificación han militado en el PRI, organización política que ha nutrido a la “oposición”, pero que traducido en lenguaje político no es más que el delirio por ocupar puestos de elección popular y si se puede, el poder.

Como se sabe, en 1929 Plutarco Elías Calles, a sugerencia de Dwight Morrow, embajador de Estados Unidos en México, creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), para aglutinar a diversas facciones y partidos que eran residuos de las luchas armadas culminadas años antes y elevadas al rango unificado de “Revolución Mexicana”. Calles, enemigo mortal del catolicismo, había provocado la Persecución Religiosa convertida en la Guerra Cristera y que fue en realidad una revolución sangrienta por la brutal represión gubernamental, al grado que los Estados Unidos, país protestante pero partidario de la libertad de cultos, tuvo que intervenir precisamente a través de Morrow para moderar los impulsos agresivos del “Turco” y cesar el hostigamiento a los católicos.

Calles reprimió sus instintos y al fundar el PNR le fijó como ideología el “nacionalismo revolucionario” centrada en el control del poder a través de elecciones, pero arrogándose él mismo el derecho de ir designando a los sucesores en la presidencia. El PNR se iba ajustando a circunstancia y en algunos momentos se matizó como “socialista” y en otros como abiertamente “capitalista”. El 30 de marzo de 1938, consolidado Cárdenas en el poder (ya había roto con Calles y lo había expulsado del país), tuvo a bien fundar el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) desmantelando la estructura callista y dando paso al corporativismo, con organizaciones gremiales grandes y subordinadas al gobierno. El PRM le fue útil a Cárdenas para cerrar filas con el gobierno de Franklin D. Roosevelt y consolidar la nacionalización del petróleo en detrimento de las empresas europeas y favoreciendo a Estados Unidos, como importador casi único del petróleo mexicano, asimismo, para dejar como sucesor a Manuel Ávila Camacho con el cual se inició una sana etapa de moderación política, sin radicalismo y con apertura a las inversiones extranjeras principalmente estadounidenses.

Pero en 1946, el PMR se convirtió en Partido Revolucionario Institucional (PRI), organización bien cimentada ya, que permitió un proceso de relevos políticos favorecedores del llamado desarrollo estabilizador que permaneció hasta 1970. Pero en los períodos de Luis Echeverría y de López Portillo (1970-1982) o la “docena trágica”, el comportamiento de estos personajes marcó el inicio de la desconfianza y desmoronamiento que el PRI hoy padece y que ha apurado al presidente Peña Nieto y a la dirigencia el PRI, a buscar alternativas de recuperación del voto y las formas de mantener el poder a partir de 2018, tarea harto compleja al grado que en días recientes, en sendas “mesas temáticas” en cinco puntos diferentes, se ha llegado a acordar abrir las puertas del PRI a posibles candidatos sin militancia, externos o simpatizantes, lo cual refleja que ese partido carece en absoluto de cuadros destacados para competir en un difícil entorno cuyo futuro apunta al populismo y a modos dictatoriales de gobernar, por las tendencias que los sondeos y encuestas muestran hasta hoy.

El famoso “dedazo” o decisión presidencial de nombrar sucesor, tiene ahora un mayor abanico para seleccionar a quien le guste al presidente Peña. En casa propia no hay prospectos, la mediocridad y la corrupción son actualmente el sello de los militantes priistas; su líder Enrique Ochoa proclama triunfalismo inexistentes y han dejado en manos del jurásico las nuevas formas, que incluyen acabar con el “chapulineo” de los “pluris”.

Poco tiempo queda y el viejo aparato electorero deberá trabajar para el designado, guste o no. El fin justifica los medios, dicen.