Crecimiento y desarrollo
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Crecimiento y desarrollo

 


Es generalmente aceptado (pero no totalmente acertado), que el crecimiento económico y el desarrollo económico son cosas diferentes. Hay definiciones y hay razones. Tomaremos de las primeras aquellas que los expertos utilizan en el lenguaje de la moderna economía: “Crecimiento económico es el cambio continuo de la producción agregada a través del tiempo” (Blanchard y Pérez, Macroeconomía, Prentice Hall 200). “Desarrollo económico es el aumento persistente del bienestar de una población” (Salguero, Enfoques…2006). Agregan los expertos que “sin crecimiento económico no hay desarrollo económico y viceversa”.
Los conceptos aquí comentados son parte de las enseñanzas iniciales en los cursos de economía. En la teoría económica se van analizando los componentes del crecimiento y del desarrollo. La medición del crecimiento se hace en relación con el volumen general de producción de bienes y servicios expresado en el Producto Interno Bruto (PIB), en una economía durante periodos de tiempo calendarizados: anual, trimestral. La medición de crecimiento del PIB nos indica si la producción industrial, el comercio, el turismo, los servicios, el sector primario, aumentaron o disminuyeron. Si aumentaron es que ha habido inversión de capitales y consecuente generación de empleos, lo cual impacta igualmente en el PIB per cápita o por habitante, reflejando a su vez si el consumidor individual dispone de mayores recursos para adquirir satisfactores de bienestar.
El crecimiento económico supone también un incremento en la aportación tributaria al Estado: la prosperidad empresarial genera impuestos directos e indirectos y el empleo y el consumo también. Un Estado con menores ingresos tributarios dispondrá de menos recursos para la inversión pública, para la educación, para la salud, para los transportes y toda la infraestructura que corresponde al sector gubernamental, incluyendo la impartición de justicia, la defensa nacional, la seguridad pública y los servicios urbanos y municipales.
Se da por entendido que el crecimiento va más ligado a la empresa privada y el desarrollo corresponde al Estado. Es cierto: un Estado sin dinero no genera desarrollo. Ahuyentar la inversión privada sin activar la gubernamental, es un riesgo mayúsculo.
Hoy en día, los conceptos crecimiento y desarrollo se están polarizando y politizando de manera innecesaria. Un error de la izquierda es creer que el desarrollo es independiente del crecimiento y que éste último corresponde y es reflejo del auge de las empresas privadas, la banca y la élite empresarial. El gobierno actual supone que México va mejorando en desarrollo, pero las cifras, los indicadores y la percepción misma indican todo lo contrario: hay un grave incremento de la criminalidad y la delincuencia organizada; hay un grave déficit en servicios de salud pública; hay un permanente colapso de la educación pública; la inseguridad está aterrorizando a poblaciones en varios estados de la República y el gobierno está haciendo ahorros para destinarlo a programas sociales absolutamente improductivos u obras que no aseguran un mejoramiento del bienestar. La inversión pública ha disminuido y en consecuencia la privada no se activa ante temores causados por la incertidumbre y la desconfianza.
En el año 2000, la ONU propuso los Ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, y en 2015 se acordaron los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, para ser alcanzados en 2030. Huelga decir que México está muy lejos de alcanzar cualquiera de las metas planteadas, en gran medida porque la corrupción hizo mella en el gasto gubernamental destinado al bienestar, pero también, actualmente por la carencia de objetivos gubernamentales correctamente definidos. El Plan Nacional de Desarrollo es más un pronunciamiento político que un esquema para alentar crecimiento y el desarrollo mismo.
Con los datos de medición y metodología correcta que aportan el Fondo Monetario Internacional (del cual México es socio), del Banco de México y del Inegi, el crecimiento para 2019 no llegará siquiera al 1 por ciento, por lo cual, aseverar que en desarrollo el país va óptimo, no deja de ser una proclama poco sostenible.