Los vagos de la estación
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Los vagos de la estación

 


La antigua estación terminal Oaxaca del ferrocarril se encuentra ubicada en la Calzada Madero No. 511, fue inaugurada por el Presidente de la República, Gral. Porfirio Díaz Mori, el 13 de noviembre de 1892.

Tiene una traza lineal y estaba conformada por el edificio principal donde albergaba las oficinas del jefe de estación, la taquilla, la sala de espera, la oficina del Express, la oficina del telégrafo, el comedor con servicios sanitarios y la cocina. La sala de espera se comunicaba directamente a los andenes a través de los cuales se abordaban los trenes y se llegaba a la bodega de carga. Cruzando el peine de vías se encontraban los talleres, el edificio de calderas y el tanque de agua que servía principalmente para las antiguas locomotoras de vapor.

El edificio principal fue construido originalmente a base de muros de cantera sin recubrimiento y techumbre con estructura de madera y cubierta de lámina de zinc, contaba con un torreón ubicado en el lado norte del edificio, el cual desapareció debido al sismo que azotó la ciudad en 1931, lo que obligó a la sustitución de la cubierta por una bóveda catalana de ladrillo soportada por rieles de vía angosta.

La bodega de carga de 80 metros de largo por 10 metros de ancho, fue construida a base de muros de cantera sin recubrimiento y techumbre de estructura de acero (fabricada en Inglaterra) y cubierta de lámina de zinc. Los talleres fueron construidos a base de estructura metálica y cubierta de lámina de zinc y los andenes a base de estructura metálica y cubierta de lámina.
Para la mayoría de los oaxaqueños, viajar en tren era la única forma de salir o entrar a la ciudad de Oaxaca; se podía viajar en pulman, en primera numerada, en primera y en segunda. He tenido la fortuna de escuchar los relatos de algunos de los viajeros, como la Dra. María Luisa Acevedo Conde y Sra. Gloria Larumbe Reimers y de uno de los vecinos del barrio que apartaba lugares en segunda.

Transporte de carga.

La única concesión que se otorgó en Oaxaca para transportar la carga completa y fraccionada del ferrocarril a diferentes partes de la ciudad, se otorgó a un hombre de negocios originario de Tehuacán, Puebla, que demostró tener la infraestructura necesaria para hacerlo, al Sr. José Tovar Cid, a partir del 13 de noviembre de 1892; el arrastre de la mercancía lo hacía, al principio, en cuatro carretas tiradas por yuntas de bueyes, que entonces era el único medio para hacerlo; al terminar la jornada, toros y carretas eran guardados al fondo de su casa en Magnolia 7 (204), esquina de Magnolia y Camelia, en ese entonces, para la circulación de carruajes, jinetes y peatones, las calles de la ciudad eran de tierra y piedra. “No había asfalto, pero tampoco hacía falta porque no se conocían los automóviles. Las calles empedradas tenían la pátina verde-azul de la cantera.”

Al fallecer el Sr. José Tovar Cid, el 22 de julio de 1934, continua el negocio su hijo Roberto; él compra un camión Chicago 1912 que tenía llantas de hule sólido montadas sobre ruedas de madera de carreta -así venían de fábrica-; cimbraba la calle con el peso y por el sonido del claxon el pueblo lo bautizó con el nombre de “la guajolota”; fue retirado de la circulación en 1924 cuando pavimentaron el centro, porque sus llantas rompía el pavimento.

Para mejorar el servicio compró carros Ford, modelo 38 de 4 toneladas; en 1942 compró en diez mil pesos un tráiler de 10 toneladas. Los camiones estaban pintados de color azul cielo.

Cada año la ruta del ferrocarril era afectada gravemente por el desbordamiento de los ríos, sobre todo en la parte correspondiente al Cañón de Tomellín, donde el río Dulce atacaba constantemente la línea, al grado de que en una ocasión estuvo suspendido el tráfico durante seis meses porque el Río Grande se llevó los puentes.

El gobernador, Gral. Joaquín Amaro construyó una brecha entre Tomellín y Quiotepec para que los pasajeros y la carga pudieran transbordarse entre Quiotepec y Tomellín.

Roberto Tovar se fue a vivir a Tomellín en un furgón de ferrocarril que le servía de oficina y de habitación.
Para seguir prestando el servicio sin interrupción, Roberto Tovar adquirió una flotilla de ocho camiones Chevrolet nuevecitos, modelo 1942, color verde olivo, con redilas de madera color natural, con capacidad para dos toneladas.
La llegada de estos camiones fue todo un espectáculo cuando los estacionaron sobre la Calzada Madero, frente al templo de El Marquesado.

Los vagos de la estación.

La estación tenía restaurante, hospital y cancha de tenis de arcilla para los ferrocarrileros, jardines y también tenía sus vagos que por tratarse de la estación eran llamados “vagones de la estación”; haciendo honor a su actividad permanente se la pasaban sentados en el pretil de la barda; no tenían ni oficio ni beneficio, como decía mi abuelita y vivían en la calle que sube de la estación a División de Oriente; realmente es un pié de cerro, esta calle no tenía luz eléctrica ni pavimento y se usaba como cancha de fútbol de Norte a Sur con el lado de arriba y el de abajo para las porterías.

“Conocidos por sus apodos como: el Guachinango, el Cicerón, el Cachuchas, el Tecolote, el Bolillo, el Tripa, el Ringo, el Vaselinas, los broncudos hermanos Valdez, el Pollo, el Zorrillo, todos ellos formaban parte de la banda de la estación”.
Uno de los vagos me contó: “Cuándo tenía entre 9 y 10 años, vivía en las faldas del Fortín, a la altura de la estación. Éste era mi rumbo, mi campo de juego, mi ambiente, el lugar dónde me reunía con mis amigos. Era normal ver, oír y sentir el tren.
Viendo a mis amigos aprendí a trepar al tren nocturno en movimiento cuando lo formaban para salir a México.

Corría por el andén hasta encontrarlo y trepaba a un vagón de segunda para apartar dos asientos (para cuatro personas) que ofrecía a viajeros de edad, señoras con niños y demás pasajeros, a cambio de unas monedas. Por cada asiento pagaban 50 centavos y en algunos casos hasta un peso. Después de terminar de apartar lugares corría a la entrada de la estación y a los pasajeros, que llegaban tarde, les ofrecía mi ayuda para subir su equipaje: bolsas, cajas, bultos y maletas.
De esta manera podía comprar pan y café para disfrutarlo esa noche con la familia. El cambio que quedaba lo guardaba para gastarlo al otro día a la hora del recreo”.

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