UEPCO: Endurecer medidas
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Editorial

UEPCO: Endurecer medidas

 


A lo largo de la historia y ello se ha hecho patente en los últimos años, nuestra entidad se ha perfilado como uno de los estados que registra más actividad sísmica en el país. De hecho, Oaxaca está ubicada en una especie de línea de fuego sísmica, frente justamente, a las placas tectónicas de Cocos y Continental. Así, de los miles de temblores que se perciben o no en otras entidades del país, nosotros nos llevamos la mayor parte. Por ejemplo, después de los siniestros de septiembre de 2017, en la zona del Istmo de Tehuantepec, castigada por el desastre, la población vivió aterrorizada por la cantidad de pequeños temblores, que algunos calculan de manera conservadora en cerca de 10 mil en poco más de un mes. Según investigadores en materia de movimientos de tierra, la mayoría de los sismos tienen su epicentro en las costaa del Pacífico, particularmente en Guerrero o Oaxaca. Hay toda una historia de fuertes temblores en la capital oaxaqueña, como los de 1928 y 1931, que devastaron por completo la ciudad. Pero tal parece que alguna tragedia natural debe ocurrir para que las autoridades tomen cartas en el asunto de la seguridad y protección ciudadana.
El Consejo Estatal de Protección Civil de Oaxaca (Cepco), atiende todo tipo de emergencias: deslaves, inundaciones, operaciones de salvamento, incendios, etc. Es evidente que con el raquítico presupuesto con el que opera, es insuficiente para cubrir labores de supervisión y vigilancia. Pero hay un tema que no se puede soslayar y es que existen centenas de denuncias ciudadanas respecto a casas semi-destruidas en el Centro Histórico, las cuales, en su mayoría, son inmuebles catalogados como construcciones históricas. Muchas de ellas casi en ruinas albergan ahora a bares, antros y otros giros, los cuales han proliferado porque no hay una regulación estricta al respecto. No hay extintores contra incendios; tampoco salidas de emergencia; rutas de evacuación. Ni siquiera restaurantes de lujo y negocios ampliamente conocidos por la cantidad de personas que reciben a diario, cuentan con los instrumentos adecuados para casos de siniestro. Los mercados simplemente, con telarañas de cables eléctricos o cilindros de gas en medio de la multitud. ¿Habremos de esperar un nuevo y letal siniestro para que las autoridades se apliquen a atender el rubro de la seguridad en materia de desastres?

 

Los siniestros y las trampas

 

Durante los simulacros que se llevaron a cabo la semana pasada, con motivo del 34º. y 2º. aniversarios de los sismos que devastaron que generaron graves daños en la capital y el Centro del país, de acuerdo con las cifras de las autoridades estatales, participaron entre 500 mil a 750 mil oaxaqueños en las 8 regiones del estado. Una vez concluido este ejercicio, se dio a conocer que ante una contingencia de esta magnitud, existe una capacidad de respuesta con 2 mil efectivos del Ejército Mexicano y Marina, así como de mil 900 elementos de la Guardia Nacional y 8 mil uniformados de la SSP, entre ellos los bomberos y policías estatales y viales, aunado a los grupos de voluntarios. Sin embargo, crítica aparte, la alarma sísmica en la capital oaxaqueña sólo sonó si acaso 2 segundos, cuando se presume lo haría durante un minuto. Cuestión de que la Coordinación Estatal de Protección Civil (Cepco), que dirige Heliodoro Díaz Escárraga revise su situación. En la Ciudad Administrativa, cientos de empleados estaban en la explanada antes de las 10 horas y justamente debajo de los edificios, es decir, le madrugaron al simulacro. En el Centro Histórico, los principales obstáculos y trampas para un caso de siniestro, son justamente las calles y parques retacados de ambulantes.
Se trata de un asunto de seguridad que no debe permitirse. Es un argumento más que tienen tanto el gobierno estatal como el municipal para no permitir más esa invasión que han sufrido nuestros espacios comunes desde hace tiempo, lo cual se ha exacerbado en los últimos tiempos, pues el ambulantaje ha llegado hasta la explanada de Santo Domingo. Más allá de la pésima imagen que da a los propios habitantes y al turismo que nos visita, representa un serio riesgo para la integridad física y la propia vida. Los pasos peatonales, las banquetas y hasta partes del arroyo vehicular están copados de puestos de venta de toda naturaleza. Ello genera, en caso de siniestro, confusión y tumultos que pueden traer consecuencias dramáticas para la ciudadanía. Por el lado que quiera verse pues, el comercio en la vía pública no sólo es una trampa cotidiana para la ciudadanía, sino que se convierte en un riesgo mortal en caso de sismo o inundaciones. Ya es tiempo de que los gobiernos estatal y municipal, de manera coordinada, busquen darle una solución a este grave problema de seguridad. Hay que aplicarle la ley a los dirigentes, pues en ningún estatuto está escrito que deba permitirse la invasión de los espacios públicos.