Las trampas al desarrollo
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Opinión

Editorial

Las trampas al desarrollo

 


Una de las causas del subdesarrollo en nuestra entidad ha sido la oposición velada o abierta respecto a proyectos gubernamentales o privados, destinados al aprovechamiento o de la situación geográfica o de los recursos naturales. Es impresionante el activismo de grupos y organizaciones opositoras a la explotación de los recursos minerales. Que no son las comunidades, sino inclusive grupos ajenos a la misma. Ahí está en Proyecto Transístmico que tantas expectativas ha despertado en el gobierno federal y su similar estatal, como un viejo anhelo que permita de desarrollo regional. Líderes venales y corruptos están azuzando a las comunidades, a diversos organismos civiles e incluso a jubilados de Ferrocarriles Nacionales de México, para poner obstáculos y frenar el citado proyecto. En la concepción de quienes se asumen defensores de las comunidades indígenas –que muchas veces ni lo son-, de la cultura y el territorio, todo debe quedar tal cual, con la pobreza a flor de piel y dejando que los recursos que pueden ser explotados de manera racional no lo sean. Es obvio que no siempre son movimientos genuinos. La mayor parte de dirigentes que encabezan dicha oposición reciben subsidios de gobiernos extranjeros, a través de fundaciones o tienen intereses particulares claramente definidos.
Bajo esta premisa están hoy mismo algunos proyectos para generar energía eólica. En las consultas con las comunidades, que ahora son por ley, para el arrendamiento y echar andar la generación de energía limpia, los comuneros deben opinar y estar de acuerdo. Sin embargo, no obstante contar con el apoyo de la mayoría que ven en la renta de sus tierras beneficio económico mayor a la agricultura o cuidado del ganado, hay grupos de personas, que a veces no son ni 20, empecinados en acudir a amparos, recomendaciones de la Comisión Nacional para los Derechos Humanos (CNDH) y en poner piedritas en el camino, utilizando el nombre de las comunidades que si bien pertenecen a ellas, no son las voces calificadas para hablar en su nombre. Otro de los argumentos es que se trata de comunidades indígenas, cuando es evidente que pese a ser hablantes del zapoteco, ya muy poco tienen de pueblo originario. Son –insistimos- grupos y organizaciones que lucran con la voluntad de pueblos enteros para obtener, debajo de la mesa, beneficios económicos o cuotas políticas.

 

Efeméride histórica

 

En el calendario cívico mexicano hay una fecha de gran trascendencia en la historia patria: la Guerra de Estados Unidos contra México, que se llevó a cabo en 1846-1847, período en el que destaca la Batalla del Castillo de Chapultepec, del 13 de septiembre de 1847, en la que un pequeño grupo de jóvenes cadetes y civiles pertenecientes a diferentes batallones de la Guardia Nacional, resistieron por dos días los ataques de más de siete mil soldados norteamericanos. Francisco Márquez, Vicente Suárez, Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca, Juan de la Barrera y Juan Escutia son conocidos como los “Niños Héroes”, pues fueron los jóvenes cadetes del Colegio Militar que participaron en la defensa del Castillo de Chapultepec frente al ejército invasor de Estados Unidos. Diversos historiadores refieren que el acoso a México se prolongó por cerca de 16 meses. Ya declarada la guerra, las tropas norteamericanas avanzaron hacia la capital del país. Mucho se ha escrito sobre esta gesta heroica, considerada por los críticos un tanto mítica y llena de fantasías. Lo que está escrito en las crónicas de la época es que fue el general Winfield Scott, quien determinó, en su carácter de comandante en jefe de la fuerza invasora, llevar a cabo el asalto de la Ciudad de México por Chapultepec, desde el 11 de septiembre de 1847, con intensos bombardeos de artillería.
Dicen algunos historiadores que “la defensa de Chapultepec corrió a cargo de 200 cadetes del Colegio Militar a las órdenes de los generales Nicolás Bravo y Mariano Escobedo, así como de 632 soldados del batallón de San Blas bajo el mando del coronel Santiago Xicoténcatl. Para reforzar a esa pequeña guarnición, el general Antonio López de Santa Anna envió al pie del cerro a 2 mil 450 hombres. Pero eran poco más de 7 mil los invasores”.
No obstante, después de aniquilar al batallón, los soldados estadounidenses escalaron el cerro y penetraron al Castillo, donde los cadetes mexicanos -la mayoría con edades de entre 15 y 18 años- lucharon cuerpo a cuerpo hasta encontrar la muerte. En los combates resultaron heridos otros cuatro alumnos del Colegio Militar y 37 fueron hechos prisioneros. En honor a los seis cadetes caídos, conocidos como los Niños Héroes, cada 13 de septiembre se realiza en México una fiesta cívica. Cuentan que cuando todo había acabado, un oficial norteamericano observando el rostro de los cadetes muertos, sorprendido exclamó: “¡Pero si son apenas unos niños!”, fue a partir de esta expresión que se les llama “Los niños héroes”.