Villa de Santa María Oaxaca
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Villa de Santa María Oaxaca

 


El Marquesado del Valle de Oaxaca tuvo 13 marqueses y 4 marquesas, y fue extinguido con la guerra de Independencia. Desde el virreinato hasta el siglo pasado, ha contado con equipamiento para la vida comunal, que le ha permitido tener, como sucede en cada barrio que rodea el actual centro histórico de Oaxaca, su propia personalidad. El recuento que hace Gerardo nos ofrece la siguiente lista: “parroquia, ermita, tianguis, mercado, panteón, estación de ferrocarril, Cabildo, Casa de Cabildo, cabecera judicial con dos juzgados de lo criminal, cárcel, dos jardines públicos, uno de ellos con kiosco para audiciones musicales, tres antiquísimos ahuehuetes, garita, calle central adoquinada, un camino real, terminal de tranvías (de los tirados por mulas), centro de reuniones sociales en el Ojito de Agua, lavaderos públicos, gasolinera, alumbrado público, fábrica de cerveza, cuatro molinos de trigo, huertas, cuatro pasajuegos (para jugar pelota mixteca), un arco triunfal de cantera ocre en la entrada de la villa, un río limpio en el que se podía incluso pescar y la inigualable presentación anual de la danza folklórica de Los Jardineros”.

Entre las particularidades de este barrio, destaca la vid como símbolo del Señor de Santa María, que ornamenta el sobrio templo del siglo XVI, como un aporte del constructor del retablo, don Gonzalo Cervantes, quien al buscar inspiración para tallar al Cristo, recordó una frase bíblica que reza: “Él es la vid verdadera, a la que los sarmientos están vitalmente unidos”, dejando para los habitantes de esta villa uno de los símbolos que los identifican: los sarmientos, o sea, las ramas que renacen para ofrecer nuevas uvas. Por cierto, ese templo, construido entre 1535 y 1550, es asombrosamente franciscano en lugar de dominicano, lo que denota su interesante historicidad, ya que los misioneros franciscanos llegaron a Oaxaca hasta 1570. Esta era la “ruta dominica” en la que el convento de San Pablo, el primero en este valle, se inició en 1529, lo cual confirma que esta villa es más antigua que Antequera y que tuvo una vida civil y religiosa propia desde antes de la creación del marquesado.

Pero en materia de antigüedad, no hay quien le gane a este barrio con sus tres ahuehuetes (o sabinos), sembrados, según la tradición oral, por Pecocha en el siglo VI, quien fue un “profeta zapoteco, considerado sabio, industrioso y justo”.

Igualmente, sus vitales vías de comunicación dieron cobijo a la línea de tranvías que comunicaban esta villa con el zócalo de Oaxaca y con el área de San Juan de Dios; y también han permitido la marcha de ciudadanos que han protestado en contra de “malos gobernadores”, como Edmundo Sánchez Cano y Manuel Mayoral Heredia, a quienes en 1947 y 1952, respectivamente, se derrocó. En los años siguientes, la calzada Madero, antes llamada Morelos y mucho antes Tecuantepeque, ha sido el camino de las protestas populares, ya sean las promovidas por empresarios, como las primeras mencionadas, por organismos políticos, por líderes sociales o por chantajistas del poder. No hay escape, este barrio funciona, vialmente, como sitio de paso para todo tipo de actividad, mientras no se reestructure la trama urbana de una ciudad que se desborda sin control.

Pero hoy, las modernas tecnologías permitirían recuperar mucho de lo que los ciudadanos perdimos a causa de una salvaje y mal entendida modernización. Este barrio ganaría mucho si los ojitos de agua pudiesen ser el pretexto para el diseño de centros de convivencia y esparcimiento popular, si el río se saneara y rescatara para que la gente pudiese gozarlo todo el año, si los ejes y medios de comunicación terrestre se rediseñaran para resolver problemas y no para crearlos, si los árboles históricos sirvieran para representar obras de teatro (como era antes) y para contar cuentos a los niños, en fin, si la ciudad se humanizara nuevamente. No es una utopía; así era El Marquesado, como eran los barrios en todo México y, de hecho, como lo han sido en todo el mundo. Lo malo de nuestra experiencia es que solo hemos copiado lo malo, para beneficio de pocos en cada urbe subdesarrollada, pagando el costo los elementos históricos, culturales y sociales. La villa que tanto defiende Gerardo es un ejemplo clásico de esas pérdidas. Sin embargo, también podría ser el ejemplo de cómo, mediante proyectos cultos e innovadores, se puede dotar a la ciudadanía de asentamientos vivibles. Existen hoy multitud de ejemplos, especialmente en Europa, del rescate de los ríos que habían sido convertidos en caños y en calles, de la dignificación de las fachadas y del equipamiento urbano, de la racionalización de la movilidad, dando preferencia a la peatonal, del fomento al estudio de las tradiciones y la historia, no para vivir añorando un pasado irrecuperable, sino para tomar ejemplo de nuestros propios ancestros para hacer de nuestra ciudad algo mucho mejor.

El libro de Gerardo no es solo una recopilación de relatos y de consultas archivísticas; es también un grito ante la estulticia de una sociedad que deja perder sus valores más preciados sin mover un ápice, y ante la ineptitud de quienes dirigen sus destinos. Su vocación de constructor y crítico le viene de niño, cuando siendo aprendiz de carpintero en el taller de Don José, recibió la siguiente admonición: “observa el taller y ve descifrando todo lo que veas; la energía y los conocimientos que recibas te van a servir toda la vida; canta al trabajo, bendice la cosecha y canta al trabajador. Ten siempre presente que el trabajo es fuente de belleza, de salud y de riqueza”.

Con aquellas sabias palabras en su corazón, Gerardo se formó, de manera autodidacta, como cronista. Con su apasionado texto, asume la misión de concientizar a sus paisanos mediante el análisis de la información sobre el pasado de su barrio, cuyos resultados, ya sean altamente idealizados o rigurosamente prudentes, constituyen un llamado para impulsar acciones que lo mejoren y lo enaltezcan.

De lograrlo, su libro habrá contribuido a redimir los pesares que a Santa María Oaxaca le ha impreso el tiempo.

Prólogo escrito por: Prometeo Alejandro Sánchez Islas Miembro del Seminario de Cultura Mexicana y de la ConstructionHistorySociety of America para la segunda edición de Villa de Santa María Oaxaca. D.R. por Gerardo Felipe Castellanos Bolaños.