Revoluciones de otoño (II)
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Revoluciones de otoño (II)

 


La “Gran Revolución de Octubre de 1917” inició su fin 70 años después, cuando en 1987 Mijaíl Gorbachov, premier soviético, introducía la gran reestructuración conocida como Perestroika. Terminaba el sueño del paraíso socialista y del marxismo-leninismo sólo quedaban las grandes enseñanzas metodológicas y la interpretación por el materialismo histórico. No hubo “dictadura del proletariado” ni los trabajadores de todo el mundo se unieron. De inmediato los países de la órbita soviética europea abandonaban también las formas de gobierno impuestas por Moscú. Se fraccionó la URSS y se produjo la “balcanización”; renacieron viejas nacionalidades fundidas en Estados y naciones hoy inexistentes.

Pero si en otras latitudes ocurrió aquella Gran Revolución, en México, años antes, en el otoño de 1910, se iniciaba una revolución que sus apologistas llaman “la primera del siglo XX”, cuando en realidad era una revolución atrasada del siglo XIX.

Francisco I. Madero (Parras, Coahuila, 1873 – México 1913), llamado por algunos “Apóstol de la democracia”, por su famoso libelo La sucesión presidencial (1908) y por su persistente interés de competir en las elecciones presidenciales de 1910, fundado en la promesa que Porfirio Díaz le hiciera al periodista Creelman en 1908. Como se sabe, el viejo Soldado de la Patria se reeligió en 1910 y esto desencadenó la convocatoria para levantarse en armas el 20 de noviembre de ese año (inusitado fijar fecha para un movimiento revolucionario). Una familia de simpatizantes maderistas en Puebla, los hermanos Serdán, fueron sorprendidos dos días antes y cayeron defendiendo su casa llena de armas, el día 18. Como ya se sabe, Díaz se retiró en mayo de 1911 y convocadas elecciones, Madero salió triunfante, como también lo había hecho exactamente Don Porfirio en 1876 luego de la Revolución de Tuxtepec.

Madero no pretendía cambios en la estructura económica. Él y su poderosa familia se habían enriquecido durante el Porfiriato y sólo pretendía establecer un sistema político similar al norteamericano, con alternancia en el poder y con respeto al sufragio. No tenía Madero dotes de estadista y un exceso de confianza e ingenuidad permitieron la traición de Victoriano Huerta. Madero fue forzado a renunciar y enseguida asesinado.

Ese hecho provocó realmente la revolución, que, como todas las revoluciones, desataba una cruenta guerra civil con sangre, muerte, dispersión, emigración, retraso económico, pobreza, epidemias, hambruna y todos los males que eso acarrea, incluyendo naturalmente el divisionismo, la formación de facciones con ideas y objetivos diferentes y, lo más funesto: traiciones que se producen por la desmesurada ambición humana de poder.

Zapata luchó contra Madero con un plan agrario muy local, sin alcances nacionales pero hoy glorificado; Carranza usó de pretexto una nueva constitución para luchar por la presidencia; Pancho Villa, auténtico villano, se aliaba con quien más le convenía sin un programa de gobierno y hasta fue patrocinado por cinematográficas gringas y se peleó con Carranza hasta provocar una invasión y grave conflicto diplomático; Obregón se unía a Carranza, derrotaba a Villa y, finalmente en 1917 se promulgaba una Constitución que ha sido reformada y adicionada 699 veces en cien años al grado que la actual 2017, no tiene nada que ver con la originaria. En 1920, Obregón traicionaba y asesinaba a Carranza.

Carranza pudo sencillamente haber modificado y reformado la de 1857. Pero el sistema político mexicano se ha encargado de hacer que cambie la Constitución “para que nada cambie”, en el más puro gatopardismo a la mexicana.

La pobreza, la inseguridad, el analfabetismo funcional, la delincuencia, el desempleo, insalubridad, la corrupción gubernamental, el enriquecimiento de políticos, entre otros males siguen y aquí están, descomponiendo al país y sin esperanza de remediarlos.

Rusia y México, revoluciones centenarias, otoñales y decadentes. No hay nada que celebrar este 20 de noviembre.

 

Revoluciones de otoño (I)