¿Carro completo?
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Opinión

Hoja por hoja

¿Carro completo?

 


La frase se hizo famosa en los tiempos en que el PRI arrasaba en las elecciones federales, estatales y municipales. Desde el presidente de la República pasando por gobernadores, hasta el más modesto presidente municipal o el mínimo concejal de ayuntamiento perdido en la serranía. No sólo eso, el carro completo incluía a todos los senadores, a todos los diputados federales y locales y en el país no había opción ni alternativa: el dedo poderoso y mágico del Gran Tlatoani decidía y disponía, quitaba y ponía. Era una perinola que siempre caía en “Toma Todo” para el partido tricolor y a los partidos y candidatos ingenuos que entraban a ese peculiar casino, sólo les tocaba jugar a “Pierdes-Pierdes”.

Fue en tiempos de López Mateos cuando se inventó una formulilla para saciar la sed opositora y se les dio una cucharadita de medicamento político: los “diputados de partido”, para dar una ligera y no incendiaria dosis de una primitiva democracia a la mexicana. No podían ganar elecciones pero de acuerdo a un escaso número de votos, algunos opositores podían entrar finalmente al viejo Teatro Iturbide, convertido por décadas en el teatro político mexicano donde se escenificaban farsas en las que siempre había un protagonista: “el señor presidente”, cuyos designios marcaban el rumbo de la nación y el destino de los ganapanes que pletóricos llenaban el recinto legislativo.

En las décadas de 1960 y 1970, varios países sudamericanos padecieron gobiernos militares, despóticos y tiránicos conocidos como “gorilatos”. Los golpes de Estado eran cosa cotidiana y los relevos de generalotes eran la tónica recetada según se dice por la voluntad de Washington. La CIA y algunas empresas penetraban, conspiraban y colocaban títeres gubernamentales a su antojo. Eran dictaduras sin rubor y desataron la “guerra sucia”, consistente en la persecución, eliminación y desaparición de los opositores políticos. Argentina, Brasil y luego Chile con Pinochet fueron los ejemplos nefastos de esa política perversa de odio.

México, en cambio, tenía la tranquilidad de cambiar cada seis años de presidente y de todos los puestos de elección popular. No hemos tenido golpes de Estado ni asonadas. Sin embargo el régimen era autoritario, represor e inhibía las libertades democráticas. Trampas electorales, robo de urnas, coacción del voto y otras lindezas hacían que el régimen mantuviera completo su carro. Los brotes de inconformidad laboral y social se reprimían brutalmente y la sociedad callaba, resignada a la esperanza de que el relevo presidencial compusiera las cosas.

El movimiento magisterial y el ferrocarrilero de 1958, el movimiento médico de 1965 y finalmente el gran Movimiento Estudiantil Popular de 1968, exhibieron ante un mundo convulsionado por la Guerra Fría, las vergüenzas políticas de México, cuyo gobierno se vio poco a poco impelido a enmendar la plana y establecer procesos electorales y legislación que facilitara el acceso de partidos a las lides democráticas más o menos claras. El costo ha sido alto y la inconformidad enorme; nadie queda satisfecho, somos el país de las impugnaciones y todo ha servido para ir debilitando la figura presidencial hasta convertirla como en este sexenio, en objeto de burla y escarnio, lo cual no ocurría en tiempos de la “dictadura perfecta” que llamara Vargas Llosa.

EN 2000 tuvimos alternancia e igualmente en 2012 cuando el PRI regresó a Los Pinos pero gobernando sólo 16 entidades. Carro incompleto. Pero en su reciente Asamblea, el PRI de Peña y “Clavi” Ochoa ofrecen “Carro Completo” para 2018, precisamente en un entorno político más complicado a que se haya enfrentado: el avance del populismo de Morena y su dictatorial mesías, las brutales corruptelas de sus gobernadores, la ineficacia del gabinete presidencial y la falta de cuadros (tuvieron que abrir los candados para buscar un candidato no priista). Todo eso presagia no sólo un carro incompleto, sino una carcacha desvencijada que necesitará respiración artificial para su sobrevivencia.