Un fantasma recorre México
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Un fantasma recorre México

 


En 1848, al publicar su famoso Manifiesto, Carlos Marx y Federico Engels escribieron que “un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”, y enlistaban a monarcas y gobernantes de la época incluyendo al Papa, al zar, “a los radicales franceses y a los polizontes alemanes”, que, según los autores, temían la aparición de ese fantasma, sobre el cual ya habían lanzado anatemas y maldiciones. Al finalizar el siglo XIX ese fantasma no hacía su aparición real, aunque las ideas ya iban germinando y el espectro apareció en la Rusia zarista, donde no se esperaba, debido al atraso industrial del imperio y a causa de su derrota frente a los alemanes en la Primera Guerra Mundial.

Ese fantasmagórico plan político y económico, el comunismo, se asentó en esa Rusia que cambiaba su nombra a Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y que, a la muerte de Lenin, su fundador, se iba dividiendo entre radicales de dos bandos: estalinistas y trotskistas, triunfando los primeros y expandiendo el ideario marxista hasta su consolidación en Europa central y oriental luego de la derrota de Alemania en 1945, así como a la China del triunfante Mao-Tse-Tung (hoy Mao Zedong). Ese fantasma duró hasta 1989 pero dejó vástagos en Cuba y en Corea del Norte, como resabios de un sistema que fracasaba que aún patalea en Venezuela, Nicaragua y Bolivia, pero daba paso a una composición diferente del mundo.

Esa nueva composición implicaba la conjunción o mezcla de teorías y doctrinas económicas, regresando fuertemente a la revisión de textos de Adam Smith y David Ricardo, pasando por J. M. Keynes y redescubriendo al mercantilismo, al liberalismo y comenzando a desechar el proteccionismo que de alguna manera se había enquistado en algunas economías, hasta llegar a los que se llama el “consenso de Washington”, acuerdo que nunca existió formalmente y que fue destilado por un economista (John Williamson), que hoy algunos quieren determinar como “neoliberalismo” o regreso a las ideas del Laissez faire – Laissez passer, que reduce la participación económica del Estado y permite a la libre empresa participar en el mercado y abriendo éste a las leyes de la oferta y la demanda como los mejores reguladores de la estabilidad social y económica.

Pero si Marx y Engels preconizaban el comunismo, en México se daba, en la segunda mitad del siglo XIX, una feroz y encarnizada lucha entre opiniones políticas diversas, llamadas “liberales” y “conservadores”, perdiendo éstos últimos, como ya se sabe, frente a un modelo político y económico abierto al mercado y a la propiedad privada. Juárez y Lerdo, aquí, pueden ser los constructores de un sistema que fue consolidado durante el gobierno de Porfirio Díaz y que permitió una gran apertura comercial e industrial, así como la consolidación de México como una verdadera potencia emergente, aunque llena de huecos deficitarios en lo social, como era antes y como lo ha sido aún después de una revolución iniciada en 1910 y que conllevó a su vez otras rebeliones sintetizadas como lucha por el poder real, una masacre que duró siete años.

A más de 150 años de las pugnas decimonónicas, se ha revivido a un fantasma mexicano: el “conservadurismo”, aplicado a todo aquel que piense y opine diferente de las ideas emanadas del poder. No compartir un dudoso ideario, ha merecido a periodistas, escritores, historiadores y gente común, los epítetos de fifís, fantoches, conservadores, hipócritas, doble cara y otros adjetivos que califican a los “adversarios” de un régimen que no sólo busca un cambio regresivo, sino que aspira notoriamente a establecer una larga permanencia en el mando, transformando (y trastornando) la estructura misma de los poderes y de las instituciones jurídicas el Estado mexicano, para encaminarlo hacia una postración que sólo se está viendo en los regímenes imitadores de un torcido bolivarismo. Hay la consigna de matar al fantasma. Esta es, lamentablemente, una democracia con adjetivos y por ello, sentenciada a muerte.