¿Por y para el pueblo?
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¿Por y para el pueblo?

 


En su famoso discurso de Gettysburg, Abraham Lincoln pronunció la célebre frase final: “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.”, sentenciando y confirmando con ello la forma de gobierno democrático que ha prevalecido en la nación vecina.
El discurso, de sólo tres minutos de duración, es uno de los ejemplos más claros de la síntesis y la contundencia de ideas políticas claras, sinceras, sin titubeos, sin pausas; que anticipaban el fin de la Guerra de Secesión y con ello la consolidación de la Unión. El discurso fue corto, la guerra fue larga: cuatro años de combates entre unionistas y confederados, dejando un terrible saldo de más de un millón y cuarto de bajas entre ambos bandos.

En 1861, al iniciar la Guerra Civil, Estados Unidos de América tenía ya 85 años de vida independiente y había sorteado una pretendida restauración inglesa en 1812 y había invadido México entre 1846 y 1847, obteniendo como botín de guerra un inmenso territorio y la adhesión de la simulada República de Texas. Era una potencia militar mundial en ciernes, pero seguía siendo una sociedad y nación esclavista, parte de lo cual fue motivo de tan funesta conflagración, la más grande ocurrida en el continente americano en toda su historia.

La famosa frase de Lincoln ha recorrido la historia política del mundo y ha servido para justificar el modelo democrático, tan consolidado entonces ya en Inglaterra con su monarquía constitucional y parlamentaria, después incorporada en el texto oficial de la constitución francesa. Con Lincoln acabó la esclavitud y los estados sureños no tuvieron más remedio que ajustarse al modelo integracionista y, contrariamente a lo que los confederados pensaban, con ello se fortaleció y consolido el país haciendo crecer notable e inconteniblemente su economía y su riqueza.

En Estados Unidos se ha sostenido el sistema democrático con dos partidos predominantes que se alternan el poder. Republicanos y demócratas difieren en políticas internas pero sostienen un mismo criterio en política exterior, tal vez por eso no han perdido su fortaleza, basada sin duda en su elevado principio democrático.

Actualmente en México, con nuevo gobierno y nuevo régimen político que avizora un radical cambio constitucional y del orden jurídico, se suele parafrasear a Lincoln, atribuyendo decisiones gubernamentales “al pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, basándose en criterios y decisiones previamente definidos por el presidente y sometidos a consultas públicas en las que participan sólo escaso número de ciudadanos; consultas que para la generalidad y los analistas son realmente simulaciones tripuladas por el partido dominante, argumentando el concepto de “democracia participativa” y relevando a la democracia representativa, ésta sí elegida en comicios libres y generales, eludiendo en realidad la voluntad popular y sometiendo ésta al juicio arbitrario del poder.

Si en las democracias verdaderas los partidos compiten y disputan políticas públicas, todos con verdadera representación aún los minoritarios, en México los partidos políticos están tendiendo a desparecer como fuerzas representativas y están siendo sobajados por un inesperado poder absoluto y absolutista que supera lo que vivimos en las etapas fuertes del priismo.

La novedad democrática real, aparecida en el año 2000, está diluyéndose y ha dejado de sostener a un pretendido gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. El criterio vigente considera que eso corresponde a las dádivas gratuitas, al dispendio sin contraprestación y a la exaltación personal como en los más reprobables sistemas dictatoriales al estilo de Mao-Zedogn, Iósif Stalin, Fidel Castro o Hugo Chávez. Todo lo contrario de Lincoln, demócrata asesinado en 1865, como asesinado fue Madero para borrar el sufragio libre e imponer una dictadura. Tarea ciudadana es ya rescatar los valores democráticos de este México en borrasca política.