Dimensión desconocida
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Opinión

Hoja por hoja

Dimensión desconocida

 


El título hace recordar una vieja serie de televisión, cuando era en blanco y negro al menos en México: los gringos ya la veían a color. Era una de las favoritas y causaba sensación por los hechos inverosímiles que ocurrían. En el fondo, la dimensión desconocida puede ser la “cuarta dimensión”, porque recordemos que en la realidad física sólo contamos con tres dimensiones: altura, profundidad y anchura. Científicos, esotéricos y novelistas de ficción se han dedicado por muchos años a buscar esa cuarta dimensión, esa dimensión desconocida, pero siguen sin hallarla; de existir, trastocaría todo el sistema cósmico y el orden de la vida en el planeta, en las ciudades, en el campo, con la alta probabilidad de descomponer lo existente, lo bueno y lo malo.
México está entrando en una cuarta dimensión, en un lugar políticamente utópico y lleno de fantasías a lo cual se ha llamado “cuarta transformación”, con el supuesto de que en el pasado hubo tres transformaciones y con la creencia errónea de que éstas lograron un México mejor, lo cual es absolutamente equivocado.
Como ya esta hoja lo ha comentado y con fuentes incontestables históricamente, la Independencia, la Reforma y la Revolución no trajeron bienes al país. La Nueva España, que fue potencia mundial con una moneda fuerte y como fuente de riqueza para todo el virreinato y para el imperio español, tuvo su fin en la guerra iniciada por el Cura Hidalgo, criticado en el momento oportuno por liberales y conservadores. Su carencia de plan de gobierno y su despiadada crueldad prolongaron once años de guerra y saqueos, con el resultado de que el México independiente nació como un Imperio, luego fue dividido por idearios opuestos, por ritos masónicos divergentes y por una sucesión de odios y resentimientos que condujeron al caos gubernamental, a la guerra civil, a las asonadas, golpes de estado y desgraciadamente a la guerra extranjera con secesionismo de Texas y luego la pérdida de vastos territorios de manera humillante.
Vino la Guerra de Reforma, otra ola de divisionismo, otra invasión extranjera, otro imperio, muchos años de guerra; demolición imperdonable de la institución más estable del país, la Iglesia y con ello la profunda crisis económica, el despojo a los pueblos indígenas, la expropiación sumaria y destrucción de bienes patrimoniales y un país en ruinas a la muerte de Juárez y al régimen de Lerdo. De 1810 a 1876 un país desgajado y empobrecido, que finalmente cayó porque acentuaba la división y odios nacionales. Vino una buena etapa de recuperación económica, de obra pública intensa, de escuelas, de transportes, de puertos, de navegación marítima, de un incipiente boom petrolero que atraía inversiones y empleos, una actividad minera intensa y productora de riqueza. Fue el llamado Pofiriato, que no gustó a los americanos, que no gustó a ambiciosos y padecimos otra sangrienta etapa de guerra, hambre, muerte y desolación: la Revolución elevada a los altares políticos.
Puede criticarse lo aquí dicho, pero no puede negarse la verdad.
Pasados muchos años, y en un contexto mundial de guerras mundiales y de guerra fría, México tuvo que esperar 40 años para ver signos de recuperación: el PRI, asentado en el poder lograba algunos avances de estabilización y de confianza. Pero su desmesura y corrupción rompieron con un ciclo que parecía virtuoso y la democracia hizo en 2000 su reclamo.
Termina una etapa contrastante: riqueza, pobreza, corrupción, narcotráfico, robo de combustible, emigración lacerante, delincuencia organizada. En busca de otra dimensión (transformación) que puede acabar con la ínfima riqueza ya consolidada, pero sin visos reales de acabar con los males que nos aquejan. Lenguaje sin comunicación cierta, lenguaje procaz, reivindicación (resentimiento) social, odio de clases, exacerbación de diferencias, gabinete impreparado. Invocación constante de pureza; bien escribió René Delgado (“Sobreaviso” Reforma 19 de enero)”Con frecuencia la humildad del mandatario reviste tinte de soberbia”.