Teresa de Lisieux
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Opinión

Teresa de Lisieux

 


Por: Fernando A. Calderón y Ramírez de A

Corre el mes de enero de 1873. En Alençon, Normandie, nace Marie-Françoise Thérèse Martin en el hogar de una familia de clase media. Su padre fue Louis Joseph Aloys Stanislas Martin y su madre Marie Azélie Guérin. Su padre tiene una relojería y es considerado por los habitantes de la aldea como un experto relojero. Su madre está especializada en la confección de encaje y trabaja muy apaciblemente en su hogar. Thérèse es la benjamina de una progenie de nueve hijos, cuatro de los cuales morirán muy pequeños. Recibe el sacramento del bautismo el sábado cuatro de enero en la iglesia de Nuestra Señora de Alençon. Debido a su delicada salud, necesitará un ama de cría en el campo para alimentarla.
A Thérèse le llega una primera prueba: la muerte de su madre el 28 de agosto de 1877. Como segunda madre elegirá a su hermana Pauline. Unos meses más tarde, toda la familia se traslada a Liseux y conoce la iglesia del Monasterio del Carmelo, en particular su pequeña capilla.
La entrada de su hermana Pauline en el Convento del Carmelo el día dos de octubre de 1882 es para la futura doctora de la Iglesia una llamada a seguirla. El ocho de mayo de l884, día en que profesa Pauline, Thérèse hace su primera comunión y recibe la confirmación el 14 de junio de 1884. Su hermana Marie también ingresa en Carmelo de Liseux el día 15 de octubre de 1886, mientras que Léonie sigue buscando camino. El carácter infantil de Thérèse desconcierta un poco en su entorno, y en la Nochebuena de 1886, Thérèse siente la gracia de la conversión, la gracia de salir de la infancia: En esa noche luminosa, Jesús el dulce Niño Jesús la hizo fuerte y valerosa. La revistió de sus armas, y desde aquella ocasión bendita, nunca más fue vencida en combate alguno en contra de las fuerzas de la oscuridad, por el contrario, comenzó, por decirlo así, una carrera de gigante y habría de continuarla para siempre.
La llamada al Carmelo resuena cada vez más fuerte en su palpitante corazón, pero su juventud constituye un obstáculo que las autoridades responsables no tienen intención de levantar. Thérèse llegará hasta hablar con el Papa León XIII. Pocos días después de la Navidad de 1887, cuando toda esperanza parecía perdida, el obispo da su consentimiento. Thérese entrará en el Carmelo el día nueve de abril de 1888 en tiempo de Pascua, el día de la celebración litúrgica de la Anunciación. Su edad es de quince años y tres meses: algo asombroso para nuestra época.
Antes del florecimiento de las rosas, Thérèse sentirá el pinchazo de las espinas. Aunque se reúne con sus hermanas Pauline y Marie, respeta el rigor de la vida monástica. Sufre mucho cuando su padre pierde la cabeza y su correspondencia con Céline revela lo marcada que está por el sufrimiento. Después de experimentar una gran aridez, Thérèse profesa con gran paz el ocho de septiembre de 1890 en la Natividad de la Virgen Marie. Cuatro años más tarde aparecen los primeros síntomas de la enfermedad que se la llevaría. A la conmoción por la muerte de su padre el 29 de julio de 1894, le sucede una profunda alegría cuando Céline entra al Carmelo el 14 de septiembre de 1894, en la fiesta de la Santa Cruz.
El camino de Thérèse es un camino de sufrimientos, un camino de infancia espiritual, un abandonarse enteramente al amor misericordioso del Señor, un combate de la fe, con horas de dolorosa aridez, y una vida completamente entregada al amor en el corazón de la Iglesia: son nueve años de vida carmelita cuya repercusión rebasará con mucho los muros del Carmelo de Liseux.
Marie Martin (sor María del Sagrado Corazón) tuvo una inspiración cuando animó a Thérèse a redactar sus recuerdos de infancia y consiguió que le confiara su doctrina: el caminito.
Pauline Martin (madre Inés de Jesús), priora del Carmelo, le ordena a sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz que escriba sus recuerdos de infancia. En 1895, a los 22 años, Teresa redacta el Manuscrito A y se ofrece espontáneamente al amor misericordioso de su Señor.
La tuberculosis que consume a Teresa se manifiesta en la noche del Viernes Santo de 1896 cuando escupe una bocanada de sangre. Ante ella se abre un pórtico que da paso a la prueba más dura y que la acompañará hasta su muerte: la prueba de la fe. En el otoño de 1896 redacta el Manuscrito B dirigido a Jesús y a su hermana Marie del Sagrado Corazón de Jesús. Por instancia de la madre Marie de Gonzaga, a principios de junio de 1897 termina sus recuerdos en el Manuscrito C y desvela todo lo que tiene dentro en las Últimas conversaciones.
Sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz cumple su Pascua de Resurrección en la tarde del 30 de septiembre de 1897 rodeada de sus hermanas del Carmelo de Liseux. Todo está consumado. Y al mismo tiempo todo comienza. El 30 de septiembre de 1897 a las 19:20 horas, Teresa deja su Carmelo y su tierra de Liseux en un éxtasis de amor: No muero, entro a la vida.
La tumba de Teresa en el cementerio de Liseux se convierte en un lugar de peregrinación. En otoño de 1898 aparece Historia de un Alma (son los tres manuscritos que Teresa escribió, aunque un poco retocados). El Carmelo de Liseux se ve invadido de cartas que llegan de todas partes del mundo, sobre todo de Europa. El proceso canónico para beatificar a Teresa se inicia en 1910. Teresa del Niño Jesús es declarada Beata por el Papa Pio XI el 29 de abril de 1923, y Santa el 17 de mayo de 1925.
Las espinas han desaparecido; ahora Teresa esparce los pétalos de rosa por la tierra, como otras tantas gracias obtenidas del Señor por mediación de ella. A principios de 1937 la Basílica de Liseux es bendecida y será consagrada en julio de 1954. Durante los bombardeos de 1944, Teresa, cuya vida fue completamente misionera, velará por el seminario de la Misión de Francia, lo mismo que había protegido a su Carmelo.
La publicación de los manuscritos originales en los que se había inspirado la Historia de un Alma desvela el verdadero rostro de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz; una santa para todos los tiempos cuyo mensaje es eco del evangelio de Jesús de Nazaret vivido día a día en la noche de la fe, en el crisol del sufrimiento, como don de amor. Teresa, por gracia, inscribió en la monotonía de la vida diaria el amor extraordinario que todo lo transfigura.
Vivir de amor es de tu vida, glorioso Rey, es valorar la Cruz como un tesoro, es darse sin medida, es aventar el recuerdo de pasadas caídas, es navegar sin tregua en las almas sembrando paz y gozo. ¡Jesús amarte es pérdida fecunda!, al salir de este mundo cantar quiero, ¡muero de amor!
En la iglesia del Carmen Alto en la ciudad de Oaxaca, hay un espacio dedicado a esta santa y doctora de la Iglesia.
En la iglesia de Santa Teresita en Ciudad de México fueron expuestos sus restos traídos de Francia en una peregrinación y acudió una nutrida procesión de fieles para alabarla y ganar indulgencias.