De populismos (II y última parte)
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De populismos (II y última parte)

 


Populismo es un vocablo repetidamente mencionado no sólo en América Latina, que es nuestro referente. Vale citar las definiciones que nos dan autoridades lingüísticas y en política. Por ejemplo, el Diccionario de la lengua española dice “Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares” (especifica que es su segunda acepción, la primera es “popularismo”. También indica que se usa en sentido despectivo). En la llamada ciencia política, se define: “El populismo es una filosofía política que promueve los derechos y el poder del pueblo en su lucha contra una élite privilegiada. Se trata de un concepto difícil de definir con exactitud, con el que se designan realidades diferentes. El uso del calificativo “populista” se hace habitualmente en contextos políticos y de manera peyorativa, sin que del término se desprenda por sí mismo una evidente identificación ideológica, sino estratégica dentro del espectro izquierda-derecha.
(https://es.wikipedia.org/wiki/Populismo#CITA REFY larri2015).

Hace pocos días estuvo en México el ex Primer Ministro británico Tony Blair, quien opinó en términos francos sobre el populismo y los populistas: “El problema con los gobernantes populistas es que quieren dividir y consideran al sector empresarial como un enemigo”. Agregó algo que los mexicanos estamos viviendo y viviremos en el próximo sexenio: “Gobernar con consultas ciudadanas no es buena idea porque a los gobiernos se les elige para que tomen decisiones”. (Reforma, 10/11/2018).

En un texto más cercano a nosotros (El pueblo soy yo, E. Krauze, p. 115, Debate, México, 2018) expresa esto sobre el populismo: “Es una forma de poder, no una ideología. Más precisamente, el populismo es el uso demagógico que un líder carismático hace de la legitimidad democrática para prometer la vuelta de un orden tradicional o el acceso a una utopía posible y, logrado el triunfo, consolidar un poder personal al margen de las leyes, las instituciones y las libertades”.

El populismo, que creíamos era un producto sudamericano de izquierdas y derechas, ha penetrado irremediablemente hacia el norte del continente, como se dijo en la primera parte de esta serie. Más que eso, en la vieja y civilizada Europa, donde la democracia ha sentado verdaderamente sus reales, han aparecido brotes de populismo. La Francia libertaria cuenta con Marine Le Pen, de Agrupación Nacional y del Frente Nacional, populista de derecha que ha competido por la presidencia y que por fortuna no ha ganado (pero recordemos que hay quienes van por la tercera como vencida). Le Pen es xenófoba, racista, segregacionista, supremacista y pugna porque Francia salga de la Unión Europea, abandone el Euro como moneda y se separe del Espacio Schengen (una importante área de tránsito libre entre naciones europeas). Ya vimos lo que pasó con el Brexit, que causa al Reino Unido más perjuicios y divisiones, pero no hay vuelta atrás).

En España, que resucitó del franquismo para adoptar la democracia, ha surgido un movimiento político de corte populista de izquierda, que empieza a atraer adeptos; se llama “Podemos”, liderado por Pablo Iglesias. “Podemos” mantiene ligas con el bolivarismo venezolano y empieza a cobrar fuerza en una España, que se ha significado por el tremendo divisionismo regional, autonómico y lingüístico. Es de suponerse que tendrá oportunidades en los siguientes procesos electorales.

El populismo sabe adueñarse del poder y de sus fuerzas armadas. Éstas pueden servir como instrumento fuerte para asegurar el dominio y permanencia. Lo de la inseguridad es la fachada que ahora tendrán en México: no se resguardarán en los cuarteles, serán la clave de la absorción del mando único.

Extenso e interminable tema. Es importante que se conozca y difunda lo que es el populismo. Vivirlo es ya cosa inevitable. Difícil acertar si el fenómeno terminará en 2024 o si el pueblo de México reflexione y tenga una oportunidad de reversión. (FIN).