Mucha política…
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Mucha política…

 


Se dice que durante la administración del General Porfirio Díaz como presidente de México, se instituyó la frase “Poca política y mucha administración”, sin que fuera lema oficial de su gobierno. Tal vez por ello se logró durante 35 años, una gran estabilidad económica y financiera, haciendo de México un espacio favorable para las inversiones locales y foráneas, las cuales (desde luego con fines de lucro) sirvieron para realizar un notable despegue en la industria, la minería, el transporte ferroviario, la navegación marítima y el comercio. La agricultura estaba en manos de hacendados mexicanos, la mayoría, de suerte que el abastecimiento de alimentos era genuinamente nacional y suficiente para el abasto de una población que entonces no llegaba a 15 millones de habitantes (Porfirio Díaz ordenó realizar el primer censo nacional de población en 1895, el segundo en 1900 y el tercero en 1910).

Díaz conjugaba en su haber curricular varias características que debía reunir un estadista de sus tiempos: era letrado al haber cursado estudios eclesiásticos en el Seminario de Oaxaca y estudiado Derecho en el Instituto de Ciencias. Luego, fue un militar triunfador, estratega eficaz y verdadero patriota. Durante sus campañas militares (de 1854 a 1867 en defensa del suelo patrio) organizó ejércitos y supo practicar la recaudación legal para el sostenimiento de sus tropas y del mismo gobierno de Juárez, a quien le entregó una suficiente hacienda pública. En esos años y los siguientes practicó la política y la administración pública conjuntamente, al ser gobernador de Oaxaca, diputado federal, secretario de Fomento. También fue, como solía ocurrir en sus tiempos, conspirador y revolucionario, encabezó las revoluciones de la Noria contra Juárez, y la de Tuxtepec contra Lerdo, permitiéndole ésta última el acceso al poder y desde 1877 ejercerlo con mano firme y con enorme visión de Estado.

México estaba en guerra permanente desde 1810, sufrió asonadas, golpes de estado, pronunciamientos, cambios constitucionales, invasiones extranjeras, pérdida de territorio, imperio de Habsburgo, guerra civil, pugnas políticas y religiosas graves, bandolerismo, vandalismo, entre otros males. En suma, un país dividido, empobrecido, inseguro. El llamado Porfiriato trajo tres décadas de paz y de prosperidad económica para cerrar el siglo XIX e iniciar el XX como un país respetado mundialmente, si bien la pobreza campesina continuó como desde el imperio azteca y el México independiente.

Hoy en día, después de cien años de concluida una revolución que oficialmente ha sido símbolo de la política mexicana, la pobreza extrema en el campo y las ciudades, campesina, es otro de los sellos imborrables de este país. Se junta a ello la brutal inseguridad, la mala administración del erario, la corrupción, el ascenso fácil a cargos públicos de elección.

Hoy en día prevalece mucha política (malísima) y pésima administración. A pesar de que pomposamente hay carreras universitarias de “administración pública” y de “ciencia política” y muchos se dicen “politólogos”, la política mexicana se convirtió ya en un botín de oportunistas, de partidos comparsa, de voraces ambiciones del dinero público repartido alegremente a través del Instituto Nacional Electoral y los institutos estatales, con un tribunal especial para asuntos electorales que resuelve a favor de quien ostenta u ostentará el poder.

A la administración gubernamental llegan políticos que usan el erario en beneficio propio y no en favor del pueblo y de las necesidades de éste. Ya llevamos más de dos meses de un triunfo electoral arrollador y de un ejercicio virtual del poder, sin que se sepa si tales audacias se convertirán en realidades positivas para la ciudadanía. Se va un gobierno maltrecho, desprestigiado, difamado, corrupto en mucho; un gobierno más que no resuelve nada a favor del pueblo mexicano.

Llegará otro gobierno de quien mucho se espera, con un gabinete y legislatura llenos de políticos de dudosa capacidad administrativa. Este pueblo mexicano merece y espera trato digno, equitativo, honradez y mucha seguridad económica y justicia. ¿Se podrá?