Nada como esta fiesta
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Nada como esta fiesta

 


La fiesta del Lunes del Cerro es única en el mundo y es un reconocimiento a la cultura de nuestros ancestros zapotecos que vivían en armonía con el universo y con nuestra Madre Tierra, la naturaleza.
La fiesta del Lunes del Cerro siempre fue una fiesta pagana popular y familiar.
En diferentes épocas se ha llamado la gran fiesta de los Señores, Hueitecuilhuitl, en la época prehispánica; Lunes del Cerro; Fiesta de la Azucena, a partir de 1928; y hoy día, Guelaguetza. Lo cierto es que los oaxaqueños la seguimos llamando: Lunes del Cerro.
Huaxyacac era un cuartel mexica, con su correspondiente guarnición de guerreros, cuyo dios, por supuesto era el dios de la guerra Huitzilopochtli. No eran pacíficos campesinos dedicados a la agricultura que veneraban a Centeotl, diosa de la tierra y del maíz.
Huaxyacac solo duró 35 años y no como pretenden hacernos creer que su presencia había sido permanente.
El territorio donde se asentó era, por derecho, territorio que le pertenecía a los zapotecos.
Del cerro de El Fortín, los mexicas sólo ocupaban lo que es el mirador actual (2018).
Xochimilco se fundó con la llegada de los españoles, fuera de Huaxyacac.
Hasta 1828 el Lunes del Cerro era una fiesta familiar en la que no tomaba parte ninguna otra región del estado, más que los habitantes de la capital y sus pueblitos y agencias aledañas. La fiesta era en la tarde.
Cuenta Guillermo Rosas Solaegui (1978) que: “Desde la falda del cerro hasta la rotonda en donde está el monumento a Juárez, había en regulares distancias tienditas improvisadas, en donde se vendían exquisitos manjares… música acá y allá, tanto en changarros populares como en changarros de catrines… el comercio, todo de la ciudad, cerraba sus puertas por la tarde del lunes para que sus empleados no se perdieran su fiesta favorita, inclusive los propios patrones… hermoso Lunes: música, luz y alegría, amor, comida y bebida, era la fiesta del pueblo y para el pueblo…”
“Por regla general, y era algo esencial: El remojón. Caía un torrencial aguacero a eso de las seis de la tarde, que no respetaba paraguas, sombrillas, impermeables de hule y de palma… pero por gracia quién sabe de quién, el aguacero no duraba mucho. Después del remojón que daba a los paseantes, cesaba… yéndose cada quien a su casa, llevando en su interior la satisfacción de haber gozado de una fiesta netamente oaxaqueña, de casa, íntimamente hogareña, en grande.”
La fiesta actual es una mezcla zapoteca y mexica; comenzando con el nombre actual: Guelaguetza y Centeotl, la diosa mexica de la tierra y del maíz. Esto se fusionó en la época contemporánea, para hacer una fiesta espectacular para turistas nacionales y extranjeros.
La guelaguetza es una costumbre heredada de los zapotecas que se practica, principalmente, en la región de los Valles Centrales; consiste en recibir o dar ayuda para realizar una fiesta, que puede ser una boda, un bautizo, un cumpleaños o la fiesta del santo patrón; pero también puede ser un duelo, como un difunto—. La guelaguetza que se recibe o que se da, puede ser en efectivo, en bienes o en un servicio personal. Al recibir guelaguetza, adquieres el compromiso de pagar posteriormente, el equivalente, lo mismo o algo mejor, a tu benefactor, cuando él lo necesite.
Por lo anterior, se entiende que no hay guelaguetza para ricos o para pobres, para visitantes o para anfitriones, para hombres o para mujeres; la guelaguetza es para todos donde quiera que se necesite.
Guelaguetza es un concepto que los oaxaqueños entendemos sin palabras y que en la realidad se realiza, sin trajes regionales, sin bailables, sin música y puede darse en cualquier fecha; más que tratar de explicarlo, los oaxaqueños lo vivimos, sentimos y agradecemos.
No es una presentación o un espectáculo, ni son los regalos; me parece que la palabra que describe mejor la guelaguetza, como traté de explica arriba, es ayuda y también puede ser cooperación.
Centeotl, la diosa mexica de la tierra y del maíz se incorpora a la celebración pagana porque fue ofendida por los habitantes de Huaxyacac que únicamente reverenciaban a Huitzilopochtli, dios de la guerra, con ruegos, genuflexiones y postraciones, con ayunos y otras austeridades; con sacrificios y oraciones y con otros ritos propios exclusivamente de su religión.
Y como castigo empobreció las tierras, secó los pozos y los ríos y las cosechas no daban y los alimentos empezaron a escasear durante varios años. El sumo sacerdote, el tlatoani y los comerciantes reconocieron este olvido imperdonable de la diosa de la tierra y del maíz; de inmediato empezaron a construirle un Cu (teocalli).
La diosa atendió sus ruegos y cubrió nuevamente de frutos la tierra de Huaxyacac. El 13 de Tecpal del IX Hueitecuilhuitl, tercer lunes del mes de julio, los sacerdotes acompañados de hombres y mujeres, se trasladaron al cerro del Fortín dispuestos a reparar el agravio a la diosa.
En 1738 las fiestas del lunes del cerro se acompañaban de una falsa serpiente gigante, de más de diez metros, hecha de carrizo y cartón pintado de verde, que era llevada en los hombros de jóvenes que se ocultaban en su interior. Fue prohibida en 1741 por del espanto que causaba al pueblo, por orden del Obispo Mons. Tomás Montaño y Aarón (23 jun 1737 – 24 oct 1742)
En 1741 se empezaron a usar los monotes de calenda. La peregrinación al cerro de El Fortín era acompañada por esculturas gigantes hechas de carrizo y papel de china, representando a las diversas razas humanas. A los monos de calenda, en ese entonces les llamaban: gigantes. En 1882 fueron suprimidos.
En 1928 el gobernador Genaro V. Vázquez trató de cambiar el nombre de los lunes del cerro por el de Fiesta de la Azucena. No logró su propósito pues el pueblo le siguió llamando Lunes del Cerro.
Así, por intervención de esa fuerza misteriosa que impulsa lo mismo a los pueblos que a los individuos, la fiesta profana zapoteca y mexica se ha convertido en la Guelaguetza, que se conmemora cada año y que los oaxaqueños seguimos llamando: Lunes del Cerro