Despertar y resaca
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Hoja por hoja

Despertar y resaca

 


Se avecina el cambio. Cinco meses tiene el actual presidente para terminar su administración. Cinco meses tiene el candidato ganador para seguir haciendo ajustes a su presunto gabinete, a sus ideas de reforma, para cerciorarse de que el poder no se puede ejercer con un acto de prestidigitación o con una varita de virtud. Ejercer el poder con honestidad y sin corrupción como tanto preconizares una tarea tan infame e ingrata como acarrear la piedra de Sísifo o como los doce trabajos de Hércules, algo que sólo los titanes o semidioses en la mitología o en las leyendas han podido. Habría que ser el rey Arturo para tener la magia de sacar la espada de la piedra o tener la decisión de Alejandro (Al-Iskander) para romper el nudo de Gordio de un solo tajo, porque los políticos mexicanos y los presidentes de nuestro país, al enfrentarse al famoso enredo han pretendido desenmarañarlo, logrando sólo enredarlo más.
Pero también romper el nudo gordiano de la política implica desarticular toda la hilatura y complejidades de las instituciones y de la burocracia. Ejemplos en América Latina sobran: Juan Domingo Perón y su mujer Eva Duarte, Fidel Castro y su hermano Raúl, Daniel Ortega y los sandinistas, Hugo Chávez y su engendro Nicolás Maduro, por citar a los más conspicuos, han pretendido llegar con un machete a romper los nudos que han atado en la pobreza y la desigualdad a las desafortunadas sociedades a las cuales han tenido el infausto designio de “gobernar” (por usar un eufemismo), con el resultado nefasto de que han empobrecido a esas sociedades porque han querido redimir con su sola presencia, con su sola imagen y con su sola palabra. Pareciera que parafrasean al Evangelio de San Juan al constituirse el ‘camino, la verdad y la vida’ de naciones caídas en desgracia.
Si América Latina logró desafanarse de dictaduras y de los llamados gorilatos, producto de asonadas, traiciones y golpes de Estado, arribó un poco tarde a la democracia, esa anhelada panacea de las soluciones políticas. Pero ¡Oh tragedia! El proceso democrático les ha servido para servirse, para constituir cadenas de reelección personal y de abrumadora concentración del poder y de riqueza. Algunas de las dictaduras de facto en la actualidad, llegaron por procesos democráticos, usando y abusando del voto y por ello de la voluntad popular en un momento inicial, del momento en que aprovecharon el hartazgo por al abuso de las oligarquías, e ingenuamente acudieron a las urnas electorales a donar un pedacito de su espíritu cívico, un trozo breve de su esperanza.
La izquierda y los izquierdistas originales invocaban a Marx, Engels, a Lenin y la vasta doctrina económica y social derivada de Das Kapital (El capital), la monumental obra del gigante de Tréveris. Se hablaba de la acumulación de capital, de la plusvalía, de la acumulación originaria, de la lucha de clases, de la dictadura del proletariado, del capitalismo rampante, del imperialismo, del materialismo histórico, de conformación de los Estados por la superestructura de instituciones jurídicas surgidas por el modo de producción, del sindicalismo libre y, en suma, de la emancipación mental y económica de la sociedad por los procesos de transformación de las fuerzas productivas. Hoy en día la llamada izquierda desconoce esos viejos y fundamentales principios. En la actualidad la pretendida “izquierda” es la que impulsa por el aborto, el matrimonio igualitario, la subordinación de las mayorías ante grupos radicales minoritarios disfuncionales, por la desaparición de la familia tradicional (que Marx defendió); es una izquierda que quiere desaparecer la identidad nacional vía la diversidad lingüística que nada une pero todo separa y antagoniza; por la llamada “perspectiva de género”, la veneración de las etnias y otros conceptos contrafactuales en una mala interpretación de Spinoza y una muy sesgada visión de los problemas nacionales.
Los regímenes devenidos en populismo, surgido—hay que reconocerlo—por la ineptitud y corrupción de las clases en el poder (y no por el neoliberalismo), han terminado en sonados fracasos, en pobreza, violencia, desunión y también en corrupción. No deseamos eso para México. Algo supremo debe iluminar a quienes tomarán pronto la estafeta del poder.