1968: medio siglo (III)
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1968: medio siglo (III)

 


En 1968 había presos políticos. Los más conocidos eran Valentín Campa y Demetrio Vallejo, ambos líderes sindicales ferrocarrileros y protagonistas en 1959 de las huelgas en su gremio cuando era presidente Adolfo López Mateos, cuyo régimen se encargó de reprimir el movimiento y encarcelar a Campa y Vallejo, que se convirtieron junto con el pintor David Alfaro Siqueiros, en los reclusos más famosos del Palacio de Lecumberri, si bien el artista ya había salido de prisión antes de 1968.
En 1968 estaban vigentes en el Código Penal para el Distrito y Territorios Federales (así se llamaba), los artículos 145 y 145-Bis, que tipificaban el “delito de disolución social”, fundándose en esto para encarcelar a los considerados enemigos del régimen, a quienes encabezaban o participaban en movimientos sociales o de reivindicación obrera y campesina. Ese ordenamiento legal fue, desde años antes, el instrumento del régimen para reprimir movimientos como el de los maestros (encabezado por Othón Salazar) en 1959 o el Movimiento Médico de 1965.
La ciudad de México (siempre se ha llamado así), por ser la capital del país y por ser la sede de los poderes federales (por eso era un Distrito Federal, que no era su nombre), era el espacio natural para las expresiones de inconformidad, puesto que la autoridad suprema en todo el país era el presidente de la República y pertenecía al PRI, como pertenecían a ese partido todos los gobernadores de los estados, los gobernadores de territorios (entonces Baja California Sur y Quintana Roo), todos los presidentes de los más de 2400 municipios del país y todas las organizaciones de trabajadores, campesinos, burócratas y demás: la CTM, la CNC, la CNOP, la CROC, la CROM, etcétera, columnas del corporativismo mexicano y cuyos líderes (en particular el poderoso y sempiterno Fidel Velázquez de la CTM) eran quienes controlaban todas las acciones políticas de apoyo incondicional al presidente. La capital, México, era gobernada por un Jefe de Departamento, llamado extraoficialmente “Regente” que designaba el presidente y que por supuesto le era incondicional.
En 1968 existía en la ciudad de México, el Cuerpo de Granaderos, cuya tarea precisamente era la represión y la violencia física, dispersaban manifestaciones con toletes y con gases lacrimógenos, detenían y masacraban a los manifestantes, golpeaban indistintamente a hombres, mujeres y niños. En 1968, los granaderos fueron la contraparte inicial de las demostraciones estudiantiles. Era la policía antimotines con libertad de acción, no tenían límite en su actividad y la gente los odiaba y eran objeto del desprecio popular.
El ejército era parte de la represión. De ser insuficiente la fuerza de los granaderos, de inmediato la Secretaría de la Defensa Nacional entraba en acción y participaba abiertamente en la violenta represión contra trabajadores, maestros o estudiantes que osaran levantar la voz en contra del gobierno. La marina por entonces no participaba en la represión y estaba confinada a labores sencillas de limpieza en las desvencijadas naves de la Armada en Veracruz o Tampico.
En 1968 el Futbol Americano era, junto con el béisbol, el deporte que más atraía a los jóvenes y se vivía la tremenda rivalidad entre la Universidad y el Politécnico que en el Clásico “Pumas-Burros Blancos” llenaba el estadio de Ciudad Universitaria y generaba marchas, fiestas, peleas y gran algarabía y efervescencia estudiantil. Era el espacio del desahogo y a veces, al terminar los partidos, los granaderos se hacían presentes para el golpeo salvaje.
En 1968 confluían elementos y argumentos para confrontar al régimen y al sistema político mexicano, anquilosado y anclado en vacuas consignas “revolucionarias”, sin ideología, con desmesurado culto a la personalidad del presidente que era Gustavo Díaz Ordaz-Bolaños Cacho, de rancias familias oaxaqueñas, nacido en Oaxaca y convertido en poblano, por obra de Maximino Ávila Camacho. (Continuará).

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