1968: medio siglo (II)
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1968: medio siglo (II)

 


Hace cincuenta años, quienes esparcíamos entusiasmo juvenil en torno de cualquier cosa, éramos testigos de un régimen político y económico duro y estricto, revestido de fortaleza que le daban las instituciones controladas por un partido avasallador y algunos partidos-comparsa que aplaudían y reverenciaban al primer mandatario”, que se sublimaba cada primer día de septiembre. “Gracias Señor presidente” era una de las frases estampadas en mantas, pancartas y, lo que era más vergonzoso: en las ocho columnas de lo que empezábamos a llamar “prensa vendida”. Atestiguábamos también en los primeros meses de ese año, un mundo desbordado en la Guerra Fría y la dura pugna entre occidente y la Cortina de Hierro.

El año de 1968 era el despertador y alarma para los jóvenes y para muchos adultos amodorrados en las poltronas de la resignación. Varios factores incidían en el sonido de las alarmas en política, en religión en ideologías.

El Concilio Vaticano II tenía poco de haber concluido y la Iglesia cambiaba el rumbo de la liturgia. Millones de jóvenes en todo el mundo se adherían a las nuevas formas: misa en lengua de cada nación, música nueva y popular en los templos, himnos nuevos de alabanza, gremios de jóvenes catequistas, nueva evangelización, permisible leer la Biblia, las mujeres dejaban el velo, la paz se deseaba estrechando la mano de los feligreses más próximos, sacerdotes irresponsables, muchos cambios que, sin notarse, generaban una polarización con grupos que pensaban de otra manera, jóvenes adoctrinados en creencias profanas con el fin de cambiar al mundo.

La Revolución Cubana parecía fresca aún y una foto famosa del “Che” Guevara era suficiente para pensar en que se podía tomar el poder con ese retrato como escapulario. La Unión Soviética revisionista nos inundaba de propaganda: el “Boletín de información de la embajada de la URSS”, folletería quincenal gratuita, sencilla pero subliminal en el mensaje: el paraíso está en el socialismo; bellas jóvenes rusas y atléticos estudiantes de la Komsomol. Por su parte, Mao Zedong (entonces Mao Tse-Tung), inundaba de propaganda a Occidente: “China reconstruye” era la magnífica revista que surtía de fotos a color con los campos de sembradíos y las maravillas médicas del comunismo chino, estalinismo revisitado que penetraba profundamente en los jóvenes radicales de América Central y del Sur.

Choque de idearios y de ideologías arrojaba a la lucha: “Cristianismo sí, comunismo no”, se leía por todos lados y en las universidades se fundían ideas y contrastes produciendo una inevitable polarización que primero generó violencia interjuvenil, pero que después se enfiló hacia los verdaderos culpables: gobiernos y sus instituciones caducas. El Estado resultaba culpable por no corregir el rumbo; el Estado era el asiento de la reacción; retrógrado y anacrónico. Aquí no cabían leviatanes sino ogros filantrópicos a la manera de Octavio Paz, profeta de un derrumbe inevitable de las estructuras y cimientos del poder político.
Las condiciones estaban ahí, puestas en la mesa como manjares para el insaciable apetito, y listos para ser devorados y dejar en la mesa sólo desperdicios. Manjares que terminaban, por el inexorable proceso biológico en las letrinas y en los resumideros de la política, pero que en el tránsito digestivo habían nutrido a la juventud que, con bríos se disponía a salir a la calle, a gritar, a protestar, a reclamar, a reivindicar ora en Paris, ora en Praga, ora en México, ora en Berkeley, ora en Tokio.
Las contradicciones del capitalismo y del socialismo fueron el combustible para activar y movilizar a la generación de 1968 que de manera legítima se manifestaba por el cambio y por la exigencia de rectitud en unos amodorrados gobiernos que se refocilaban aún con los residuos y migajas que dejó la economía de guerra real y de guerra fría.
En 1968 no imaginamos que 50 años después este México rebelde se iría desembocando hacia el populismo, adocenado por un mesianismo unipersonal y no a instituciones serias ¿Qué ocurrió?

(Continuará)