1968: medio siglo (I)
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1968: medio siglo (I)

 


Más de una generación ha pasado. Son cincuenta años que se dicen rápidamente y que se pueden esfumar de la memoria y que las consecuencias pueden ir desapareciendo o volar escondidas en un pretendido esfuerzo democrático. Entonces México tenía menos de 50 millones de habitantes y el país parecía navegar en calma chicha, sin avistarse la tormenta ni el iceberg donde chocaría la nave del sistema político e iría haciendo agua poco a poco.
Eran ya 14 años de estabilidad cambiaria. El desarrollo estabilizador mantenía a flote el bajel de la economía nacional y se aceraba una gran fecha para México: el 12 de octubre iniciarían los juegos de la XIX Olimpiada de los tiempos modernos. Se iniciaba la “Olimpiada Cultural” y muchos países mandaban embajadas y delegaciones de artistas, intelectuales, creadores de esa contemporaneidad para hacer amenos los meses y semanas previos al acontecimiento.
No sin asombro se leían en la prensa y en LIFE en español los formidables reportajes fotográficos otros sucesos lejanos: el mayo parisino con su revolución estudiantil y obrera: la más grande huelga en Francia, el declive del general De Gaulle y el clamor por el cambio en la conducta en la sociedad de consumo y en una nueva visión política: atrás quedaban los viejos líderes de la guerra y posguerra, se demandaba una nueva forma de relación, repudiar las estructuras de poder y búsqueda de una participación social amplia.
En Praga, capital de Checoslovaquia, se gestaba un socialismo humanitario, alejado de la férrea imposición moscovita. La Unión Soviética no podía permitirlo y envió tanques y tropas del Pacto de Varsovia para aplastar cualquier pretensión libertaria. Eran los primeros indicios de un resquebrajamiento tras la “Cortina de Hierro” que fructificaría 20 años después, cuando Brezhnev ya era momificado y Gorbachov daba el vuelco y estocada final.
En este segmento geográfico se convulsionaba Estados Unidos: Martin Luther King, adalid de la lucha por los derechos civiles era asesinado en Menphis y semanas después el demócrata y avasallante aspirante a la Casa Blanca, Robert “Bobby” Kennedy era víctima de la maldición a su familia: fue asesinado en California, donde había arrasado en las primarias y el rumbo de ese país cambiaba brutalmente. En paralelo, en la juventud americana se daba el movimiento hippy y las luchas estudiantiles en las universidades y las expresiones multitudinarias contra la guerra de Vietnam. Nixon por fin ganaba las elecciones.
Meses antes, en octubre d 1967 fue masacrado en Bolivia el “Che” Guevara y se convertiría su imagen en el símbolo por excelencia de los movimientos sociales de 1968 en todo el mundo. La Revolución Cubana aportaba con ese personaje, un impulso revolucionario en una juventud que buscaba una identidad común y de oposición a todo: “Prohibido prohibir”, era una de las grandes consignas surgidas en el París de los adoquines convertidos en proyectiles de defensa ante la agresividad de la policía antimotines, como lo fuera también en nuestro México.
Aquí, la historia es conocida. Un pleito estudiantil brutalmente reprimido. Un evento conmemorativo del 26 de Julio (Asalto al Cuartel Moncada) y el cobarde asalto militar al Colegio de San Ildefonso (Preparatorias 1 y 3 de la Universidad Nacional) daban pie al movimiento estudiantil, genuina expresión opositora: era contra las leyes y normas y por ello un movimiento valiente y temerario que sufría la represión física y la intolerancia. Hoy las oposiciones están dentro de un código vigente de amplio libertinaje, así no tiene chiste.
De los liderazgos juveniles se ha hablado mucho. Pero las dos figuras señeras, fortaleza del movimiento de 1968 lo fueron dos ingenieros: Javier Barros Sierra y Heberto Castillo. El Rector y el catedrático, el defensor de la autonomía universitaria y el luchador social por las libertades públicas. El espíritu que ambos impulsaron con su entereza sembró la semilla de un nuevo pensamiento. (Continuará).

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