La complicidad, jamás puede ser lealtad de la buena
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Es mi opinión

La complicidad, jamás puede ser lealtad de la buena

 


Dice la leyenda que enfrentado Aristóteles con su maestro Platón en un debate filosófico, alguien le preguntó al primero si le era desleal a su maestro y simplemente contestó con firmeza. “Amo mucho a mi maestro, pero amo aún más a la verdad”. Palabras más, o palabras, menos, esa es la idea. Le fue más leal a la verdad que a la enseñanza de su amigo y maestro. Esa es grandeza de espíritu que no debemos perder de vista.
Pasó el tiempo y éste le dio la razón a Aristóteles, quien se mantuvo firme porque estaba convencido de su verdad. A esa firmeza se le llama principio, concepto tan olvidado en nuestros tiempos, cuando todos necesitamos reafirmar nuestros valores como sujetos inmersos en el torbellino de falsedades y verdades que nos confunden.
Ese mismo torbellino de opiniones y corrientes de pensamientos, muchas veces no nos permiten reflexionar sobre nuestros principios de conducta, y esa falta de reflexión nos lleva a cometer errores que tarde o temprano afectan en alguna forma nuestras vidas. Es cuando exclamamos: “¡si lo hubiera sabido!”, “¡si alguien me lo hubiera dicho!”. Pobre condición la nuestra cuando nos hallamos en el valle de los ¡hubiera!
Por eso, haremos muy bien en permanecer en alerta respecto a los falsos principios que el entorno humano nos vende como verdades. Por ejemplo, y sólo pondré uno, que espero ilustre suficientemente el tema. He visto muchos casos en los cuales la lealtad se hace a un lado, para cederle todo el terreno a la complicidad. ¡Cuidado, la complicidad, jamás puede ser lealtad de la buena!
Esto se ve con mucha frecuencia entre padres e hijos, entre jefes y subordinados, entre maestros y alumnos, así como entre amigos. Este fenómeno se ve sobre todo entre compañeros en la política. En estos y otros muchos casos vemos que el agradecimiento por favores recibidos supera los principios y caemos en la complicidad, creyendo falsamente de que estamos rindiendo culto a la lealtad.
Cuando nos hallamos en situaciones así de complicadas, vale la pena recordar, que el fin jamás justifica los medios. Este es un principio que encierra un grande contenido moral y de ética, que nos permitirá caminar con la frente en alto, aunque sea con dos o tres amigos menos. Y amigos entre comillas, por supuesto.
Y digo amigos entre comillas, porque nadie que sea un verdadero amigo, nos obligará a pisar nuestros principios reclamando lealtad por encima de todo. Recordemos que ni la vanidad de un excelente empleo, ni un jugoso sueldo, tampoco la promesa de un mejor porvenir justifican olvidar los principios de conducta.
Refiriéndose a los hombres que se pintan el cabello para verse menos viejos, mi padre hizo un comentario que jamás he olvidado. “Pintarse las canas, todos pueden hacerlo; lo difícil es honrarlas con nuestros actos” Esa es una verdad de kilo y medio, que bien vale la pena conservarla en nuestro diario anecdotario.
Mi padre también solía decir que para dignificar las canas, no basta ser santo, porque también existe la santidad inútil, cuando esa santidad no se apega a la verdad. Si bien, el hábito ayuda al monje, también encubre al falso consejero que muchas veces nos sorprende desde los primeros días de nuestra existencia.
Terminaré esta reflexión asegurando que nadie nos puede obligar a pisotear nuestros principios, de permitirlo habremos perdido la más importante batalla en nuestra vida. Y esa derrota nos perseguirá aún más allá de nuestra muerte obligando a nuestros descendientes a ocultar por vergüenza parte de nuestra historia. Esto implica forzosamente honrar nuestros nombres, con la verdad como principio fundamental en la trascendente tarea de hacer y de pensar.
Esto es importante. Y ¡Hay que decirlo!
Es mi opinión. Y nada más…
raulcampa@
hotmail.com