Estar preparados
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Estar preparados

 


En religión y política debe haber diferencias y deslindes, como la separación de la Iglesia y el Estado: a Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar. Pero esa frontera que parece tener un muro, en realidad asemeja a ambas corrientes en sus principios dogmáticos, en sus artículos de fe y en el seguimiento de algún patriarca, profeta, mesías o redentor. En religión y en política hay todas esas cosas.
Desde el cristianismo primitivo y en la Edad Media, se pensaba que el fin del mundo estaba próximo. El milenarismo se convirtió casi en una doctrina y muchos predicadores y evangelizadores en el Nuevo Mundo, después de la Conquista, apuraban bautizos y conversiones a la nueva fe, por el presentimiento de que pronto vendría el fin y los creyentes nuevos y viejos deberían estar preparados para el Armagedón, la gran tribulación, el reino de los mil años, la Nueva Jerusalén y desde luego la resurrección de la carne. En el Viejo Mundo la peste y sus terribles consecuencias, así como las constantes guerras, hacían ver cercanísimo el fin de la existencia terrenal.
Muchos miles de creyentes sinceros morían alegres en la fe por la convicción de que sus almas estaban a salvo; según las creencias vigentes hasta hoy, no todos van directamente al paraíso celestial, sino que la mayor parte debe hacer escala en el purgatorio Los desafortunados irán directamente al hades, al fuego eterno de donde nunca deberán salir.
Pero para el caso de las ánimas del purgatorio había algunos consuelos: que sus seres vivos rogaran permanente por ellos y existían atenuantes salvíficas, como el escapulario carmelita, que para quienes lo portan, el salto al cielo puede acortarse además de las indulgencias. Hasta nuestros días, hay sectas que esperan el fin de los tiempos y algunas hasta son de carácter suicida.
En nuestro México estamos viviendo lo que puede dar lugar a una transformación política, basada no en proyectos derivados de la planificación económica y social, sino en propuestas y aspiraciones en mucho destructivas por el grado de irresponsabilidad en los ofrecimientos: todos los candidatos y la candidata a la presidencia de la República poseen en sus mentes (que no en sus programas de gobierno) ideas para el reparto masivo y colectivo de los fondos de la hacienda pública; todos los habitantes de este país se beneficiarán aún sin esfuerzo, sin trabajar y sin estudiar, sin aportar nada a la economía nacional, eso que quede en manos de “empresarios rapaces y traficantes de influencias” para quienes se anuncia aniquilación total.
Preparémonos. Toda persona, en una de las ocurrencias, gozará del ingreso universal. En otra de las mayores muestras de despilfarro, se darán estipendios a los “ninis”, a estudiantes, a desempleados, a todas las mujeres, a ancianos y, en suma, a todo los que represente un voto en potencia el día de las elecciones. Pero no sólo los aspirantes presidenciales hacen esas promesas, también algunas de las candidatas a Jefe de Gobierno en la enorme ciudad capital. Por lo visto no habrá gasto corriente y mucho menos inversión pública con fondos oficiales, todo se irá por el drenaje del populismo.
Prepárense las universidades públicas: deben aceptar a todos los aspirantes, sin examen de admisión, sin importar promedio de calificaciones. ¿Habrá suficientes aulas, maestros, laboratorios, talleres y especialmente recursos para el avasallante número de estudiantes sin futuro? ¡Como en Cuba, que todos son licenciados y graduados universitarios pero que no tienen empleo y su ingreso mensual promedio es de sólo 30 dólares!!!
Preparémonos todos nosotros. Augurios de devaluación, fuga de capitales, nula inversión extranjera y local, escasez de alimentos y de medicamentos, escasez de bienes de consumo, de combustibles y de muchos satisfactores básicos. El SAT debe esperar menos recaudación de impuestos y no habrá banca que conceda crédito para financiar el inexorable déficit público. Los dogmas de una nueva religión política ya están escritos.