Servicios turísticos: ¿Quién los regula?
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Opinión

Editorial

Servicios turísticos: ¿Quién los regula?

 


El pasado domingo 18 de marzo, las redes sociales se dieron vuelo para difundir el accidente fatal en que falleció una turista originaria de la Ciudad de México, cuando se divertía en un paracaídas en la playa principal de Puerto Escondido. Sin embargo, otra persona, que iba en sentido contrario la impactó, de tal suerte que ambos se precipitaron a tierra con el resultado de una persona fallecida y una más herida. Si bien es cierto que el accidente fue algo inédito en la vida de este populoso puerto oaxaqueño, lo es también que nadie regula, mucho menos vigila la prestación de servicios como paseos en lancha, paracaídas y otras prácticas temerarias y extremas. Es común que en temporadas vacacionales se llenen las lanchas para paseos turísticos, sin que los pasajeros tomen precauciones como usar el chaleco salvavidas u otros mecanismos de protección. Es evidente que la renta de equipo de buceo, snorkel y otros, se dan sin la certeza de que estén en buen estado, mucho menos que se les obligue a las empresas o particulares que dan este servicio a comprar pólizas de seguros de vida, para percances tan lamentables como el que describimos líneas arriba.

La competencia entre quienes se dedican a otorgar este tipo de servicios genera imprudencias. ¿Cómo explicar que mientras una mujer se desliza por el aire, haya otra tirado por una lancha que vaya exactamente en sentido contrario? En efecto, se trató de un accidente lamentable en toda la extensión de la palabra, pero hay cuestiones que pueden evitarse y no dejar al arbitrio del azar todo aquello que en un momento determinado se puede convertir en un acto de vida o muerte. Lo hemos dicho en otros espacios editoriales: nadie regula también a los establecimientos para evitar abusos. Restaurantes que dan mal servicio, alimentos en pésimo estado, mariscos con salmonella, etc. Menos se regula a los establecimientos de hospedaje que, en épocas vacacionales hincan el diente a los visitantes, que hacen parecer a modestos hostales, con todos los servicios básicos, cual si fueran hoteles de gran turismo o cinco estrellas. El caso de Puerto Escondido sienta un precedente insoslayable: hay que poner vigilancia a la prestación de este tipo de servicios, antes de que la mala publicidad haga estragos con nuestro destino de playa. El asunto está hoy en manos de las autoridades ministeriales y habrá que fincar responsabilidades penales.

Mendicidad: Un rubro soslayado

Desde hace muchos años, indígenas de los Altos de Chiapas, tzeltales o tzotziles vienen a la capital del estado a mendingar. No vienen solos. Madres de familia, casi niñas, traen a sus pequeños en brazos o en la espalda, y se dedican a vivir de la limosna pública. Los hay por decenas en las esquinas de la Colonia Reforma, su lugar favorito, en donde los pequeños se pintan cual mimos y hacen malabares, luego de lo cual piden la moneda. En la Avenida Universidad hay otros tantos, que a veces, por lo pequeños, no son percibidos por los automovilistas, poniendo en peligro su vida. Es evidente la explotación de los menores por parte de sus padres o personas adultas, quienes los dejan durante todo el día, para pasar por ellos a ciertas horas del día. En cafés de ciertas colonias del norte de la ciudad, se les ve en horas avanzadas de la noche, pidiendo igualmente la moneda o algo para cenar. El espectáculo pues, es patético, pues a leguas se observa que los menores de ambos sexos son explotados, como es el caso de dos hermanitos, una niña si acaso de seis años y un niño de ocho, que antes de las dos de la tarde se pasan deambulando y mendingando, mientras la madres espera pacientemente las monedas para comprar la comida, en la calle de Violetas.

Lo que sorprende es que no haya un acto de autoridad para acabar o acotar este tipo de prácticas. Se trata de una vil y abierta explotación del trabajo infantil, que hacen personas que ni siquiera son de Oaxaca, sino que vienen desde sus lugares de origen a vivir de la mendicidad. Cualquier ciudadano puede contabilizar al menos cincuenta cruceros, en los cuales están los pequeños mendigos chiapanecos. En otra vertiente, también se les explota. Se trata de menores de edad que no asisten a la escuela, no obstante estar en edad escolar. Y se les ve vendiendo cigarros sueltos, dulces o chicles en pequeñas cajas de madera, que llevan a la altura de la cintura. Los hay también adolescentes y adultos, pero se privilegia a los menores. Hasta la fecha, el fenómeno de la mendicidad ha crecido de manera escandalosa, sin que a la fecha, las dependencias y entidades que dicen defender los derechos de niños y niñas, no hayan tomado cartas en el tema. No se trata desde luego, de afectar los derechos de los menores o de quienes por vagancia o tradición se dedican al negocio vil de la mendicidad, sino de proteger a ese sector de la sociedad que es vulnerable.