Sin mujeres, se para el mundo
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Sin mujeres, se para el mundo

 


  • Un pillo candidato, Anaya

El 24 de octubre de 1975 las islandesas decidieron no ir a trabajar, paralizaron el país y pasaron a la historia. Más del 90% de las ciudadanas de la isla (de algo más de 220.000 habitantes) secundaron el llamado “Día libre de las mujeres”. Tanto que los periódicos vespertinos no pudieron imprimirse. La mayoría de las tipógrafas habían secundado el paro. Muchos hombres tuvieron que llevarse a sus hijos al trabajo. Y preparar desayunos y cenas. Ese día, en los comercios que vendían comida se acabaron los artículos. Más de 25.000 mujeres se unieron en la plaza central de Reikiavik en una multitudinaria concentración festiva para exigir sus derechos. Fue un punto de cambio en un país en el que desde 1915, que empezaron a votar las mujeres, había sólo tres parlamentarias: el 5% de los escaños. Al siguiente año alcanzaron la dirección del país.

No fue una huelga típica, fue la idea planteada por la organización feminista Red Stockings, un comité de mujeres formado por distintas entidades y representantes de los partidos políticos que decidió rebautizarlo como “Día libre de las mujeres”. Los sindicatos y empresarios se unieron y nadie perdió el sueldo de ese día.

La jornada fue histórica. No sólo en Islandia, sino en todo el mundo. Años después, en 2016, las argentinas emularían el paro de las islandesas para gritar “ni una menos” contra la violencia machista.

También las polacas, que vestidas de luto riguroso dejaron de trabajar y salieron a la calle para elegir libremente su maternidad. Este año, 2018, feministas de 170 países convocaron para el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer a marchas y paros generales bajo el mismo lema: “Sin mujeres se para el mundo”. El éxito fue abrumador, en todo el mundo hubo paros y manifestaciones. Así tenía que ser la injusticia del y trato a las mujeres es mundial todavía, la OCDE dice que los servidores públicos el 48 % son mujeres pero en el gobierno central sólo es el 37% y en los gabinetes presidenciales por 25 hombres solo hay 5 mujeres. Esto en los países desarrollados.

Aquí en México el día de la mujer se da dentro de un baño de sangre femenina que padece el país. Los feminicidios, la violencia doméstica y la agresión contra las mujeres en la vía pública alcanzan los niveles más altos en toda la historia del país. Los crímenes contra luchadoras sociales, periodistas, líderes políticas siguen impunes en todas las latitudes, desde Chihuahua hasta Chiapas. Aquí en Oaxaca no cantamos mal las rancheras, presumimos y ejercemos el machismo, se hace gala de él, y si no nos obedecen, “duro con ellas”. Hay una cultura de violencia contra la mujer en todos los estratos de la vida económica y social de Oaxaca.

Hace años el periodista Carlos Coccioli publicó una nota sobre el asesinato, que pretendían las autoridades oaxaqueñas dejar impune, de una señora de apellido Audifred. La nota motivó que el presidente Don Gustavo Díaz Ordaz tomara el teléfono y le dijera al juez, que ya estaba en contubernio con el marido que la había asesinado: “Quiero un juicio justo”. En el sistema judicial parece que no han pasado los años, toda la cadena de ese poder está integrada por hombres, los agentes del ministerio público, jueces, secretarios y magistrados, son de género masculino y no sólo eso, sino que en todas sus sentencias resumen machismo y violencia contra las mujeres.

Hace poco tiempo una mujer que mandó castigar a su marido por infidelidad, fue condenada a una pena exagerada, se cambiaron la sentencia de un homicidio culposo, a uno doloso y se le aplicó la máxima pena que existía en el Código Penal. Sólo su buena conducta y un importante movimiento de mujeres en este siglo lograron modificar las condiciones de la sentencia; pero ese es un caso entre mil. Cada momento llegan a la barandilla del ministerio público casos de violencia intrafamiliar, las mujeres con la mejor de las intenciones con acabar con el infierno que viven, se someten a exámenes médicos, presentan pruebas, presentan testigos, integran expedientes y realizan toda una serie de trámites para que se pueda castigar a los culpables. Finalmente, después de grandes hazañas para integrar el expediente, cuando ya hay que consignar, los agentes del ministerio público sacan un verduguillo que les clavan en el pecho y corazón a las quejosas. Les advierten “está usted segura, porque este hombre en la cárcel puede organizar que la agredan e incluso que la maten o que lastimen a algunos de sus parientes” y ahí es donde la mujer que se había armado de valor y hecho un gran esfuerzo para castigar a su agresor, se quiebra y deja sin efecto la denuncia. La amenaza de posible atentado a su familia, o a ella, a pesar de estar el delincuente en la cárcel, es más grande que su deseo de castigar a quien la ha agredido. Hemos avanzado en materia de equidad de género y de establecer leyes para disminuir la violencia en el país, lamentablemente el subdesarrollo y la falta de educación del oaxaqueño tiene una de sus expresiones más dolorosas en la violencia contra las mujeres.

Anaya un pillo de siete suelas

Independientemente de lo que ocurra jurídicamente con Ricardo Anaya, es evidente, tenemos a un candidato a la presidencia que vive fuera de sus ingresos, mantiene y educa a sus hijos y familia en los Estados Unidos y viaja cada ocho días a pasar el fin de semana con ellos. El tren de gastos que implica esta movilización rebasa el manejo de cualquier ejecutivo. Ahora sabemos cómo le hace, ha participado en operaciones de lavado de dinero, le gusta hacer negocios y hace negocios truculentos, tiene una planta industrial y una serie de amigos que crean empresas fantasmas para lavar dinero y multiplicar sus ingresos. Anaya ha defraudado a su partido, a sus socios y ahora quiere defraudar a los mexicanos. Lo grave de este asunto es que la política se haya rebajado tanto, que tengamos a un candidato bajo sospecha de ser un delincuente y lavador de dinero y siga adelante, eso sí representa un peligro para México.