La vecindad del terror
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La vecindad del terror

 


En 1938, luego de la expropiación petrolera, se pensaba que la industria de hidrocarburos entraría en una crisis brutal que nos dejaría en pobreza extrema. No ocurrió así, por más que algunos cronistas del oficialismo digan que hubo actos de heroísmo por parte del gobierno cardenista y de los trabajadores petroleros, que dejaban de prestar servicios a patronos privados y se convertirían en empleados de Pemex.

Lo cierto, como se ha comprobado, es que la expropiación estaba en los planes de Franklin D. Roosevelt, el presidente de los Estados Unidos, simpatizante de México pero no gratuitamente: nuestro petróleo debía ser su reserva estratégica de combustible para la guerra que se avecinaba y el control del suministro a los beligerantes del mando aliado debía estar en manos del poderoso vecino. Debido a eso, desde 1938 teníamos un solo cliente para exportar: los EE.UU. y la legislación impediría que empresas europeas y privadas tuvieran acceso al oro negro. Pemex era una industria al servicio de los gringos.

Casi al mismo tiempo, desde 1939, EE.UU. se constituía en el “arsenal de la democracia” y sin ser beligerante suministraba armamento y avituallamiento a Gran Bretaña y también a la Unión Soviética. Su industria estaba dedicada a la guerra y su modesto aliado, México, se encargaría de enviarle braceros para el campo y no descuidar su agricultura. También fuimos útiles para enviar materias primas y en la industria textil tuvimos un papel de relevancia en la exportación de telas para la confección de uniformes (EE.UU. reclutó 16 millones de conscriptos). Todo eso evitó que cayéramos en crisis o depresión económica.

El auge relativo permaneció algunos años y tuvimos devaluaciones en 1948 y 1954. Fue cuando sobrevino el desarrollo estabilizador y lo virtuoso de esos años es que pudimos mantener un buen crecimiento económico, nivel de empleo y una agricultura productiva que permitía la sobrevivencia alimentaria en el campo. No había tratados de comercio con otros países. Se ideó la política de sustitución de importaciones y a pesar de las grandes limitaciones a la inversión extranjera directa, la industria mexicana avanzaba y producía poco a poco los bienes que la población pequeña aún, demandaba. No se tenía miedo a amenazas y, aunque éramos principalmente exportadores de materias primas, se mantenía una estabilidad y estábamos acostumbrados a vivir con mucha dignidad a pesar de la modestia en servicios públicos. En cambio, el modelo educativo que alguna vez introdujo Vasconcelos, fue retomado por los gobiernos en la década de 1950 y hasta 1967 (año éste cuando Agustín Yáñez, al mando de la SEP, cambió todo el modelo educativo y hasta el calendario escolar que hoy es un desastre).

En esas épocas había elecciones totalmente controladas por el gobierno. El PRI era absoluto. Pero en lo ideológico el régimen practicaba brutal represión, que desencadenó en el Movimiento Estudiantil de 1968.

Hoy en día sobra quienes se vanaglorian de que “gozamos” al vivir en una democracia sólo porque hay muchos partidos y muchos candidatos. Pero ya no hay ideologías: es falso que el PRD o Morena o el PT sean de “izquierda” o que el PES y el PAN sean de “derecha”. Lo único que mueve a la clase política es el interés pecuniario y por ello el desvergonzado “cambio de chaqueta” como se decía de los tránsfugas, sello de los políticos actuales.

Se le tiene miedo a Trump, que nos insulta a diario. Pero no vemos a un presidente Peña Nieto que con valor le responda de frente. Vivimos a expensas de lo que se negociará con Canadá y EE.UU. para el Tratado de Libre Comercio, pero no se idean opciones y no hay capacidad para decirle a los gringos que el intercambio no es un robo y que el saldo en contra no es un atraco: sencillamente nos compran lo que necesitan y no por ello dejan de ser poderosos y nosotros pobres. Las elecciones de julio deben arrojar un nuevo esquema, un valiente que sepa las tareas de Estado. El único riesgo para México es el populismo rampante que ha tomado la delantera.