Hartazgo político
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Hartazgo político

 


Una legislación electoral pervertida es el instrumento que permite simulaciones, campañas con pretendido disfraz de “precampañas” en las que se finge no tener candidatos y en las que se inventa dirigir mensajes y “spots” sólo a militantes de partidos, cuando todo el mundo debe sufrir el bombardeo interminable de frases repetidas ad-nauseam o de ocurrencias mantenidas como “propuestas” del individuo que lleva doce años repitiendo la misma cantaleta.

El PRI, embalado como una agencia gubernamental más, contrata sin pudor golpeadores verbales salidos del PAN, para reforzar el vociferar del empresario ruletero que ha confundido la presentación de su adalid, con el discurso agresivo pero pobre y corto en ideas. No se les puede creer, no hay porqué fiarse de petardos verbales que, lanzados como granadas de mano, sus esquirlas dañan más a los que están en el mismo cuarto que a los adversarios. José Antonio Meade, pronunciado “Mid” o ya en sorna “Mit”, transita en algunos puntos del país donde se le puede disfrazar de huichol en penosos desplantes de emular algo que no es de su pertenencia étnica, o en espacios urbanos de la clase media donde su esposa puede verse linda y simpática haciendo el mandado para mostrar que ser ama de casa es compatible con las aspiraciones de primera dama. La Navidad ha pasado, la euforia festiva de Año Nuevo también, pero en la radio y en la televisión sigue el mismo spot trasnochado pero que pretende irradiar el modelo de familia a que aspiramos, que ya se nos fue de la mano especialmente en Los Pinos, donde se desconocen los límites de la unidad y de la entidad familiar, pero desde donde se prohíjan cambios de gabinete con tendencia y dedicatoria al aspirante tricolor, cuya voz, cuyo tono y ritmo vocal no alcanzan a despuntar de una monotonía oral aburrida. En esas condiciones, el precandidato no trascenderá a la candidatura con la solidez que se esperaba de un “ciudadano” dizque no miembro de partidos a los que sataniza en el discurso pero que en el actuar aspira a ser como aquellos priistas de hace cincuenta años si bien, al tomar partido contra el gobernador de Chihuahua, se muestra como un gobiernistas más y no como alguien que representa a un pueblo hastiado de la corrupción que incubó en el PRI.

El PAN, en alianza, contubernio, coalición o como se quiera llamar a su maridaje con el PRD y con el Movimiento Ciudadano, no ha empezado a exhibir las garras que supuestamente adquiriría ya como “Frente” o con la denominación impoluta que le quiera acomodar el INE. Ricardo Anaya arrastra fama de polemista, de políglota, de buen argumentador. Pero se ha estancado en fragmentos de su charla en la Universidad de Washington y de sus expresiones “gabachas” ante un desconocido interlocutor canadiense de Quebec. Sus mítines se limitan a pequeñas reuniones con algunos puñados de supuestos panistas y en medios urbanos. Todavía no afloran ni aparecen las concentraciones masivas que debían levantar en hombros al “matador” de la corrupción priistas. El liderazgo de partido tal vez requiera el refuerzo de un ex gobernador poblano presto a la tenacidad y al empuje que lo distinguen, para levantar una campaña que puede estancarse en una fama efímera de un “muchacho maravilla”, pero de historieta.

Poco hay que decir el que más habla y del que propone a diario ocurrencias no basadas en reflexión ni en bases, mucho menos en argumentos técnicos o apoyados en la ciencia política. Es tan pobre el entendimiento de los seguidores de López Obrador, que se adormecen y alucinan con “la mafia del poder”, ese clan no identificado ni existente pero que se convirtió en bandera de un mentiroso que ha ofrecido derramar el dinero público en aras de la improductividad y que estimula a la juventud a no ser trabajadora ni estudiantes, sino a ser “ninis”, al fin que ser nini garantiza un ingreso superior al salario mínimo.

Pobreza en propuestas, en personajes, en partidos. Es el sino que se vislumbra para una elección que por ahora presagia un México venezolanizado.