Belén, pesebre olvidado
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Hoja por hoja

Belén, pesebre olvidado

 


Poco se recuerda ya el pueblecillo de Belén, escondido en la geografía palestina y políticamente adscrita a esta nacionalidad. Tal vez su etimología sea Beth-Lehem o “casa del pan” en hebreo moderno, o “casa del dios Lehem” en cananeo. En antigüedades no existe precisión y se basan en tradiciones según las creencias de los pueblos y generaciones que han ocupado a través de los siglos aldeas y ciudades.

Poco se le recuerda, porque ya el pueblo de México ha ido perdiendo su vieja identidad cristiana, la misma que se nos inculcaba en casa, en la catequesis y en la escuela. En Belén nació Jesús de manera circunstancial ya que sus padres, José y María debieron viajar de Nazaret a ese lugar para empadronarse, según disposición del Imperio, asunto del cual no hay muchas referencias ni evidencias, pero por ser descendiente José de la familia de David, le correspondía acudir a Belén.

Belén de Judá es símbolo grande para Israel y para toda la cristiandad. Ahí nació el pastor David, vencedor de Goliat, convertido en rey poderoso; ungido como tal en Belén y engendró a Salomón luego del pecado con Betsabé o Bathsheba y la exposición a muerte de Urías marido de ésta. Las profecías anunciaban que el redentor de Israel debía nacer en Belén: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel” (Miqueas 5:2). Efrata significa “pequeña” o “insignificante”, pero engrandecida por esos dos alumbramientos, el de David, máximo símbolo de Israel y Jesús, supremo redentor para el cristianismo.

Según la genealogía bíblico-evangélica, el Mesías debía ser descendiente de la casa de David. José pertenecía a ella, pero en sentido real de línea sanguínea y según el milagro de la concepción por el Espíritu Santo, Jesús no era hijo biológico de San José y, por tanto, no sería descendiente de David. Es algo que los exégetas y los Padres de la Iglesia no se ocuparon de aclarar.

José y María, peregrinos de Nazaret, no encontraron alojamiento (posada) a su llegada dolorosa a Belén y ella debió dar a luz al “hijo primogénito” (Mateo 1:25) en un humilde y sucio pesebre cuya simbología—como mucho en el lenguaje bíblico—representa al corazón humano, sucio por el pecado, pero dispuesto a limpiarse con la llegada del redentor.

Enterado el rey Herodes en Jerusalén de la llegada de “unos magos” dispuestos a adorar al verdadero rey de Israel (Mateo 2:1), sin precisar número ni origen pero que ofrendaron incienso (para sahumar dioses), oro (para honrar soberanos) y mirra (para ungir mortales), sintió (Herodes) temor y envidia, por lo cual ordenó el asesinato de niños menores de dos años: la Matanza de los Inocentes (Mateo 2:16), cumpliéndose también lo anunciado por el profeta (Jeremías 31:15) sobre el llanto de Raquel en Belén por sus hijos muertos.

Belén ya no existe, al menos en la mente de los mexicanos. Ya no hay Niño Dios ni pesebre. Ya no hay asno ni buen dando calor con su aliento al recién nacido. No hay pastores. Los Reyes Magos son caudas desmesuradas de juguetes para infantes con futuro incierto, generaciones de un país decadente.

Sin identidad o tradición mexicana, se venera a un ser ajeno a lo indígena, lo judío o lo español: un rollizo y rubicundo “Santa” en trineo y renos inexistentes en los montes y llanuras mexicanas; arbolitos nevados y pistas artificiales de hielo en tierra tropical. Ya nadie pone un nacimiento (o Belén) y la Navidad es una fiesta desenfrenada del consumo excesivo, de glotonería y bebida, deudas, resentimientos, tristeza.

El resultado de un laicismo mal enfocado que no busca la neutralidad en la fe, sino el ataque a la creencia especialmente católica mientras se puede tolerar toda otra forma de superstición, especialmente el esoterismo, la astrología, el yin-yang, el feng-shui, la “espiritualidad” y otras formas que la superficialidad difunde sin control. Pero mantengamos el viejo espíritu: ¡Feliz Navidad y paz en la tierra!