Jornaleros viven en campos de concentración modernos
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Jornaleros viven en campos de concentración modernos

Los empresarios norteños se aprovechan de las necesidades de los jornaleros oaxaqueños que dejan todo para mendigar salarios paupérrimos en condiciones infrahumanas


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Todos jóvenes, todos pobres. Los campesinos que emigran a los campos agrícolas del norte del país son expulsados de sus comunidades, de las más marginadas de Oaxaca, y recalan en versiones modernas de campos de concentración de empresas que los amontonan en galeras, carecen de seguridad social y viven aislados esperando el regreso a casa, que en ocasiones se torna trágico.

Más de 40 jornaleros oaxaqueños, en su mayoría hombres, regresaban a comunidades pertenecientes a Santa María Tonameca, en la Costa, luego de pasar casi cuatro meses cosechando en campos de San Martín, a 46 kilómetros de Hermosillo, Sonora.

Llevaban alrededor de 48 horas de viaje dentro de un destartalado autobús modelo 1992. A pesar de las condiciones, volvían a la casa con unos pesos en la bolsa y con la ilusión de reencontrarse con su familia, pero el camión se quedó sin frenos, se estampó contra el talud del cerro en Huitzo y ahora están varados en la capital: heridos, aturdidos y olvidados.

“Un contratista llega al pueblo (San Francisco Cozoaltepec), pide que nos anotemos en una lista y si el patrón de allá [de Hermosillo, Sonora] necesita mano de obra, manda un camión por nosotros”, narra José Ortiz, uno de los heridos del accidente que está tirado en una de las colchonetas dentro del salón que la Cruz Roja habilitó como albergue en la capital de Oaxaca.

Son dos las temporadas de cosecha al año, en febrero y agosto. En cada una, son cientos de campesinos los que llegan a los terrenos de siembre de la empresa Agrícola Bacatete, que pertenece al Grupo Bay encargado de exportar vegetales frescos a los Estados Unidos.

En este periodo de migración, la comunidades de Santa María Tonameca quedan paralizadas, la mayoría de pobladores se dedican a la siembra de milpa, sandía y Jamaica, cuando no están en el campo buscan chambitas en los pequeños negocios locales, pero durante casi medio año (en las temporadas agrícolas del norte del país), el paisaje es desolador cuando los hombres se van para mendigar salarios paupérrimos.

“Nos pagan por día o por caja. Es una chinga. Las jornadas son de ocho horas diarias, sin descanso. En febrero el calor es insoportable, el sol pega durísimo. No hay manera de refrescarse. Ahora, desde noviembre ya nos tocó el frío. Hay días en que trabajamos con las manos heladas pero ni modo, sabemos a lo que vamos”, narra Víctor, hombre moreno de bigote ralo y cabello crespo, con tenis deportivos y ojos saltones, apenas tiene 25 años y ha viajado una docena de veces a la pizca, al menos eso dice mientras espera el momento de volver a casa.

Los dos muchachos, ambos de menos de 30 años, aseguran que vuelven a su comunidad con 15 mil pesos, cuando les va bien. “Si trabajamos horas extra, entonces es cuando nos va mejor, pero es difícil, todos quieren pero tampoco hay para todos”.

Los dos costeños describen los campos agrícolas de San Martín, en Hermosillo, como si se tratara de paisajes anacrónicos de la época de los hacendados del México decimonónico, con sus matices que los alejan de aquella realidad agraria prerevolucionaria.

Desde la forma en que los reclutan, hasta la manera en la que se los llevan en tartanas. Al llegar los acomodan en grupos de 27 personas a quienes hacinan en un galpón con techo de lámina. Sin lujos, sin ventilación, sin comodidades, sin baño: son hileras de literas contiguas y nada más. Un pequeño espacio para sus pertenencias, eso es todo.

“El baño está afuera, es un área común que compartimos con otras galeras. Ahí está el cagadero y las regaderas. Hay días que el frío está cabrón, mejor no nos bañamos. Total que a eso vamos, a chingarle”.

La narrativa del jornalero se apega a las hipótesis de la meritocracia, como si tuviera la posibilidad de salir de pobre con su máximo esfuerzo combinado con esa vocación de mártires de quienes dejan todo por cosechar las tierras de otros. Su patrón le da donde dormir y el transporte, pero le cobra por la comida, le cobra setenta pesos semanales a cada uno.

“Es comida sencilla. Te sirven jamón, salchichas, tortillas, arroz y frijoles. Casi siempre es lo mismo”, recuerda Víctor, quien dice que tuvo la suerte de salir ileso del accidente, además que traía consigo el dinero que ahorró en su viaje.

“Ese dinero nos sirve para sobrevivir en el pueblo unos meses. Sembramos y comemos de lo que sembramos. Luego nos regresamos al norte, aunque ahora no sé, ando bien espantado y la mera verdad no tengo ganas de ir, solo quiero llegar a mi casa, ya luego vemos qué hacemos”.

 

Sufren condiciones infrahumanas de vida y trabajo

De acuerdo al diario El Sol de Hermosillo, la comunidad Triqui es una de las tres etnias de origen oaxaqueño asentadas en el poblado Miguel Alemán, quienes al lado de sus hermanos zapotecos y mixtecos se dedican en su gran mayoría a las labores de los campos agrícolas.

Esta comunidad tiene ya 45 años de vivir en la llamada Costa de Hermosillo, pero a decir de Cirilo Bautista Martínez, coordinador del Movimiento Unificación Lucha Triqui (MULT), lo hacen en condiciones infrahumanas de vida y de trabajo, pero necesitan un medio de sustento.

El defensor del pueblo Triqui argumentó que en lo que respecta a la vida diaria, se ven obligados a consumir agua sucia que en ocasiones tiene gusanos, expuestos a las altas temperaturas en improvisadas casas de cartón.

En lo que respecta a lo laboral, manifestó que los patrones de los distintos campos agrícolas para los que laboran los 2 mil 792 triquis que se dedican a esta actividad, trabajan con contratistas, lo que les resta responsabilidad como jefes y por lo tanto a el jornalero no se le dan prestaciones sociales como el seguro médico.

“Nos tratan peor que un animal, no nos tratan como ser humano, como mexicanos, nos tratan muy feo y aparte de eso, el sueldo que ganamos no es suficiente para sostener a nuestra familia, es un sueldo que es mínimo”, lamentó.

Señaló que un jornalero agrícola de origen indígena que labora ocho horas todos los días en los distintos campos de Miguel Alemán, gana sólo mil pesos a la semana; misma suerte que corren alrededor de 30 mil jornaleros de mixtecos, zapotecos, así como gente de Chiapas, Guerrero y otras partes del sur del País que llegan cada temporada.

“No alcanza para comprar ropa, calzado, mandado para nuestra familia, apenas alcanza para comprar frijolitos, arroz, para comer con nuestra familia; a veces ni eso, a veces puro salsa, a veces puro tortilla con sal. Entonces no es justo, no es justo”, consideró.


aa

 

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