AMLO promete: “No les voy a fallar, mi honestidad no tiene precio”
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AMLO promete: “No les voy a fallar, mi honestidad no tiene precio”

La rítmica melodía de aires tropicales, pop y hip hop, es interpretada por la Banda de Tlaxiaco, una dotación de abundantes metales que viene de la mixteca oaxaqueña. Y su…


AMLO promete: “No les voy a fallar, mi honestidad no tiene precio” | El Imparcial de Oaxaca

La rítmica melodía de aires tropicales, pop y hip hop, es interpretada por la Banda de Tlaxiaco, una dotación de abundantes metales que viene de la mixteca oaxaqueña. Y su cantante entona lo que bien podría ser una declaración de principios del partido al que está dedicado el tema: Morena.

Es el último acto de campaña de Andrés Manuel López Obrador, el cierre de su tercer intento por alcanzar la presidencia de la República, pero también el último acto de su vida, de su trayectoria, si, como ha dicho, pase lo que pase el domingo 1 de julio, no se vuelve a postular.

“El pueblo puede salvar al pueblo” –expresión tan frecuente en el discurso del tabasqueño– y “la vida pública lograremos regenerar”, las frases que se hacen musicales. “Infórmate en el periódico Regeneración”, un llamado consistente con el que, desde que era jefe de gobierno capitalino, el hoy puntero en las encuestas hacía de la parcialidad informativa, antes de que, como ocurre desde diciembre, en cada oportunidad insistiera que “los medios ahora sí se han portado muy bien”.

De pronto, en la canción interviene una voz que declara: “Si el país se moreniza, no nos gana Televisa”. Y como toda la composición, suena en los altavoces del Estadio Azteca. Son las 5:00 de la tarde y el graderío aun tiene descubiertos los escudos del Club América que se forman por el color de las butacas. Ni rastro de los icónicos puños en alto, ni de villas o zapatas, mucho menos de una hoz y un martillo, ni de alguna estrella roja, más allá de la que se disimula, pequeña, en el escudo del Partido del Trabajo (PT).

Bajo la conducción de dos jóvenes animadores, al estilo de los festivales de música comercial, el cierre de campaña inicia carente de contenido político, y lejos de lanzar arengas contestatarias, los animadores son más del tipo que grita: “¿Cómo están?”, alargando la última sílaba, como también lo hacen al preguntarle a la concurrencia: “¿Ya están listos para escuchar a (Susana Harp, Margarita o Belinda)?”, o para declarar a cada oportunidad: “Esto se va a poner cada vez más bueno”.

Pasan más de dos horas hasta que, por primera vez y ya con el estadio lleno, se escucha el masivo coro de batalla que viene de 2006: “Es un honor estar con Obrador”.

Desde que inicia la Banda Sinfónica de Tlaxiaco, luego la cantante Susana Harp –candidata al Senado y sobrina del magnate Alfredo Harp–, seguida de Margarita “La Diosa de la Cumbia” y, finalmente, la estelar aparición de Belinda, el llamado AMLO Fest transcurre sin las viejas consignas de la izquierda, excepto por los sones y huapangos de protesta que interpretan los jaraneros de Caña Dulce y Caña Brava.

Pero en general nada de “el pueblo unido jamás será vencido”, ni “de norte a sur”, y mucho menos un “vestido de verde olivo…”, por los muertos del movimiento.

A lo sumo, aquello está representado en algunos candidatos que se han ubicado a nivel de cancha, en un sillerío que comparten con invitados especiales, el gabinete propuesto por López Obrador, los dirigentes de Morena, PT y PES, nacionales y locales, que conforman la coalición “Juntos Haremos Historia”, y que a cuatro días de las elecciones se disponen a ganar para luego tomar el poder.

La reivindicación será discursiva, cuando López Obrador, triunfalista, seguro de que ganará la elección, “por el ánimo de la sociedad y las encuestas”, destine su introducción a las izquierdas históricas, y por primera vez, desde que inició la campaña el 1 de abril, cambie –no sin dificultad para ceñirse al discurso escrito– de mensaje.

Una lucha que viene de lejos, dirá López Obrador, y que por fin, sigue, convertirá en realidad el sueño de muchos mexicanos de antes y de este tiempo. Entonces las repasa: campesinos, obreros, estudiantes, maestros, ferrocarrileros, y defensores de derechos humanos.

La lista es larga: los jóvenes del 68, Valentín Campa, Rubén Jaramillo, Othón Salazar, Alejandro Gascón Mercado, Heberto Castillo –cuya invocación arranca el aplauso–, Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, y luego doña Rosario Ibarra de Piedra, por quien –anuncia– votará en las elecciones del domingo, a manera de homenaje.

Luego un mensaje de recuerdo para José María Pérez Gay; para (“su maestro”) Arnaldo Córdova (padre del actual presidente del INE, Lorenzo Córdova, aunque eso no lo dice); Luis Javier Garrido; Hugo Gutiérrez Vega; el fundador de Proceso, Julio Scherer García (cuyo hijo es coordinador de una circunscripción en defensa del voto); Sergio Pitol; Carlos Monsivaís, y termina saludando a los que siguen con vida: Elena Ponitawska, Fernando del Paso y Carlos Payán.

Porque con ellos y la gente sencilla de muchos movimientos sociales, rememora y se explaya, se construyó la esperanza y se concretó la victoria del próximo domingo.

Un Azteca desbordado

Desde las 13:00 horas empezaron a llegar los contingentes. Hay autobuses, pero también gente que camina a través de las calles de Santa Úrsula. En las siguientes cinco horas el Azteca se fue llenando, con tumultos en las puertas que por momentos amenazaban con desbordarse.

El desbordamiento de las concentraciones de campaña de López Obrador suele ser más o menos frecuente, pues ha desechado toda oferta de seguridad personal y logística, instruyendo a su equipo de campaña para que lo cuiden los mismos brigadistas y voluntarios que, carentes de pericia, terminan tornándose agresivos con los simpatizantes, o son rebasados por la muchedumbre… pero en el Azteca hay una suma de cuerpos de seguridad, los propios del Azteca y los voluntarios de Morena.

La espera, no obstante, es larga. Desde la 1:00 de la tarde hasta pasadas las 9:00 de la noche, la gente encuentra entretenimiento más allá de los que, como Layda Sansores, se ponen a bailar. Un grupo de jóvenes que llegó de Xochimilco se reúne, carga a uno de sus compañeros y, en lo alto, como un héroe volador de comic, recorre el pasillo del nivel cancha; el mismo grupo organiza competencias con algún compañero en hombros; la gente hace la ola en este su lugar de nacimiento, una referencia no tan penosa para la afición futbolística mexicana como la pregunta de la periodista europea recién llegada: ¿este es el estadio de “la mano de Dios?”.

Así que, mientras lentamente se van llenando las gradas, por los pasillos formados a nivel de cancha, ocurren encuentros hasta hace no mucho imposibles por distancia política, social o porque al menos dos de ellos estaban en prisión: Martí Batres entra junto con la famosa comandante de la policía comunitaria guerrerense, Nestora Salgado; se ven más allá las “autodefensas electorales” que en Michoacán encabeza el doctor José Manuel Mireles; a poca distancia, el dirigente del Partido Encuentro Social (PES), Hugo Eric Flores Cervantes, conversa en un grupo, y a unos pasos hace lo propio el asesor de seguridad, Alejandro Gertz Manero, secretario del ramo en el gobierno de Vicente Fox.

Layda Sansores supera el escándalo de las compras, bailando a ritmo de cumbia, como también lo hacen otros invitados del nivel cancha, de frente a las dos jóvenes que han sostenido un cartel en el que se lee: “Prohibido olvidar que esta lucha es por los marginados”.

Los perfiles de exclusividad no son del todo identificables. Hay 40 palcos ocupados de los 850 que tiene el Azteca y donde se observa con vasos en mano a grupos de hombres o de familias que presencian a todo lujo el evento.

Pero a nivel de cancha un perfil variopinto de personas goza de la distinción de la exclusividad que se confiere a los lugares a pie de templete, obligando a departir a inconexos o antagónicos, hoy ya coincidentes muy a pesar de la historia.

Tres décadas después de acusar fraude electoral, están por ahí Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, muy cerca de aquel al que se le atribuye haberlo operado, Manuel Barttlet; Manuel Espino y Germán Martínez Cázares, presidente del PAN y colaborador cercano de Felipe Calderón hace 12 años, en el mismo sector con Alberto Anaya y Yeidckol Polevnsky; Hugo Eric Flores Cervantes –cuyo partido se opone a la agenda LGBTTTIQA–, a unas filas del grupo con la bandera del arcoiris.

Es el grupo donde un joven logrará la estampa más emotiva del paseillo triunfal al ingreso de López Obrador, pues se tomará una selfie extendiendo la bandera del arcoiris, para luego abrazar al joven y darle un beso en la mejilla, mientras su imagen se transmite en las seis pantallas gigantes provocando una ovación.

El paseillo fue diario en los últimos tres meses pero, siendo en reuniones de hasta 15 mil personas, nunca tan multitudinario como hoy, de 80 mil asistentes según el gobierno capitalino, de 100 mil según cálculos periodísticos. Un sonriente López Obrador, a diferencia de todos los actos de campaña, llega con traje, aunque sin corbata, con actitud ya presidencial. Se ayuda de la mano izquierda para tocar las manos de sus simpatizantes, acepta tomarse una selfie, reparte unos cuantos abrazos, besos y, finalmente, sube al escenario entre coros incesantes de “presidente, Presidente”, que se mezclan con los que cantan: “Es un honor estar…”

López Obrador camina en el templete, retrasando el avance de su mano derecha a la altura de su bolsillo izquierdo y, aun avanzando, desde ahí, en un gesto teatral la lleva a lo alto, palma extendida que saluda a la izquierda del templete. Camina al centro y alza las dos manos, cruza y descruza dibujando con velocidad histriónica una equis sobre sí mismo. Su lenguaje corporal es ya conocido: un risueño arropamiento con sus dos brazos, un puño en lo alto y una vez cumplido el canon, saluda a su familia, a los dirigentes de los partidos que lo abanderan, a los candidatos a las nueve gubernaturas en disputa para este domingo, a los artistas que participaron en el festival, y termina teniendo una deferencia con Belinda, cruzará unas palabras con Margarita “La Diosa de la Cumbia”, momentos antes de que la candidata al gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, en calidad de anfitriona, comience a hablar.

Sheinbaum, rescatar la ciudad

El de Sheinbaum es un discurso que tiene matices, modulaciones, refrenos. En tres meses se ha ejercitado en las lides oratorias y el Azteca parece una prueba de fuego. Esta académica involucrada en la política desde que, como universitaria fue una de las dirigentes del CEU, un movimiento estudiantil de la UNAM en los años ochenta, también habla desde la ventaja que le confieren las encuestas y que hoy encuentra las referencias para decir sin decir.

“Nos toca rescatar a la ciudad de la esperanza y lo haremos acabando con los abusos”, dirá sin hablar del gobierno de Miguel Ángel Mancera, momentos antes de celebrar la ventaja de López Obrador y presentarlo, pedirle que se adelante en el escenario, a través de un pasillo-templete al frente, en un podio desde el que el presidencial dirigirá su arenga de unos 50 minutos, bajo una llovizna que debilitará las gradas y cierto sector de la cancha.

En general, es poco lo que aquí se dice de los opositores, aunque quedan reminiscencias. López Obrador declara que su movimiento fue el primero que acusó la corrupción como origen de la desigualdad y la violencia y, sin embargo, a su parecer no es lo que le da la ventaja.

“La victoria del domingo se ha ido concretando con la abnegación de muchos; no surge de repente ni brota únicamente del malestar que provocó el antiguo régimen autoritario y corrupto que está llegando a su fin”, dirá.

También celebrará que “el movimiento” ha logrado llegar a sectores de la sociedad que “antes hasta nos insultaban”, pero que ahora son más conscientes de que el PRI y el PAN son lo mismo y de que hay una minoría que controla las instituciones con desmedida avaricia.

“Es el tiempo de la revolución de las conciencias”, diría Claudia Sheinbaum.

La cuarta transformación (las anteriores son Independencia, Reforma y Revolución de 1910) será pacífica pero radical, porque se propone arrancar de raíz el régimen corrupto de injusticias y de privilegios.

Los aspectos generales de su plan, delineado en múltiples ocasiones, en conjunto o de manera dispersa, se colocan esta noche en un discurso de 50 minutos que repasa los aspectos más polémicos: un plan de paz que convocará a víctimas y expertos, para revisar alternativas, pero ya no habla de amnistía; echar abajo la reforma educativa; prometer que no habrá gasolinazos ni subirá impuestos; una política exterior que defienda la dignidad, la soberanía y la cooperación para el desarrollo; austeridad en el servicio público y reducción de la nómina de la alta burocracia, inclusive hasta eliminar la figura del secretario particular y las escoltas para quienes no sean parte del gabinete de seguridad.

Como si fuera una respuesta a sus críticos, afirma como un acto de voluntad lo que en primera instancia es un deber constitucional: no reprimir, perseguir, espiar ni desterrar. Respetar la división de poderes, la autonomía de estados y municipios, así como el estado de derecho.

Garantizar la libertad de manifestación, las libertades civiles y religiosas, y el derecho a disentir.

La desaparición de dos entidades públicas, asociadas históricamente a la represión política, se convierte también en promesa: el Estado Mayor Presidencial y el Centro de Investigación y Seguridad Nacional.

Y así, en un repaso de sus propuestas, el discurso llega a su fin, con el llamado que en los últimos días se ha vuelto insistente en toda intervención de López Obrador: vayan a votar y cuiden las casillas. Votará él, a manera de homenaje, por Rosario Ibarra de Piedra, la madre de un hijo desaparecido en la “guerra sucia” y luchadora social que lo acompañó desde el inicio de este siglo.

“No les voy a fallar. Soy un hombre de convicción y principios. Mi honestidad no tiene precio. Y tengo una ambición legítima: quiero ser un buen presidente. Juntos haremos historia”,

Entonces, tres veces repite: “Viva México”, que como una señal da paso a que empiecen los juegos de luces, el confeti y los atronadores coros de “presidente, presidente”.

Eugenia León aparece sin presentación, interpretando La Paloma, la vieja canción juarista, con arreglo para la ocasión, y para satisfacción de los viejos comités morenistas que, como hacen desde 2006, retoman con la cantante la costumbre de entonar el Himno Nacional en cada uno de sus actos. Momentos después se desata un torrencial aguacero, y concluye así el último acto de campaña proselitista en la trayectoria de Andrés Manuel López Obrador.


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