Regresan yalaltecos por amor a su tierra
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Regresan yalaltecos por amor a su tierra

“Ahora los yalaltecos ya no tienen tanto la idea de irse, por los menos ahora aprenden a comercializar productos en la región, en la ciudad, en otras ciudades o incluso con los propios paisanos de Estados Unidos y ya no tienen la necesidad de irse, hoy ya sabemos de los Estados Unidos por la gente que desde hace mucho tiempo se fue y regresa generalmente cuando hay fiesta”


Regresan yalaltecos por amor a su tierra | El Imparcial de Oaxaca

Villa Hidalgo Yalálag.

Villa Hidalgo Yalálag es un municipio de la Sierra Norte considerado por el Consejo Nacional de Población (Conapo) con una tasa de expulsión migratoria baja. Cada año se van apenas unas decenas de personas, 10 o 20, más de la mitad de forma legal como trabajadores temporales, otros obtienen documentos de residencia por medio de vínculos familiares y pocos se van como indocumentados.

Aunque en 1942 a través del programa Bracero comenzaron a forjarse lazos que aún se mantienen entre esta comunidad y Estados Unidos, hoy la mayoría de las historias son de personas que solo por un breve periodo estuvieron en la Unión Americana y que decidieron volver a su tierra, al lugar donde nacieron, donde “viven mejor”.

¡Son puros cuentos!

Bonifacio,de 45 años de edad,emigró a Estados Unidos para saber si eran ciertas las historias que le contaban suspaisanos que regresaban de Estados Unidos. Decían que la vida era mejor “en el gabacho”. Consiguió la visa para trabajar de manera temporal como jardinero y 15 días después ya estaba “allá”, en Ohio, Columbus. Pagó 2 mil 500 pesos por el trámite, han pasado 12 años desde entonces.Él comenta que fue de las primeras personas en irse como trabajador temporal.Ahora es común que los paisanos se vayan al corte de fruta por temporadas y regresen.

La mayoría obtiene visas tipo H2, que se crearon para trabajadores con o sin experiencia, no profesionales y sin un título académico, para trabajar en Estados Unidos. También les conceden las visas H2A para trabajadores agrícolas y el tipo H2B para trabajadores no agrícolas, jardineros, albañiles, trabajadores del bosque o personal de servicio de limpieza.

Al estar en la Unión Americana descubrió que el trabajo se rige por una misma ley en su pueblo y en Estados Unidos: “entre más trabajas, más dinero ganas”.Trabajaba 40 horas a la semana, pagadas a 7.8 dólares cada una, más 20 o 25 extras, pagadas a 11.5 dólares, con este dinero tenía que pagar los gastos de la casa, luz, agua, teléfono y la comida, el resto le sirvió para mandar a su familia a México y ahorrarlo para construir algún patrimonio.

Lo que más extrañaba era su familia, se sentía solo en un lugar desconocido, además; extrañaba también la comida, ahí solo había fastfood (comida rápida) que no le gustaba, no había tortillas de maíz recién hechas por su madre ni un buen caldo de costilla.

Migración no fue un obstáculo, no sintió los efectos de las políticas migratorias aplicadas por el entonces presidente George W. Bush que fueron tensadas por los atentados del 11 de septiembre. Nunca quiso quedarse a vivir ahí, solamente quería cumplir su contrato de nueve meses, regresar y no volver. Sintió que las historias que cuentan sus paisanos no son más que cuentos, ya que para él la vida en EU es igual a la de aquí, pero aquí Bonifacio es dueño de su tiempo y de su vida, no depende de un patrón que le exija trabajar yse siente totalmente libre en su comunidad.

“Le encantan los jarabes de Yalálag”

La pequeña Silvia es hija de migrantes yalaltecos que hace más de 40 años partieron de la comunidad e hicieron su vida en Los Ángeles, California. Ella nació en territorio estadounidense y desde pequeña conoció las celebraciones que los paisanos radicados en EU organizan.

Cualquier celebración es motivo de reunión para los yalaltecos que viven en Estados Unidos, también integran a otras comunidades de la Sierra Norte. Ahí Silvia conoció a su pareja, un migrante de la comunidad de Yaganiza.

Ambos son serranos e inculcan a hija de dos años las tradiciones de sus comunidades, la pequeña ha crecido tomando pozontle –la bebida tradicional de Yalálag, hecha con cacao- y escuchando la música de la Sierra Juárez, “le encanta bailar los sones y jarabes de Yalálag”, dice Silvia con gran alegría en su rostro.

Silvia vuelve una vez al año con su hija para visitar a sus tíos y a su abuela. Nunca dejará de venir por el cariño que le tiene al pueblo, por sus tradiciones y costumbres y sobre todo porque ahí están sus raíces.

A ella le gustaría quedarse a vivir en Yalálag pero con gran tristeza se pregunta: “¿qué voy a hacer aquí?” Desconoce los oficios y actividades que practican las mujeres y le resulta complicado imaginar cómo podría obtener ingresos.

En Los Ángeles trabaja 20 horas a la semana, con un sueldo de 12.5 dólares por cada una hora. Con ese dinero cubre perfectamente sus necesidades y dedica el tiempo restante al cuidado de su pequeña.

Con su salario y el de su esposo es suficiente para vivir sin carencias, sin embargo por las políticas migratorias que cada vez son más drásticas en Estados Unidos, teme que el padre de su hija pueda ser deportado, pues aún tiene el estatus de ilegal. “Las políticas migratorias separan a las familias, a mí me da mucho miedo tener que quedarme sola con mi hija”, expresa con gran coraje, pues toda su vida ha convivido con migrantes, trabajadores, que han ayudado a que la economía de Estados Unidos se mantenga.

“Fue como un sueño”

A partir de las políticas migratorias implementadas por el presidente Donald Trump, a los serranos radicados en Estados Unidos les ha resultado más fácil arreglar los papeles de sus familiares para que vayan a visitarlos que volver a verlos en el pueblo. En 2017, 177 mil 534 mexicanos obtuvieron su tarjeta de residencia permanente en Estados Unidos, conocida como greencard.

Elvira, una mujer de 80 años de edad, comenta que tiene hijos que migraron hace mucho tiempo y no pueden regresar al pueblo porque no tienen papeles, por eso tramitaron su greencard, para que ella los pueda visitar.

Dos meses duró el proceso, recogió sus papeles de residencia en Tijuana y de ahí tomó un vuelo que la llevó a California.

“Fue como un sueño”, dice Elvira, al describir el tiempo que le tomó llegar hasta allá. Observó detenidamente a su hijo que la recogió en el aeropuerto, a quien no había visto en 23 años. Iba acompañado por su esposa y sus hijos, a los cuales solo conocía en fotografías. El sentimiento fue indescriptible, ahora tenía dos meses para convivir con ellos y sus otras dos hijas que también viven en Los Ángeles.

“La vida es similar a la de la ciudad de Oaxaca, ellos ya tienen su vida hecha, los niños estudian y mis hijos trabajan, es poco el tiempo en que puedo convivir con ellos, cada quien tiene su casa y su familia, yo estaba una temporada con unos y luego con otros”, comentó.

El tiempo que estuvo en Estados Unidos visitó diferentes lugares, centros comerciales y parques, visitó a familiares que desde hace años no había visto. “Es desesperante estar en un lugar en donde no conoces a nadie y no hablan el mismo idioma, aquí por lo menos salgo a la plaza y me encuentro a la comadre y platicamos de las cosas que pasan en el pueblo, ahí ni siquiera sé a dónde ir mientras mis hijos no están y mucho menos entiendo lo que me dicen los gringos”, agrega.

La ciudad, agrega, es bonita, hay más seguridad, edificios muy grandes, a veces se reúnen los paisanos, pero no es lo mismo, estando allá yo extrañaba a mis hijos que estaban en México, que es con los que más convivo, siempre estaba con el pendiente y no podía estar tranquila. “Me dio gusto estar con mis nietos y mis hijos pero mi vida está aquí en Yalálag y aquí me voy a morir”.

Por los guajolotes

Roberto, de 28 años de edad, se fue en busca del sueño americano solo con un objetivo, casarse. Necesitaba los recursos para su boda, necesitaba dinero para comprar los guajolotes, ya que en la comunidad es una tradición que para casarse, el novio tiene que entregar la cantidad que la familia de la novia exija para hacer la convivencia previa al día de la boda. También necesitaba pagar los gastos y construir un lugar dónde vivir con su futura esposa.

En ese momento no tenía dinero y decidió seguir el consejo de sus hermanos que estaban en Estados Unidos, ir con ellos, trabajar y reunir el dinero.

Con ayuda de sus hermanos hace 15 años logró pagarle a un “coyote” que lo ayudó a cruzar la frontera de manera ilegal, pagó alrededor de 5 mil dólares, “con eso tuve mucha suerte”, asegura. Al llegar a Tijuana lo metieron a la cajuela de un carro de un ciudadano norteamericano y de ahí lo llevaron hasta Los Ángeles, California, donde lo esperaban sus hermanos.

Al llegar se dedicó al primer empleo que le consiguieron como lavaplatos en un restaurante en el cual tenía un sueldo de 8 dólares por hora. Él siempre se esforzó por aprender a cocinar y a ver cómo los chefs hacían su trabajo, “ellos nunca te dicen ‘esto debes hacer’, tú debes tener la iniciativa de ver cómo hacen una u otra cosa, así fue como yo aprendí: viendo cómo cocinaban y poco a poco cada vez hacía más cosas, llegué a ser ayudante de cocinero ganando 15 dólares la hora.

“Lo que se necesita es trabajar rápido, allá todo es a la carrera, nunca descansas, de ahí ven los patrones qué tanto te esfuerzas y te dan la oportunidad de ir creciendo”, asegura.

Con trabajo y dedicación lograba reunir un poco de dinero extra que enviaba a su madre para ahorrar, poco a poco logró construir una casa en el pueblo y después de reunir dinero para la celebración decidió volver.

Él dice que la calidad de vida es buena allá, pero siempre extrañó la paz y tranquilidad del pueblo y a su novia Rosa, con quien solo podría hablar por teléfono unas horas a la semana, prometiéndole siempre que volvería.

“No pienso volver a ir, la vida allá es trabajo y más trabajo, ahora estoy bien con mi familia, ya me hice de un patrimonio y con lo que trabajo haciendo huaraches me es suficiente para vivir”.


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