El Maracaná, el laberinto de clarice lispector
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Columna

El Maracaná, el laberinto de clarice lispector

El estadio más grande de todo Brasil, se convirtió en fuente de inspiración para Lispector en su libro “La búsqueda de la dignidad”


¿Qué harías si de repente el santuario del futbol brasileño estuviera frente a ti, si el campo de los sueños de Pelé, la cancha donde Brasil se hizo Brasil, donde el gigante dominó al futbol, el Maracaná, se volviera tu guarida, pero más que un refugio fuera un laberinto del cual es imposible salir? ¿Si más que un héroe en la cancha fueras un ente que el estadio se tragó? Clarice Lispector, la escritora brasileña integrante de la Generación del 45, se imaginó cómo sería este sueño en La búsqueda de la dignidad.

“De cualquier modo siguió al hombre rumbo al estadio”, escribe Lispector sobre el andar de la señora Xavier, que “se detuvo ofuscada en el espacio hueco de luz ancha y mudez abierta, el estadio desnudo desventurado, sin balón ni futbol. Además, sin gente”. Donde “había una multitud que existía por el vacío de su ausencia absoluta”.

La señora Xavier, que siempre había sido distraída, que recordaba a veces apenas la mitad de las instrucciones, olvidó que la conferencia de cultura que buscaba se realizaría no en el Maracaná, sino en un lugar “que queda más o menos cerca del Maracaná”.

“Frente a ese recuerdo comprendió su engaño de persona tonta y distraída que solo escucha las cosas por la mitad, y la otra queda sumergida. La señora Xavier era muy distraída. Entonces, pues, no era en Maracaná el encuentro, era cerca de allí. Entretanto, su pequeño destino la tenía perdida en el laberinto”.

“Le dolían las piernas, le dolían con el peso de la vieja cruz. Ya estaba resignada de algún modo a no salir nunca del Maracaná y a morir allí con el corazón exangüe”. En cierto sentido –pensaba-, “cada uno tenía su propio camino a recorrer interminablemente, formando esto parte del destino, en el que ella no sabía si creía o no”.

Al final la señora Xavier salió del Maracaná, tras dar la vuelta en una y otra esquina del laberinto, se deshizo del camino y encontró cómo salir. La maldición del interminable trayecto se había acabado, o eso parecía.

Recordó que la conferencia de cultura se realizaría en una calle de nombre Caballero o Guzmán, que no habría podido encontrar sino por la ayuda de un taxista con la paciencia más intensa que el calor de Río de Janeiro. Asistió a la conferencia, pero la conferencia ya no importaba, deseaba salir de ella más de lo que había deseado entrar. Tomó otro taxi pero solo para saber que el conductor desconocía cómo llegar a su casa.

Ahora, cada vez que se sintiera perdida, cada vez que no supiera cómo llegar a algún sitio recordaría la asfixio de los laberintos del Maracaná. A ella “cada vez le pesaba más la cruz de los años y la nueva falta de salida solo renovaba la magia negra de los corredores de Maracaná”.

“Fue al abrir con la llave la puerta del apartamento cuando tuvo el deseo, ganas, mentalmente y con la imaginación, de sollozar en voz alta. Pero no era persona de sollozar ni de protestar. De paso le avisó a la criada que no iba a atender el teléfono. Fue directamente a su habitación, se quitó toda la ropa, tragó una pastilla sin agua y esperó a que diera resultado.

“Mientras tanto, fumaba. Se acordó de que era el mes de agosto y pensó que agosto daba mala suerte. Pero septiembre llegaría un día como puerta de salida. Y septiembre era por algún motivo el mes de mayo: un mes más leve y más transparente. Pensando en eso, la somnolencia finalmente llegó y se adormeció”.

Despertó, salió a hacer las compras, volvió, permaneció callada, quizás meditando, quizás no. “Quién sabe, es posible que la señora Xavier estuviera cansada de ser un ente humano”, escribe Lispector.

“Entonces, otra vez en la casa, entre tomar una nueva píldora para dormir o hacer alguna otra cosa, optó por la segunda hipótesis, pues se acordó de que ahora podría volver a buscar la letra de cambio perdida.

“Lo poco que entendía era que aquel papel representaba dinero. Hacía dos días que la buscaba minuciosamente por toda la casa, y hasta por la cocina, pero en vano. Ahora se le ocurrió: ¿y por qué no debajo de la cama? Quizás. Entonces se arrodilló en el suelo.

“Se levantó con bastante esfuerzo, con las articulaciones desencajadas, y vio que no tenía más remedio que considerar con realismo que la letra estaba perdida y que seguir buscándola sería no salir de Maracaná”.

Como siempre, cuando había desistido de buscar, al abrir un cajón de sábanas para sacar una encontró la letra de cambio, era demasiado tarde. El embrujo Maracaná cada vez atendía más aspectos de su vida. Ahora no era solo sentirse perdida espacialmente, geográficamente, en la ciudad donde quizá había vivido toda su vida, sino sentirse extraviada en el tiempo, en la historia, en la memoria, en su propia memoria. El Maracaná de los sueños se convirtió en su laberinto de por vida. La señora Xavier se volvió presa de los enmarañados corredores de Maracaná”.


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