La aventura de un automovilista
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Columna

La aventura de un automovilista

La prisa de llegar a ningún lugar, el deseo de encontrarse con nadie


La aventura de un automovilista | El Imparcial de Oaxaca

“En suma”, relata Italo Calvino en “La aventura de un automovilista”, “debo hacer un esfuerzo particular para concentrarme en el volante”. Habla el escritor italiano de las distracciones que vienen a su cabeza mientras maneja. Incesantes pensamientos llegan a él como si la carretera se encontrara dentro de su cabeza, permitiéndole, a pesar de la noche, observar paisajes, autos, animales, nubes, la oscuridad externa da paso a la iluminación interna.

Ese día, la carretera le era más larga que ninguna otra ocasión. Recorría el camino de A a B como tantas otras veces, era el camino que nos lleva a la escuela, a la universidad, al trabajo, un camino que como todos tiene dos puntos A y B, pero entonces todo era diferente. Era diferente porque lo que llevaba en la cabeza aunque cotidiano, aunque ha pasado miles de millones de veces en los miles de años que ha vivido el ser humano en la Tierra era la primera vez que le ocurría a él.

¿Qué lo puso en el camino? Una discusión telefónica con Y, una situación menor que escaló hasta generar la ruptura de su relación. La distancia que se mantiene a través de la cercanía telefónica debía romperse y el hombre echó a andar. Fue a buscarla, a verla, para decir de frente aquellas cosas que no pudo explicar de lejos. Mientras conduce nada externo sin embargo puede mantener su atención, aparecen datos inconexos de los cuáles no puede salvarse, si ha sumado un kilómetro más el contador, si pasó el kilómetro 22 de la carretera de A a B. Por su cotidianidad o por su inutilidad, el hombre discrimina en sus pensamientos esta información y se sume en una pregunta ¿Qué estará haciendo Y?

Cómo es que esa pregunta, que le habría generado un interés cercano a cero si no hubieran roto su relación se vuelve hegemónica, dominante, única, un callejón sin salida, un espejo de mil caras. La situación la ha agravado una breve amenaza de Y: llamaré a Z. Z ha estado enamorado de Y desde hace años. El hombre, obcecado, ha eliminado cualquier posibilidad y da por hecho que Z ha cumplido su amenaza. ¿Lo ha hecho? No lo sabe, no puede saberlo, pero no puede dejar de actuar como si lo hubiera hecho.

Z, que vive también en A, ha subido a su auto y ha ido a verla. Al menos eso ha pensado el hombre. Cada auto que se asoma por detrás suyo le parece un enemigo, aunque tampoco deja de acosarlo la idea de que Z haya salido antes que él.

“Me bastarían pocos minutos de ventaja: al ver con qué prontitud he corrido a su casa, Y olvidará en seguida los motivos de la pelea; entre nosotros todo volverá a ser como antes; al llegar, Z comprenderá que ha sido convocado a la cita sólo por una especie de juego entre nosotros dos; se sentirá como un intruso. Más aún, quizás en este momento Y se ha arrepentido de todo lo que me dijo, ha tratado de llamarme por teléfono, o bien ha pensado como yo que lo mejor era acudir en persona, se ha sentado al volante y en este momento corre en dirección opuesta a la mía por esta autovía”. Todos estos pensamientos mientras maneja, mientras conduce. No hay vida en el exterior, todo es mera suposición, imaginación que corre sin certeza, imaginación catapultada por la urgencia y la desesperación.

De todo ese hilo inventado por las posibilidades ha surgido algo real, una necesidad. El hombre necesita ahora algo: “Me doy cuenta de que al correr hacia Y lo que más deseo no es encontrar a Y al término de mi carrera: quiero que sea Y la que corra hacia mí, ésta es la respuesta que necesito, es decir, necesito que sepa que corro hacia ella pero al mismo tiempo necesito saber que ella corre hacia mí”.

Y si ella no corre. Y si llega a su casa y ella no se ha movido, encontrarla “no me daría ya ninguna satisfacción”. Y si ella jamás cumplió su amenaza, “sentiría que he hecho el papel de un imbécil”, acepta el hombre. Y si él se hubiera quedado en su casa y Y hubiera ido a buscarlo “me encontraría en una situación embarazosa: vería a Y con otros ojos, como a una mujer débil que se aferra a mí”. El hombre, su pensamiento en su carretera interior, ha dilucidado ya su necesidad, su deseo, sabe lo que necesita, encontrar a la mujer mientras ella lo busca. Si eso no ocurre, se apagan los faros y el viaje no sigue. Así es “La aventura de un automovilista”.


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