Márai, viajero permanente, exiliado
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Márai, viajero permanente, exiliado

Sándor Márai nació en 1900 en Hungría


Márai,  viajero permanente, exiliado | El Imparcial de Oaxaca

La condición de Sándor Márai es la del viajero permanente, siempre que viajero sea la cubierta que oculta una palabra más certera, la de migrante, de la mano siempre de un adjetivo indisociable, exiliado, porque todo viaje implica, por un breve espacio o por toda la vida, por voluntad propia o por una orden externa, ser desterrado. Viajar, migrar, desterrarse, es la condición eterna del ser humano y el escritor húngaro viajó siempre.

Sándor Márai nació en 1900 en Hungría, en la ciudad de Kassa, nombre de una linda coincidencia para un hombre que tendría que partir siempre. Viajó a Lepipzig para estudiar periodismo; fue a París para conocer las expresiones artísticas más vanguardistas de su época, ahí tradujo los poemas expresionistas de Franz Kafka; viajó a Berlín y volvió a Hungría para radicar en Budapest.

Márai escribió ahí sus obras más poderosas y que perduran hasta ahora, destacando Confesiones de un burgués y Divorcio en Buda, escrita en 1935. En estas obras, la primera autobiográfica, la segunda la última parte de una trilogía que inició con El último encuentro y La herencia de Eszter, se muestra más que como un defensor del orden de las cosas, como un hombre que reflexiona sobre la condición de su clase y las amenazas que se cernían sobre ella, no una “revolución del proletariado”, sino una catástrofe política que presentía. Faltaban entonces cuatro años para la guerra.

En ese mismo periodo Márai cometió un pecado que a pocos se les perdona: tener éxito, que sus novelas y columnas que publicaba en la prensa, así como sus poemas y sus crónicas de viaje se leyeran y se vendieran. Sus críticos lo tachaban de conservador, una condición que nunca negó.

En 1939, Márai sufrió una de las pérdidas más dolorosas, la muerte a las seis semanas de nacido del hijo que procreó con su esposa Lola, Kristóf.

“¿Qué ha quedado de él?”, se preguntaba en un poema: Su nombre.

“En este cepillo, el perfume de su cabello, nada más

Un paño manchado de sangre y este poema.

El mundo está hecho de espíritu y de locura de poder

No, no comprendo por qué me han hecho esto

No pienso disputar. Solo guardar silencio y seguir viviendo”.

En su país, siendo una de las principales estrellas literarias, siguió siendo criticado y era incómodo para el régimen comunista de la Unión Soviética que abrazó a Hungría, país que dejó en 1948. Encontró una tierra “donde todo es exactamente igual”, Nápoles. En la capital italiana, ante la falta del Danubio encontraba la bahía napolitana; el pueblo de esta ciudad, escribió, “misteriosamente, se parece a los habitantes de Budapest”.

En Italia aunque escribió su principal obra poética: Oración fúnebre, encontró problemas insalvables, el principal: la falta de una educación, así como una situación de pobreza e indolencia muy grave. Al obrero, escribió, “lo cubren con muchas flores, lamentan su muerte a gritos, acompañan al coche fúnebre con vestimentas pasadas de moda, lo entierran y  enseguida salen corriendo a comer pizza otra vez”.

Márai recaló en América, un lugar donde desdeñó la “extraña” ciudad de Nueva York y donde prefirió San Diego, California.  En 1985 murió su hermano Gábor, un año después fallecen Lola y luego el hermano menor de Márai, Géza, y János, a quien la pareja adoptó cuando tenía cuatro años. El 22 de febrero de 1989, meses antes de la caída del Muro de Berlín, se quitó la vida en su departamento, donde vivió autoexiliado y donde en sus últimos años, habiendo perdido la vista en un ojo, releyó a Shakespeare, El Quijote, la más bella de las obras, como la calificó, y conoció a Borges.


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