Huazolotitlán se quedó triste, pero comienza a levantarse tras 16-F
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Huazolotitlán se quedó triste, pero comienza a levantarse tras 16-F

Tras el paso del sismo que acabó con decenas de viviendas en Huazolotitlán, los habitantes solo tienen un objetivo en mente: levantarse de lo que provocó la naturaleza


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Santa María Huazolotitlán se quedó triste. El pueblo se preparaba para el jaripeo cuando ocurrió el sismo del pasado viernes. Serían ocho horas de carreras de caballos, florituras ecuestres y competencias en este enclave costeño localizado a unos 40 kilómetros del Pacífico.

El reporte de las autoridades señala que al menos 850 viviendas están dañadas –Huazolotitlán es el cuarto municipio con más afectaciones tras el sismo del pasado viernes-, no obstante no detalla que entre esas casas se encuentran la de don Marco Antonio y la de su madre, que se quedaron sin tejas. Tampoco dice que la barda de la casa de doña Marlén mató a sus gallinas, ni que don Joel vio cómo el cuarto que construyó su hermano con sus últimos esfuerzos se resquebrajó. El reporte no lo detalla pero sí lo hacen las voces de estos pobladores que desconocían un desastre de esta magnitud. En este pueblo que cosecha algunas de las sandías más rojas, dulces y grandes de Oaxaca las historias comienzan a brotar.

“Hasta enfermo quería trabajar”

Arsenio Habana Torres falleció hace un año. Tenía 65 años y padecía cáncer en la cabeza. Era un hombre trabajador y dedicó sus últimos esfuerzos a levantar su casa de la calle Benito Juárez, principalmente su cuarto, cubierto con un elegante azulejo y con una decena de figuras católicas, entre ellas un cristo que tiró el temblor y que ahora cubre su cama.

“Hasta enfermo quería trabajar”, cuenta Joel, que recuerda cómo la enfermedad terminó con su hermano “muy rápido”. Si la obra ha sido dañada, él quiere encargarse de que el empeño sea recordado. El cuarto, parece decir, lo partió el sismo, pero él lo construyo y eso no se lo va a llevar ningún movimiento telúrico.

En el segundo piso de su casa hay también daños considerables en espera de ser calificados, si podrán ser reparados o deberán ser derribados.

Un día de descanso

María Magdalena Lagos tampoco estaba en su casa cuando ocurrió el temblor. Como otros pobladores estaba en el lienzo charro para observar el jaripeo. Ese día no preparó pan en el negocio que por años le ha generado el dinero suficiente para construir una de las casas más grandes de la zona, ahora en riesgo de ser derribada. ¿Hace cuánto la levantó? “Hace mucho”, es la mejor respuesta que encuentra. De cualquier forma no fue el tiempo el que levantó las paredes, sino el trabajo.

Las paredes que hoy están desquebrajadas, que esperaban únicamente el color para dejar la categoría de “obra gris”, fueron construidas con panes. Medir la harina, romper los huevos, verter la leche, amasar, agregar la azúcar, calentar a 180 o más grados, hacer conchas un día y rosas de reyes otro. Trabajar un día y al otro también. Descansar el viernes para ver el jaripeo y encontrar que en el juego de las serpientes y escaleras le ha tocado caer en la casilla del sismo de 7.2. Y después, seguir haciendo pan para volver a avanzar en el tablero.

85-18

Entre el 85 y el 18 hay 33 años y una coincidencia entre el Valle de México y la Costa de Oaxaca. En ambos lugares estaban don Armando y doña Marlén. Ella llevaba a su primer hijo en el vientre en el que hasta hace unos años se recordaba como “el peor sismo de la historia de la capital del país”; él había comenzado a trabajar en una fábrica de transformadores. Él estaba en la colonia Doctores y ella en Ciudad Neza. “Allí no se sintió tanto como aquí”, dice ella. Él concuerda, aunque a diferencia de ella, sí estuvo en la zona cero.

En su casa la tierra se confunde con el escombro, que recién han comenzado a quitar en espera de que las autoridades verifiquen los daños. El viernes ambos descansaban en la pieza de cemento que construyeron en su terreno con el dinero que juntó durante 20 años de trabajo en la fábrica con horas extra que prolongaban su jornada hasta por 12 horas; en la de adobe, dice, se descansa mejor, es más fresco “y hay menos ruido”. Al lado de la casa de ladrillos hay un bar “y no dejan dormir”, pero ese día le venció el cansancio y decidió aguantar la música de banda y los gritos para intentar descansar. Desde el viernes no queda más que seguir durmiendo con el ruido de botellas de cerveza chocando.

Levantar lo que la naturaleza tiró

Marco Antonio, de 56 años, pasó la mañana de ayer limpiando y levantando las tejas que cayeron de casa de su madre. Las hileras avanzaban rápidamente con la ayuda de dos chalanes que contrató, dos hombres de su edad a los que el sismo les amplió sus posibilidades de empleo.

Cuando termine de ayudar a su madre iniciará el levantamiento de su casa, después volverá a su trabajo habitual, la siembra de maíz con una técnica que ha sido condenada por su potencial destructivo contra la naturaleza, la tumba y rosa, que consiste en detectar un área boscosa, talar los árboles presentes, quemar los restos y comenzar a sembrar. Es uno de los últimos y únicos recursos con los que cuentan pobladores de zonas montañosas como ésta.

“Ya estaríamos ahí”, dice mientras señala una zona a unos 500 metros de su casa donde hay “árboles gruesos”. No hay malicia ni ambición en sus palabras, sino la explicación de una actividad que ha hecho durante toda su vida. ¿Cómo se le explica a un hombre que la forma en que ha trabajado los últimos 40 años destruye la naturaleza, más aun cuando sigue trabajando para levantar una casa que la naturaleza tiró?

¿A ver qué se puede hacer?

Por su altura, su fuerza y su forma de hablar Elías es un hombre joven, pero tiene 42 años y una sola pregunta. ¿A ver qué se puede hacer? La repite una y otra vez mientras muestra las paredes dañadas, el polvo y los muros separados de su casa. “Los adobes son de este tamaño”, dice mostrando con sus manos un espacio de unos 20 centímetros de ancho y 30 de alto. Sus brazos, gruesos y largos, le ayudaron a levantar a su padre, de 72 años, para sacarlo de su casa durante el sismo. Salvó la vida del hombre que lo crió y que hoy camina con una andadera. Hoy, mientras su padre descansa, tiene una sola pregunta. ¿A ver qué se puede hacer?


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