Sergio Hernández y la visión del México latente
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Arte y Cultura

Sergio Hernández y la visión del México latente

La exposición es continuidad de los trabajos que Hernández presentó en El inventor de mapas, nuevos códices mixtecos


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La nueva exposición de Sergio Hernández en el Centro Cultural Santo Domingo revitaliza textos elementales para comprender la historia de los pueblos prehispánicos como el Popol Vuh, la Visión de los vencidos, el Códice de Yanhuitlán y las Relaciones de Michoacán a través de las cuales se plantean preguntas acerca de cuánto conocemos, o desconocemos, sobre el desarrollo de la etapa del “contacto” entre Mesoamérica y España, entre el mundo precolombino y el Occidente.

La pregunta inicial es ¿Cuál es nuestra percepción sobre la Conquista? ¿Cómo entendemos el proceso de contacto y por qué debemos repensarlo? ¿Por qué miramos la reinterpretación que Hernández hace sobre el Códice de Yanhuitlán? La respuesta es simple pero contundente: porque ahora, en un tiempo de cambios vertiginosos, en los que constantemente la identidad como nación y como sociedad se resignifican, en un espacio globalmente amenazado, con pobladores acusados de ser “violadores y criminales”, en un territorio 500 años después aún codiciado por sus recursos naturales nos preguntamos con más fuerza quiénes somos y el arte (y la historia) pueden ayudar a responder.

La exposición es continuidad de los trabajos que Hernández presentó en El inventor de mapas, nuevos códices mixtecos —expuesta en el Hospital de la Santa Caridad de Sevilla, a partir del cual el editor italiano Franco Maria Ricci elaboró el libro Códice Hernandino-Mixteco—. También encuentra una relación directa con la serie Duelo de Francisco Toledo, tanto por la forma en la que reimagina elementos prehispánicos para actualizarlos y generar un nuevo significado con el cual dar un nuevo sentido a la historia como por el uso del cinabrio, un mineral de uso fúnebre para diversas culturas mesoamericanas.

La exposición de Sergio Hernández es un recorrido por la evolución de los acontecimientos históricos: la vida y la naturaleza prehispánica, su cosmovisión, la constelación de sus dioses y su forma de entender el universo, su transcurrir por el tiempo y los espacios geográficos, el tiempo de la angustia por las noticias de la llegada de extraños, el diálogo, el contacto, el intercambio, la lucha, el exterminio y la conformación de la “tierra viva” que es el territorio de México.

El artista utiliza diversas técnicas como elementos para resaltar la fuerza del relato. Primero el grafito sobre madera, trazos blancos sobre un fondo negro, las piezas sobre la cosmogonía, cómo se alineaba la vida en la tierra con el orden de las estrellas, cómo la visión de lo estelar configuraba lo terrestre, cómo las semillas se almacenaban atendiendo al orden del universo y cómo se llevaba a cabo el diálogo comunitario. La segunda parte son pinturas al fresco basadas en el códice mixteco para acercarnos a la vida de los pueblos, a la primera vez en la que se escuchó la llegada de los españoles. La historiadora María de los Ángeles Romero Frizzi ha señalado que el códice contiene la historia de Yanhuitlán pero también los abusos que sufrieron los mixtecos por parte de caciques y encomenderos. Para contar estos abusos el trazo blanco se convierte en dorado, sobre el mismo fondo negro se cuenta ahora la historia de lo material, el nuevo rumbo que tomaría el discurrir histórico, la evangelización y con ello el apoderamiento de la riqueza de los pueblos.

Una de las dos piezas de gran formato, con 1.0 por 6 metros, es un mural de los enfrentamientos basado en el texto de León Portilla, las guerras, los enfrentamientos, muertes como la de Axoquentzin, que a los enemigos “les hizo retroceder” al que “le dieron una estocada: le atravesaron el pecho: en el corazón le entró el estoque”. Aparecen en esta pieza los materiales terrosos que convierten la historia en “vida vivida”.

La curaduría de la exposición es explícita al señalar que al pintor está interesado más en el aspecto artístico de los códices que en el histórico o el arqueológico; sin embargo, tanto las obras originales como estas reinterpretaciones son caminos dialogantes; el interés por las piezas de Hernández son una ruta hacia los textos y los códices y estos a su vez son una fuente que responde las interrogantes preexistentes y abre otras nuevas.

El escritor Miguel León-Portilla ha escrito sobre estas piezas que son dos veces arte: “el de la antigua palabra” del Popol Vuh o de los códices y “la del maestro Sergio poseedor de la antigua tinta negra y roja que nos acerca a un universo que, siendo legado de Mesoamérica, lo es también de los hombres y mujeres de los cuatro rumbos del mundo”.

La segunda pieza de gran formato, de 4.5 por 4.2 metros, es un mapa del territorio azteca rojizo, vivo, latente, sangrante tras la guerra. Es un mapa que a la vez es presente e interrogante sobre el futuro, una pieza que recuerda La ciudad vencida que se relata en la Visión: “Éste fue el modo como feneció el mexicano, el tlatelolca. Dejó abandonada su ciudad. Allí en Amáxac fue en donde estuvimos todos. Y ya no teníamos escudos, ya no teníamos macanas, y nada teníamos que comer, ya nada comimos. Y toda la noche llovió sobre nosotros”.