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Arte y Cultura

Ventana Fotográfica: 1X300

Como si estas mujeres que cargan la imagen sufriente de la Virgen de la Soledad estuvieran cargando el dolor todo del mundo.


Ventana Fotográfica: 1X300 | El Imparcial de Oaxaca
Fotografía de Eva Lepiz ©

Porque el dolor de madre es —cómo negarlo— el dolor entero, sin fisuras ni resquebrajos. Es el dolor del nacimiento y de la muerte también. Y no hay quién lo reciba en el cuenco de sus manos. Se expande e invade cada uno de los filamentos nerviosos que recorren nuestro cuerpo. Y luego, se queda así, como plomo, en los hombros contraídos y encorvados por el peso.

Como si el velo de luto que portan las cargadoras de todas las edades sobre sus cabezas, fuera en realidad la soledad brocada de la virgen que envuelve bajo su manto de seda el rostro de todas aquellas mujeres laceradas, en espera de su prole usurpada, mancillada o torturada.

¿Cuántas madres, como la madre santa, hay sin hijos?, ¿cuántas madres cuyos hijos han sido muertos?, ¿cuántas madres soportan el tormento de la pérdida y la ausencia?, ¿cuántas madres, como la virgencita tras el ataúd, tienen su rostro aperlado de lágrimas parecidas a rocío, por tanto llorar al amanecer?, ¿qué palabras hay en el universo de los vivos para nombrar a esas mujeres viudas de sus retoños?

Pido a estas alturas unas sentidas disculpas… la imagen capta una simple procesión, un sábado de gloria en Guatemala; sin embargo, ahora, en este instante en que se abate la luz del día y me apresto a escribir, no puedo dejar de pensar en la señora Antonia Ramírez Cruz que esta mañana vi clamando, por enésima vez, justicia para sus dos hijas desaparecidas hace ya más de diez años, una tarde cualquiera de julio, en los caminos de la violentada región triqui, ahí, donde las procesiones son desde hace tiempo de violines, balas y mariposas.