Poniatowska en Oaxaca: 'México, el otro sueño'
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Poniatowska en Oaxaca: ‘México, el otro sueño’

La escritora recibió un homenaje durante la inauguración de la 37 edición de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca


Poniatowska en Oaxaca: ‘México, el otro sueño’ | El Imparcial de Oaxaca

“Que quede claro que no fue un problema sísmico, sino un problema de asesinos que están en el poder y no les interesa la vida de los niños, la vida de los que pudieron ser el futuro del país. Los miles de muertos no se pueden borrar de la noche a la mañana”.

La crónica pareciera ser de hoy, del 7, del 19 de septiembre pasado, del 23, pero es de hace 32 años. Elena Poniatowska escribió uno de los testimonios colectivos más fuertes del sismo del 85 en el que plasmó lo que Carlos Monsiváis llama el nacimiento de la sociedad civil organizada. Nada, nadie, las voces del temblor es una de las obras que llevó a esta escritora al homenaje que ayer le rindió la Feria Internacional del Libro de Oaxaca, un lugar en el que la autora narró su otra vida, aquella que se encuentra ya en el pasado, y que ahora es recreación, invención, literatura.

México fue el otro sueño de Poniatowska, que cuando era niña “soñaba, soñaba en la noche antes de dormir” y cuando llegó a México, en 1945, tuvo que “buscar otro sueño”. El sueño mexicano lo encontró en la realidad de la vida cotidiana, en esos mexicanos que andaban siempre descalzos, en las mujeres que cuando les hablaban en la calle se tapaban la cara con rebozo, en esa gente que siempre se repegaba a las paredes “para que tú tuvieras un camino solo para ti”. Al sueño, a la gente, le hizo preguntas, quiénes son, cómo son, por qué creen tan poquito en sí mismos. El sueño lo volvió periodismo, su primera escritura.

La actividad la inició cuando ella misma no creía mucho en sí misma, cuando no sabía qué iba a salir de adentro “siempre dije ‘el otro sabe más’”, porque en el periodismo uno siempre escribe lo que dice otro, lo que le dice otro. “Siempre escribía ‘como dice Carlos Monsiváis’, ‘como dice Guillermo Haro’, mi primer esposo, pero yo no tenía opinión”, “ser periodista durante tantísimos años, sobre todo entrevistadora, también es una necesidad, tomar al otro para darle validez a lo que yo hago, para no decir ‘yo soy muy chingona’”.

“Escribir articulitos” le quitó el tiempo para estar con otros, con su madre, para llevarla a Francia, a ese país del que nunca habría querido salir y al que nunca pudo volver. París, donde su madre conoció a su padre, donde se casaron y donde la engendraron. “Es una de las culpas enormes que tengo, la importancia que le di (a escribir), una importancia de náufrago, una importancia que para mí era un salvavidas, decir ‘yo sirvo para algo’”.

Oaxaca

Mucho de lo que sabe Elena Poniatowska de Oaxaca se lo contó su amiga Graciela Iturbide, otra homenajeada de la FILO. El tiempo en Oaxaca, para la escritora, está marcado por las iniciales a.T y d.T. antes de Toledo y después de Toledo. Antes de conocer al hombre que hizo la primera edición de Mujeres de Juchitán, a quien conoció cuando todavía se llamaba Benjamín y no Francisco. El hombre que rompía cualquier carta que le enviaran a Juchitán excepto la de la escritora.

A Oaxaca la trajo también la intención de conocer a otro tipo de hombre. Al hombre que no se repega a la pared, que era líder ferrocarrilero, que denunciaba y confrontaba al gobierno. A Oaxaca la trajo la investigación que hizo sobre Demetrio Vallejo y el movimiento ferrocarrilero en 1972 y que 33 años después traspasó a una novela, El tren pasa primero. Para esa entrevista conoció El Espinal, Juchitán, San Mateo del Mar y Lecumberri, donde Vallejo pasó 11 años condenado por comunista.

El motivo de Poniatowska es el otro, el que sufrió lo que ella no sufrió, el que vivió como ella no vivió, la mujer que trabajaba en lo que ella no tenía que trabajar, como Josefina Bórquez, la lavandera que la inspiró para crear a Jesusa Palancares, que muestra el mundo de la miseria en Hasta no verte Jesús mío. La mujer a la que oyó hablar zapoteco y cuyas malas palabras le fascinaron.

“Me decía que yo no servía para nada, que era una rota, una catrina, que yo no sabía lavar un overol, ella limpiaba overoles, los lavaba en una tablita, ni siquiera en un lavadero porque se había peleado con unas vecinas, me decía, ‘a ver, lave un overol’, poco a poco la fui amando muchísimo… oírla fue una de las grandes dichas de mi vida… una de las personas que más dicha me ha dado es esta oaxaqueña”.


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