Ventana Fotográfica: 1X300
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Arte y Cultura

Ventana Fotográfica: 1X300

Quinta entrega de la serie Ventana Fotográfica: 1×300


Ventana Fotográfica: 1X300 | El Imparcial de Oaxaca
Venus. Fotografía de Lucero González. ©

Dicen que en la montaña, arriba en el bosque de coníferas, había antaño un lugar sagrado: una roca adorada como diosa bendita, del tamaño de una pelvis femenina, que se abría discretamente en dos, con una hendidura en el medio salpicada por un vello hecho de acículas.

Para ascender hasta allá, los peregrinos, hombres y mujeres, indistintamente, caminaban cuesta arriba durante dos días y dos noches. Así le hacían puntualmente, cada mes, cada luna nueva, para sellar el viejo ciclo y recibir limpios el nuevo por venir. Llegaban y veneraban la veta en la oscuridad, al calor de un fuego alrededor y de cánticos susurrados que convocaban a las centinelas del lugar.

Uno a uno, los peregrinos pasaban y se postraban ante la grieta de la que emanaba según la hora olor a rocío, a lluvia, a tierra y a promesas siempre cumplidas. Luego, había quien deslizaba lentamente el índice de arriba abajo y de abajo hacia arriba, sintiendo con la yema cada uno de los filamentos de las hierbas que se erizaban. Otros introducían la mano entera hasta dar con la oquedad, la intimidad y el musgo en toda su humedad. Estaban los que con la punta de la lengua repasaban lentamente todos los bordes para luego lamer sin respirar cada una de las paredes de su interior. Y por último, estaban los que, bañados en su propia boca, se deleitaban dejando caer gota a gota su saliva sobre el cuerpo abierto de la roca. Dicen que entonces se arqueaba sobre sí misma, aullaba para luego caer, complacida, en un letargo profundo.

Al amanecer, cuando el sol reposaba sus rayos en la entrepierna divina, los peregrinos descendían con el corazón alegre y ligero, de regreso al día de sus vidas.

Dicen que en aquel entonces no había guerras… tampoco feminicidios…