Los trazos del tiempo de Manuel Miguel
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Arte y Cultura

Los trazos del tiempo de Manuel Miguel

Hay en su estudio piezas que prepara para exposiciones que inaugurará pronto en la UABJO y en el Senado de la República


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Las palabras del artista Manuel Miguel cobran sentido mientras se admira su obra. Una serie de hilos multicolores dan forma al perfil de un elefante. Son trazos azarosos, desordenados, a alta velocidad; rosas, naranjas, fosforescentes. Hilos multicolores que llaman al sentido lúdico de la visión pero que a la vez resumen un trasfondo claro: son hilos que hablan del paso del tiempo, de cómo el tiempo nos teje y nos presenta.

Son elefantes de tiempos, reunidos todos en un presente que es el conjunto del hoy; la sintaxis del tiempo que ha sido, que es y se mueve hacia lo que será, hacia el tiempo en el que más hilos, sin que sepamos cuáles, se sumarán a nuestra forma presente.
Borges ayuda a comprender cómo además del tiempo, un solo elemento, el elefante o el jaguar, implica la suma de todo.

Escribe en La escritura de Dios: “Aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra”.

En esta proposición, decir elefante implica un todo en el que se encuentra también el ser humano, el “hombre”, el “hombre depredador” (¿la mujer es también responsable de la depredación animal, de las toneladas de marfil con las que se trafica cada año?) y entonces la pintura de Manuel se vuelve una obra contra la inacción. Su presencia, explica, una forma de presentarlos, de hacerlos visibles al menos en el arte, de enunciar que al mencionar elefante también debemos pensar en cómo su hábitat se pierde continuamente a causa de las necesidades de la sociedad.

DEL NAHUAL
Otro animal constante en la obra de Manuel Miguel es el colibrí. Su nahual. Originario del municipio serrano de Teococuilco de Marcos Pérez, el artista de 33 años conoció aún la tradición que reza que cuando un niño nace el primer animal que cante, grite, aúlle o se haga presente es el que da espíritu al ser humano. Para él fue el colibrí, pintado también a través de líneas delgadas, “como simulando los hilos de estambre”.

“Yo vengo de una comunidad donde inconscientemente todos los elementos están presentes, toda la esencia de una cultura, las tradiciones, los colores, los campos, la relación, tu lengua materna. Ahí desde pequeño todas las mujeres hacían sus servilletas en las tardes. Esa técnica surge de repente, sin darme cuenta, yo pintando y ella tejiendo, se cae el hilo de estambre, me espanto, cuando lo levanto y lo enrollo… ahí surgió esa esencia, la sensación del tiempo, tus raíces y el momento preciso de poder cambiar”.

La escuela de Manuel fue siempre el taller. No hubo aulas ni cátedras, aunque sí maestros. Tras tres años como migrante en Estados Unidos, volvió a Oaxaca para trabajar con su paisano, el artista Alejandro Santiago, quien en la primera década de este siglo puso de relieve la ausencia que crea la búsqueda de bienestar en otro país con la serie 2501 migrantes. En ese taller, apoyando en tareas de restauración de arte sacro y piezas modernas, colaboró con 12 artistas oaxaqueños y seis nacionales.
Aprendió todo en ese espacio, los tipos de materiales, las técnicas, el proceso pero, sobre todo, “que yo podía generar mi propio trabajo”.

“Se puede decir que soy nato, la pintura me gusta desde que soy niño, pero nunca tuve la oportunidad de estudiar arte. En el taller se construye todo mi proceso, todo mi conocimiento, que fue también a través de tres años de restauración”, cuenta.

CONTRA LA DESTRUCCIÓN
En su taller, en el Valle de Etla, Manuel Miguel guarda cientos de piezas. Su actividad se ha vuelto frenética y aunque tiene más paciencia que hace algunos años, cuando le declaró la guerra al “desperdicio de tiempo que era dormir”, su trabajo ha continuado constante, permanente. Hay en su estudio piezas que prepara para exposiciones que inaugurará pronto en la UABJO y en el Senado de la República. Están enmarcadas sus primeras obras. Se multiplican en su taller los árboles de vida, que reflejan también el transitar de la vida en los trazos del tiempo. Son hilos amarillos que pertenecen a un tiempo, otros rosas que pertenecen a otro tiempo. Son árboles de tiempos.

“Ésta es mi vida cotidiana, éste es mi alimento, todo el tiempo tengo que estar pintando. Se vuelve una adicción, la mente es muy cabrona, mucho tiempo sufrí de insomnio. No puedo estar tranquilo pensando que dejé pendiente esto, porque la idea se va a fugar. A veces la ansiedad, el hambre de aterrizar tus ideas, llevarlas a una forma, va más allá de tus debilidades físicas, el cansancio, el hambre, simplemente lo va llevando tu mente”.

A partir del proyecto de la Ruta Escultórica de la Villa de Etla que impulsó con cuatro pintores más, Manuel incursionó en la escultura sobre lienzos. En donde otra de sus líneas de trabajo, la geometría, reemplaza a los hilos de estambre. Para él esta forma de trabajo resulta una respuesta al deseo del artista que pretende siempre trabajar con materiales nuevos, limpios. En estas obras –con las que ha forjado desde la puerta de acceso a su taller hasta elefantes y rostros humanos, toma pedacería de talleres de herrería y la convierte en piezas nuevas.

“El artista más que construir a través de una destrucción tiene que construir con la destrucción que ya está hecha, con lo que para muchos es basura. Todos estos elementos fueron puertas, canceles, ventanas, es mejor darle una utilidad visual, contemplar el material a través de los puentes que genera el arte”, expresa.