ANTONIO TUROK: Si no te apellidas López no eres pueblo
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ANTONIO TUROK: Si no te apellidas López no eres pueblo

El nacido en la Ciudad de México, en 1955, recibió el año pasado la medalla al mérito fotográfico que otorga el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), por más de 40 años dedicados al documentalismo


ANTONIO  TUROK: Si no te apellidas  López no eres pueblo | El Imparcial de Oaxaca

Antonio Turok llega de prisa, se dirige inmediatamente al aula donde más tarde impartirá un taller. Cruza unas palabras con una de las colaboradoras del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo y voltea la mirada. Son poco más de las 15:30 horas y el calor es intenso, como lo ha sido en los últimos días, en los inicios de febrero. La bugambilia está prácticamente sin flores y el espejo de agua amenaza con evaporarse. En los pasillos están los vigilantes y unos adultos que esperan; todos mirando al celular. Entre el murmullo de los niños que ocupan dos de las salas, generalmente cerradas por ser martes, el fotógrafo reconoce a quienes le buscan.

Tras unos segundos, se dispone para el encuentro, pero antes toma su cajetilla de cigarros, saca uno y lo coloca entre los labios; el encendedor se le cae y se destruye, aunque logra armarlo y tener la flama necesaria para aquel trozo de papel con tabaco y químicos.

Sonríe, sale de la sala y va hacia la entrada del inmueble que desde enero reúne varias de sus fotografías. El sol está a plomo y él se recarga en la puerta, da unas bocanadas y responde el saludo de alguien que, a bordo de un coche, lo reconoce y le grita: ¡maestro Turok!

—Tú me escribiste, ¿no?
—En agosto, por la medalla que le dio el INAH.

El nacido en la Ciudad de México, en 1955, recibió el año pasado la medalla al mérito fotográfico que otorga el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), por más de 40 años dedicados al documentalismo. Quien se dedica a esa labor —decía el entonces galardonado— crea un guion sobre lo que se quiere transmitir, no sin antes estudiar la historia de lo que va a capturar con su lente. “Tiene que hacer antropología, tiene que hacer sociología, tiene que llevar un bagaje de historia del arte para poder entender qué es la sociedad que va a ir a retratar”. Con casi 18 años, en 1973, Turok viajó a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en donde se instaló un año después y comenzó una labor como asistente de la etnóloga y fotógrafa Gertrude Duby Blom. En 1975 presentó su primera muestra individual.

—Hace mucho calor, no sé por qué hace mucho calor ¡Uf! —dice.

No ha agotado el cigarro, pero cambia de parecer y prefiere volver a la sala donde están las fotografías sobre el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, ocurrido hace 25 años. Se sienta y seca el sudor; el rollo de papel no está más, ni el humo.

—Me salen muchas manchas, como soy muy flojo para (aplicarme) el bloqueador. Y con todo y el sombrero me siguen saliendo manchas. Ahora sí, a ver, pa’ qué soy bueno.

Al parecer, la incomodidad que externó minutos antes, y que le hizo ir de un lado a otro, ha desparecido. Se fue como la frase sobre si la entrevista era parte de un trabajo para hacerlo sufrir, para torturarlo. En el cuarto, además de las fotografías en la pared, hay una pantalla, su computadora portátil, una larga mesa y varias sillas de madera. Las cortinas oscuras ayudan a disminuir la entrada de la luz del sol. Turok se levanta y enciende ambas máquinas. Un video comienza a reproducirse.

—Si no le sé yo, lo sacas de aquí.

Lo que se observa es un documental que ha producido el Canal 22 y que se estrenará próximamente. Hace más de seis meses que el fotógrafo es seguido y filmado, pero desconoce cuándo se transmitirá.

—La fotografía no se busca, se encuentra, eso es lo importante —dice un Turok en la pantalla, muy parecido al real, con el que comparte el cabello canoso, las cejas casi incoloras y los ojos de un tono que va entre el azul y el gris. “Si tú no entiendes la situación que estás fotografiando, entonces simplemente será un registro…”

—¿Ya ves? Hay de todo ahí; estuve en la marcha de los 50 años de Tlatelolco y luego vinimos aquí a filmar. En Oaxaca estuvimos tres días.

La conversación es interrumpida por un visitante, se trata de su vecino de San Agustín, Etla, de más años de edad y que llega para entregarle las fotografías que le guardó por una década. La política y el actual gobierno salen en la conversación que se da sobre la familia, los terrenos y el agua.

—A todos nos cortaron, ya quién sabe en qué mundo y en qué México vivimos, ¿no cree?, porque este señor (Andrés Manuel López Obrador) anda corriendo a todo mundo —dice Turok mientras toma el paquete sellado que le costará abrir varios minutos.

—¡Qué vergüenza, se hubiera quedado con ellas!

Tras la visita sigue pensando sobre la administración federal, sobre las protestas de los docentes, sobre el discurso del presidente, sobre la corrupción, sobre los despidos.

—¿Usted cómo ve la situación, la cuarta transformación, los despidos?

—Hoy firmé una petición. Estamos firmando casi todos; (por) un tal Daniel Goldin que estaba a cargo de la Biblioteca Vasconcelos. Imagínate, esta gente llega y agarra tus cosas y vas pa’ fuera, sin aviso.

—¿Cree que sea lo mismo que en administraciones previas?

—Yo creo que ni el PRI hacía eso. Digo, no sé, no entiendo, pero no está bien, sea lo que sea. Siempre que llega un gobierno nuevo hay cambios, pero así no. Yo digo que no, que tiene que haber un orden. Bueno, quién de ustedes se apellida López (pregunta al fotógrafo y la reportera) ¿No?, entonces no son pueblo. Si no te apellidas López no eres pueblo. Y nosotros no somos pueblo, parece ser. No, pero yo no quiero hablar mal todavía, yo quiero, más bien, que le vaya muy bien, por todos los jóvenes. Tienen que tener una esperanza los jóvenes.

—Usted tiene una hija.

—Tengo una hija de 20, está estudiando, cuando termine quiero que tenga una oportunidad de tener un trabajo. Hay que echarle ganas, ¿no? Es lo mismo, siempre van y vienen. Tiene uno que aprender a trabajar con el que está. No hay de otra. Imagínese, cuando yo era de la edad de mi hija, estaba entrando Echeverría, y de ahí pa’ cá, desde entonces he votado. He trabajado con todos, a favor y en contra, pero ahí estoy. Entonces creo que va a ser lo mismo ahora.
—¿Y en ese entonces cómo se veía, percibe un gran cambio entre lo que se vive ahora y lo que le tocó a sus padres, a usted?

—Creo que a mis papás les fue muy bien, llegaron como migrantes y había oportunidades.

—¿A qué se dedicaba su padre?

—Fue científico, era químico, pero no tenía chamba, entonces se hizo fotógrafo. De ahí es donde vengo agarrando la profesión.

—¿Y su madre?

-Mi mamá puso una galería de arte, luego una tienda, siempre fue una mujer muy movida. Hizo su propio dinerito. Siempre dijo que los hombres no sirven para nada; son teléfonos descompuestos.

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Antes de radicar en Oaxaca, Antonio Turok vivió en la Ciudad de México, en donde nació y a donde llegaron sus padres Mark Turok (militante del Pardito Comunista de Boston) y Ella Wallace, a principios de los años 50. Antes, el matrimonio había radicado en Nueva York y Hawái (aquí incluso abrieron un establecimiento y vivieron el ataque a Pearl Harbor, lo mismo que la Segunda Guerra Mundial). Su abuelo, un sastre judío de Ucrania que simpatizaba con las ideas de León Trotsky, parece haber marcado la pauta para la migración que harían sus sucesores.

En 1974 se instala en Chiapas (estado al que había viajado en el 73). En 1978 se convierte en director del Centro Cultural de Bellas Artes en San Cristóbal de las Casas. Su labor como reportero gráfico se desarrolla desde ese estado, en la década de los años 80, con el periódico Unomásuno, y como corresponsal de guerra en Nicaragua.

—Lleva varios años en Oaxaca…

—Llegamos en el 2001, de Chiapas. Ahí llegué en el 73, al 2001… como 28 años; yo siempre he dicho que fueron como 30 años. Pero, bueno, ya no quiso estar la señora allá.

—¿Muchos riesgos?

—Dice que estaba muy lejos de todo. Yo me hubiera quedado.

—Entonces no es que haya querido venir a vivir a Oaxaca.

—¡Nombre! Ya sabes que cuando la mujer decide, ya…

—¿Y de Oaxaca a dónde iría?

Turok solo ríe y señala al piso. —No sé, yo ando paseando.

—¿Es algo que viene de familia, el migrar?

—Llegaron de Ucrania a Estados Unidos, de Estados Unidos a México. Aquí murieron mis padres, en México. También a mí me gusta mucho México. De chamaco me fui a Chiapas, a huir de la ciudad. Luego a Oaxaca y al ratito a ver qué pasa, a lo mejor se pone feo…

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En las salas del Centro Fotográfico, donde ocurre la plática, Turok presenta una exposición de su obra, Reflexiones: entre la alegría y la desesperación, con imágenes sobre las guerrillas en Centroamérica, los atentados en Nueva York, la vida en las comunidades del sureste mexicano, el conflicto político-social de 2006 en Oaxaca y las protestas por la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. En una de las áreas, en la que por una semana imparte un taller, están las fotografías del levantamiento del EZLN, ocurrido en enero de 1994 y por cuyo aniversario se comparte una versión de la muestra (que como la original fue curada por Marietta Bernstoff) presentada entre 2016 y 2017 en el Museo Archivo de la Fotografía (Ciudad de México).

Luego de su lucha contra el paquete de fotografías que ha logrado abrir, Turok comienza a ver las impresiones que había olvidado. Hay una que coincide con la de gran formato colgada en el centro de una de las paredes, donde un joven levanta el arma a la altura de la cámara.

—¿Qué sintió cuando le apuntó con el arma?—Me reí, igual que el que está atrás.
—¿Por nervios?
—¡No!
—Ya se sentía parte de…
—Era parte de. Creo que más bien él nos estaba diciendo con su acción que, ahora sí, los indígenas iban a ser dueños de su historia ¿O no? ‘Ya no vamos a ser los agachados, ya estamos levantados en armas’.

—Pero la idea viene de tiempo atrás, cuando tiran la estatua.

—La que está ahí, a la vuelta (se refiere a una foto que capta el momento).

En 1992, cuando se conmemoran 500 años de la llegada de los españoles a territorio de Mesoamérica, en San Cristóbal de las Casas se da una protesta de indígenas que tiran una estatua de Diego de Mazariegos, el conquistador y vencedor en la batalla de Tepetchía.

“En la imagen de Turok, el cuerpo en piedra se precipita impertérrito, mientras sobre el monumento queda un joven indígena”. El acto, añade el promotor cultural Eduardo Vázquez Martín, es “simbólico, pero también una señal que antecede al levantamiento del 94”.

—¿Cómo ve a Chiapas ahora que recién fue en enero su 25 aniversario?

—Creo que eso ya se acabó, es otra etapa.
—¿Completamente distinta a los tiempos del subcomandante Marcos o la comandante Ramona?
—No, pues es que han sido duramente…
—¿Criticados?
—Reprimidos. Ya sabes que en este mundo si les declaras la guerra y no te rindes, pues hasta que no te rindas. No se han rendido. Creo que el mundo está de cabeza. Cuándo hubiéramos pensado que Estados Unidos iba a hacer un retroceso tan grande.
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Antonio Turok, quien a los 14 años tomó la cámara Leica, que su padre guardaba en el armario, para empezar a hacer sus primeras tomas, ha dicho que la fotografía ha de encontrarse, pero para ello es necesario salir y descubrirla. Él parece haber estado, durante cuatro décadas, en el momento y lugar exactos para hallarla.

—A donde usted va parecen coincidir los tiempos para que ocurra un hecho.

—(Ríe) Lo que no sabes es que yo soy el que (los) provocó… Estuve en Nueva York, en las Torres Gemelas y se estrellaron los aviones.
—¿Es como una especie de imán?

—A veces pienso que soy un fotógrafo con suerte, pero también se requiere que uno quiera documentar eso. Yo me vine de Chiapas a Oaxaca ¿Y qué pasó?, el levantamiento del 2006, pero hubo fotógrafos que no quisieron salir a tomar fotos. Entonces, es un poco la suerte, pero otra parte la curiosidad de irlo a documentar. Y sí, pero yo nada más hago fotos, ¡eh!, ¡pa’ que quede claro en la entrevista!

—Son varios años de trabajo y en momentos claves de la historia de América, de México. Es el primero que da a conocer el levantamiento del EZLN.
—Sí, no había otro fotógrafo esa mañana.

—Y retrató al subcomandante Marcos, pensativo, ¿cómo se dio?

—Yo quería tomarle un retrato como yo quería, no como él quería salir. Es medio payasito el señor. Lo esperé hasta que se puso a pensar y dije: bueno, tú sabrás en qué te estás metiendo, tú y la gente que se va a morir. En ese sentido, yo pongo mi línea editorial.

En sus fotografías, Antonio Turok dice que su línea editorial es evitar la condena, el no decir “quién es el bueno y quién es el malo”. Contrario a una respuesta, propone preguntas: “¿por qué los pueblos más pobres de México decidieron levantarse en armas?, ¿por qué después del 94 otros pueblos en el norte se fueron hacia el narcotráfico?”. Pero entre esas, las grandes interrogantes son: ¿por qué el Estado ha abandonado tanto al país? ¿Qué otra salida le da a los mexicanos?

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“El oficio de la fotografía no se puede hacer solo; es un quehacer colectivo”, dice Turok un 11 de enero en Oaxaca, cuando presenta su más reciente exposición.

Con aquella labor equipara a la historia, pues explica que para generarse, esta parte de la memoria colectiva, la que “hacemos todos”. Pero en las zonas de mucha marginación, ha notado algo, que sus habitantes incluso quieren ser fotografiados. “Oiga, tómeme mi foto que quiero que el resto del mundo sepa cómo vivimos”, le dicen. Por el contrario, cuando intenta “fotografiar a los ricos y a los famosos, no se dejan. Siempre sus puertas están cerradas, como que les da vergüenza ser mexicanos”.

—¿A quiénes de los ricos ha intentado fotografiar?
—A todos.
—¿Y todos se han negado?
—Sí, son gente que se cuida mucho.
—¿Como quién?
—Como el que quieras.
—¿Slim?
—Slim, yo creo que ni quiere a México. Oye, mira cuánto le damos al mes (por los teléfonos).

Para Turok, en prácticamente todo el país las personas no pueden estar sin su celular o su Coca Cola. Hace cuentas para calcular la fortuna del empresario y tras pensar suelta: “pa’ qué, si al final no se lleva uno nada. Por eso es que hago fotografías, no me voy a llevar nada”.

—¿Pero a quién le dejará sus fotografías?
—Pues al que las quiera. La historia las va a querer. La historia las va a querer —repite. —De hecho, todas estas fotos ya no me pertenecen, ya le pertenecen a la historia.
—¿A la memoria colectiva?
—A la memoria colectiva.
—Pero en la propia, ¿le ha pasado que no reconozca alguna de sus fotografías?
—Sí, pues esas no las tomé, las que no reconozco (ríe).

—¿Pero hay otras para las que tiene buena memoria?
—La pregunta es buena porque al final la fotografía es memoria. Bueno, no toda, cuando le tomas una foto a tu perrito, ¿es memoria o no? Bueno, también, pero es memoria personal, como cuando ves la foto de tu abuelo. Pero qué más te puedo decir, ya mis alumnos están aquí.

El fotógrafo debe terminar la plática. Sus alumnos han llegado a la clase, pero pide volver al día siguiente, a la misma hora, a las 15:00. No llega. Su memoria parece traicionarle como con las imágenes que olvida. No así con el encuadre que buscó recrear el año pasado (sobre las Torres Gemelas contra las que se estrellaron dos aviones en septiembre de 2001), y que, sin embargo, no consiguió durante las dos horas que se lo propuso.
—¿Se frustró?

—Un poco. Una sí la encontré, pero ya no quise seguir.

Turok se lamenta, pero accede a responder lo último, relacionado con el conflicto de 2006, cuando fotografía el cuerpo inerte de su compañero de oficio: Brad Will.

—¿Qué pasó por su mente en ese momento?
—Es como un autorretrato.

—El verse ahí…
—Porque yo a su edad estaba en Nicaragua, tomando fotos de la guerra. Entonces, (es) como una especie de homenaje a los que se atreven a ir a la guerra, pero también es una reflexión, ¿no?, porque él sí se murió y yo no ¿Cómo? ¿Por qué se mueren los fotógrafos?