Tumba 7 de Monte Albán, un tesoro mixteco muy diverso
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Tumba 7 de Monte Albán, un tesoro mixteco muy diverso

Para la restauradora Sara Eugenia Fernández Mendiola, la colección es única por la diversidad de materiales, aleaciones y motivos


Cuando el pueblo de la lluvia (Ñuu savi) decidió reutilizar una tumba de los zapotecos del valle no solo consiguió un hogar para el descanso eterno de sus señores, sino un sitio que marcaba su poderío frente a esta nación. Leyendas como la de la princesa Donají cuentan incluso que Monte Albán, otrora centro de los zapotecos, había sido el último lugar en disputa entre éstos y los mixtecos.

Pero la Tumba 7, conocida como tal por el orden de su descubrimiento de parte del equipo que coordinaba el arqueólogo Alfonso Caso, se convertiría en testigo de tal poderío y depositaria del mayor tesoro arqueológico descubierto en el continente hasta 1932, como lo indicaba su descubridor. Y lo seguiría siendo años más tarde, en 1969, cuando el impulsor del Instituto Nacional de Antropología e Historia publicara las memorias de tal hallazgo y la colección quedara a la vista del mundo, a través de la exposición A Century of Progrees.

Pero tal afirmación de Caso se debía no solo al uso de la tumba por dos pueblos (mixteco y zapoteco), sino a la variedad de sus materiales y un “exquisito trabajo”. A la fecha, es muy posible que el tesoro de Monte Albán mantenga esa singularidad frente a los descubrimientos posteriores, al menos para la restauradora Sara Eugenia Fernández Mendiola, quien desde 2013 trabaja en la conservación de la colección que resguarda el Museo de las Culturas de Oaxaca.

PROYECTO DE CONSERVACIÓN

La restauradora perito de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del Instituto Nacional de Antropología e Historia es responsable del proyecto de Conservación de los Tesoros de la Tumba 7 de Monte Albán, uno que inició en 2013 tras la solicitud del museo por revisar el estado de las piezas que usualmente se exhibe en la sala 3 del recinto.

Para ese entonces, las piezas no habían sido objeto de un análisis o intervención completo, como el hecho por Caso en los años 60, apoyado por un experto metalurgista (Dudley T. Easby) o el que ahora lleva seis años y se extenderá a por lo menos otros tres más, a fin de hacer que las cientos de piezas guarden un perfecto estado.

INICIA REVISIÓN

En 2013, cuando Fernández se hace cargo de tal labor, se comenzó con la revisión de 115 piezas de metal, de las cuales determinó necesaria una limpieza, pues éstas “presentaban algo de polvo y grasa acumulada” y se requería de “una intervención de conservación”.

En 2014 es cuando se decide que año con año, en una temporada de tres a cuatro semanas, la restauradora venga para intervenir las piezas, pero en el museo, ya que por cuestiones de seguridad las piezas “no salen de aquí para nada”.

Fernández Mendiola, que lleva unos días en la temporada de intervención actual y a la fecha ha trabajado con cerca de 350 piezas de la colección, narra cómo aquella riqueza externada por Caso es una que ella ha observado en estos años.

“Gran parte de la maravilla de esta colección es la variedad de materiales constitutivos, tenemos aleaciones de metal, ámbar, materiales malacológicos —como caracoles, conchas—, obsidiana, perlas, tecali, azabache, turquesa… La variedad es increíble y cada una (de las piezas) necesita ser analizada específicamente”, comenta quien como esa larga lista de materiales ha de llenar un formato de clasificación igual o más extenso para cada objeto que a veces mide tan solo 1.5 milímetros de longitud.

La especialista que ha trabajado en varias zonas del país señala que a esa variedad de materiales (por ejemplo tres tipos de oro) se suma la de aleaciones metálicas y formas de trabajo empleadas para cada objeto.

“Tenemos varias piezas que son vaciado a la cera perdida y con decoración de falsa filigrana; objetos laminados con una decoración repujada y terminados para los que utilizaban martillado y un recocido. El trabajo de huesos, los grabados que tienen son unos que en verdad uno no se explica cómo lo hicieron. Imagino que tuvieron algún tipo de lupa, si no, no entiendo”, narra Sara sobre este trabajo “exquisito” que muestra que “los artesanos mixtecos de verdad eran y siguen siendo una maravilla”.

EN BUEN ESTADO

Aunque han pasado varios años desde su elaboración, que se estima fue entre los años 1250 y 521 d. C., los tesoros de la Tumba 7 guardan un buen estado de conservación, según explica la especialista. “Afortunadamente, los metales, al ser de aleaciones que tienen más porcentaje de oro, son muy estables”. Por ello, en su proceso de conservación gran parte del trabajo ha sido más de limpieza y registro.

“El estado de conservación, en general de la colección, es muy bueno”, subraya quien recuerda que Alfonso Caso “hizo un trabajo muy minucioso de excavación y (él y su equipo) se tomaron mucho el cuidado de que los objetos no sufrieran daño ni nada”.

CRÁNEO CON MOSAICOS DE TURQUESA

Entre la colección, una de las piezas icónicas es el cráneo decorado con mosaicos de turquesa. A ella, explica la restauradora, no se ha atendido en términos del proyecto, pues aún aguarda su turno.

“Ya le hicimos un registro de radiografías, ya lo analizamos, pero por lo mismo que es una pieza muy importante dentro de la colección estamos esperando el momento oportuno en el que lo saquemos de vitrina. Por el momento, preferimos darle prioridad a metales y huesos, no al cráneo porque está estable”.


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