El vértigo horizontal, Juan Villoro amplía la red del metro literario de la CDMX
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El vértigo horizontal, Juan Villoro amplía la red del metro literario de la CDMX

El libro tiene la posibilidad de captar un poco cómo se mueve alguien por una ciudad, y la manera de recorrer el libro se parece a una ruta del metro


Además de haber mandado a reprimir estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, Gustavo Díaz Ordaz inscribió en su legado de gobierno la inauguración el 4 de septiembre de 1969 de la primera línea del metro de la Ciudad de México, una obra que costó 2 mil 530 millones de pesos y que conectó el tramo Zaragoza con Chapultepec a través de 16 estaciones.

Aunque la línea eran apenas 9.83 kilómetros, que un buen corredor podría recorrer en 25 minutos o menos, resultó una cicatriz imborrable para la capital del país.

Fue el primer rayón del prolongado garabateo que significó la red de comunicación subterránea. La obra de ingeniería civil trazó un recorrido indeleble y un orden que marca que después de Insurgentes sigue Cuauhtémoc y después Balderas. Jorge Ibargüengoitia trazó también línea de transporte literario con sus Instrucciones para vivir en la Ciudad de México.

En sus frescos citadinos, Ibargüengoitia planteó un recorrido en donde se observa a un pintor francés que considera a México un país cultísimo porque al reverso de una cajetilla de cerillos hay una reproducción en miniatura de un Tiziano, escenas en un país en donde no existe lo que pudiera llamarse oposición, hay en cambio partidarios de lo que sea.

La ruta de Ibargüengoitia pasaba por los puestos de venta de tacos sudados, que eran el “Volkswagen de los tacos” por económicos y rápidos, por la estación de la “hospitalidad mexicana”, que fue un invento del Departamento de Estado de los Estados Unidos y por la plaza de Coyoacán, donde el Gran Hermano mexicano reproducía en altavoces el informe presidencial para que nadie se lo perdiera.

La obra llegó hasta donde el presupuesto dio y el sistema de transporte literario de la Ciudad de México quedó intacto, con obras parciales, con zonas sobretransitadas y otras con baches que no existían porque no eran pronunciados. No es que la ciudad hubiera quedado sin contar, pero nadie había sumado un trayecto que pudiera comprenderlo todo… o casi todo (o que hiciera parecer que lo comprendido lo es todo) hasta que Juan Villoro presentó sus estrategias para hacer próximo el infinito.

En 1994, cuatro meses después de que se diera el levantamiento del EZLN, Villoro colocó la primera piedra de la que sería la ampliación del sistema de transporte de la Ciudad de México, una obra que tardó 20 años en concluir titulada El vértigo horizontal.
¿Por qué publicar un libro sobre la Ciudad de México en Oaxaca?, pregunta el director responsable de obra, el antropólogo Néstor García Canclini, en una presentación de la 38 edición de la FILO.

—Porque todo me recuerda Oaxaca, parece decir Villoro, que si escribiera un libro de Marte pensaría también en la editorial oaxaqueña. Villoro ha ampliado las estaciones que trazó en el plano base Ibargüengoitia, yendo desde el ominoso respeto ritual de los merengueros ante el azar hasta las ansiolíticas gorditas de nata que evitan exabruptos en las horas difíciles de tránsito y los niños que viven en las calles de una ciudad que ha construido 80 centros comerciales en 12 años.

“Una ciudad se tiene que recorrer de distintas maneras, Néstor García Canclini escribió un libro que se llama La ciudad de los viajeros, que es una investigación sobre cómo se mueve la gente en la Ciudad de México, es una cartografía esencial para todos los que hemos tratado de entender la Ciudad de México, me parece muy importante que El vértigo horizontal tuviera la posibilidad de captar un poco cómo se mueve alguien por una ciudad, y que la manera de recorrer el libro se pareciera a una ruta del metro”, explica el autor que contó con el diseño de Alejandro Magallanes para identificar cada una de las estaciones.

Las estaciones de la Línea 2 de este plan de modernización incluye a los personajes que son indispensables en la tarea de narrar la “CDMX”. Están ahí Paquita la del Barrio, El Rey de Coyoacán, el vulcanizador.

A través del vehículo que es este libro se observan también espacios que parecen haber sido derrotados por la economía y la construcción de 80 centros comerciales en 12 años. Se llama El Vértigo horizontal “porque la Ciudad de México fue una marea de casas bajas, una ciudad muy extendida con algunas solitarias excepciones como la Torre Latinoamericana, pero básicamente se construía de manera baja por el riesgo de los sismos. Ahora en parte por la especulación inmobiliaria se están construyendo edificios altísimos, la ciudad ha dejado de ser un horizonte que se extiende como un océano y se está convirtiendo en una selva de concreto”.

LA CIUDAD, SI DUELE, ES TUYA

¿Qué te hace poseer una ciudad? El dolor ante la vergüenza que provoca la verdad. Cuenta entonces Villoro una anécdota del Eduardo Galeano exiliado. Una anécdota que “expresa mucho por qué te puede importar una ciudad”.

Escogió el autor de Memoria del fuego una ciudad del Mar Este, en la costa de Cataluña, una ciudad frente a la cual uno de sus amigos una visita, un extranjero, le espetó tras un breve recorrido: ‘¿Eduardo, en qué ciudad de mierda has venido a parar’? La respuesta de Galeano son la esencia de la pertenencia: “Amigo, tienes razón, la verdad es que estoy en un sitio muy feo, tenía razón y sin embargo eso que dijo él, aunque tenía razón me dolía y cuando sentí que eso me dolía entendí que empezaba a ser de ese sitio”.

Cuando Mario Vargas Llosa empieza su novela Conversación en la Catedral, “no nos está diciendo ‘no lean este libro’ porque trata de Perú y ya Perú se jodió, al revés, dice ‘esto me importa lo suficiente para escribir 500 páginas de un lugar jodido, eso es significativo, las cosas que te duelen son las que te importan”, dice Villoro.


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