Las razones por las que el barroco es el periodo más monstruoso en la historia del arte
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Las razones por las que el barroco es el periodo más monstruoso en la historia del arte

Las características del arte barroco lo convirtieron en uno de los periodos artísticos más importantes de la historia, dejando obras que trascendieron por su belleza y complejidad.


Las razones por las que el barroco es el periodo más monstruoso en la historia del arte | El Imparcial de Oaxaca

El arte barroco espanta, y esa es su función: crear un vínculo visceral con el espectador a partir de la estética de lo grandioso y lo grotesco. Es esa corriente artística que inició en el siglo XVII como respuesta al sisma de la Iglesia Católica, en un intento de reunificar el dominio de la institución eclesiástica y recuperar sus fieles, fuente perpetua de su riqueza y poderío en el mundo.

Es por esto que impone, que parece expandirse interminablemente en detalles de oro y caras de santos que sufren, o ángeles que se alzan con la fuerza del apoyo divino. Quizá por eso no termine de definirse a sí mismo: por ese cúmulo de detalles que no se definen si se terminan, por esa necesidad de tapar los espacios que no tienen nada, por ser monstruoso. Aquí te mostramos sus características más importantes.

1. Espejo de época

El siglo XVII se caracteriza por ser uno de grandes cambios en la cosmovisión europea. Además de las revoluciones religiosas iniciadas por Lutero, varias de las potencias mundiales pasaron por grandes carencias económicas, que se reflejaron en la creciente pobreza de los sectores poblacionales menos acomodados. La suma de ambas condiciones generó una gran inestabilidad social en el continente: por un lado, la institución eclesiástica —que regulaba gran parte de las transacciones monetarias del momento y la administración de la sociedad en general— por primera vez se vio comprometida por falta de creyentes, y por otro, la gente perdió un punto común de esperanza.

Es por esto que las artes se ocuparon de manifestar ese descontento, esa vertiginosidad de vivir al día. El enfoque estético se desvió: ya no se trataba de apelar a las grandes virtudes idealizadas de la Antigüedad —pues quedó claro que no podrían alcanzarse en el plano terrenal—, sino que se empezaron a manifestar escenas de la cotidianeidad, con la misma brutalidad con la que se vivían en la calle. Prostitución, hambre, pobreza, marginación, muerte: el periodo barroco responde a las tragedias de su época con un empuje escandaloso, expresivo y expansivo, matizado con el antifaz de la propaganda religiosa. Sin embargo, mantiene ese carácter apasionado y visceral, que remite innegablemente al carácter meramente humano de la vida de todos los días.

2. Función propagandística

Las grandes incongruencias de la Iglesia cobraron su factura durante el siglo XVII. Toda la riqueza que se había generado con la venta de indulgencias y los grandes predios que le fueron donados al Papa sirvieron para embarnecer a las cabezas eclesiásticas, mientras que el bajo clero se ajustaba el cinturón un poco más. La corrupción y la falta de cuidado administrativo por el que pasó la religión católica por varios siglos finalmente desembocó en la reforma luterana, que resultó en una gran pérdida de feligreses —y de ingresos también— a la Fe, y las consecuencias fueron fatales.

Es por esto que el periodo barroco cumple una función propagandística: cuando la Iglesia se vio en la coyuntura peligrosa de quedarse sin fieles, decidió invertir gran parte de la fortuna que había generado en el arte, para comunicar grandeza, opulencia y poder. Esta fue una de las estrategias centrales del movimiento de contrarreforma: mandar un mensaje de superioridad y poderío, además de una moral aplastante que no prometía un Paraíso seguro para los pecadores. El barroco no se trata de redención, sino de miseria y muerte: de castigo.

La idea era generar miedo en la población para tener una estrategia más eficaz de control. A través del terror por lo que pudiera venir después de la muerte, podrían mantener a los creyentes que les quedaban asegurados y, en el mejor de los casos, traer unos nuevos que buscasen la salvación. Es por esto que, en gran medida, la arquitectura, escultura y pintura se ocuparon de los espacios religiosos exclusivamente: lo que interesaba era mantener la hegemonía cultural de la iglesia católica y de su mensaje visual, puesto que la mayor parte de la población era iletrada, y la imagen siempre resulta ser mucho más poderosa que las letras.

Por lo tanto, el periodo barroco entiende al cuerpo como un dispositivo político de control, puesto que a través de los sentidos es que lo reprime, lo vuelve pecaminoso. De esta manera, la Iglesia expandió su influencia más allá de un campo meramente ideológico, y logró trascender los límites del cuerpo, apropiándose también de él por medio del miedo al castigo perpetuo.

3. Terror al vacío

La pretensión de opulencia generó en las artes una necesidad expansiva. En ese contexto histórico, apreciar las manifestaciones artísticas servía para muy poco: su función real era la de emitir el mensaje que la Iglesia dictase, y no tanto ése de incentivar la capacidad de réplica del espectador. Por el contrario: se vio un terror al vacío en tanto que ningún espacio podía quedarse sin elementos que reprodujesen la grandeza de la religión católica, su poderío económico y el control que tenía sobre las almas de las personas.

Resulta casi natural, entonces, que los espacios religiosos construidos en las colonias americanas emularan esa misma grandilocuencia. Como gran parte de los indígenas dominados no hablaban español —ni mucho menos sabían leer y escribir—, se transmitían los pasajes de la Biblia a través de la imposición de espacios gigantescos, con bustos de santos que amedrentan con la mirada, vírgenes dolorosas abrumadas por el dolor y la perdición, y crucifijos escandalosos. A través de la modificación de los espacios y de las imágenes fue que se consiguió en gran medida la conquista espiritual de América, que adaptó las formas europeas a su propia cosmovisión.

Siguiendo esta lógica, no es extraño que el extremo del barroco se haya alcanzado en América Latina, con el barroco churrigueresco: el punto álgido de la exageración de las formas, del terror al vacío —aprovechando la riqueza minera que ya existía en el territorio—, y de la crueldad que expresaban las figuras religiosas —que simulaba, convenientemente, la crudeza del proceso de conquista por el que los pueblos originarios estaban pasando. El terror al vacío era también una manifestación más de la estrategia de dominio espiritual y territorial que la Iglesia pretendía, y que logró con bastante eficiencia durante la época.

4. Deformación de la figura y monstruosidad

Pareciera que las composiciones barrocas se desbordan. En el barroco no existe un cuidado por las proporciones, que más bien están pensadas para sobrepasar sus propios límites. La insistencia por la necesidad de estar en todas partes —literalmente— produjo en la búsqueda estética barroca una deformación de las formas clásicas: ya no se pretendía el equilibrio y la limpieza de la Antigüedad, sino que se apuntó por el extremo contrario.

En lugar de concentrar la composición de las pinturas y esculturas en el centro, la estética barroca prefiere expandirse, como si los elementos explotaran, y fueran a dar a todos lados. El respeto por el carácter sobrio y la perfección del cuerpo se desprecia en el barroco: apasionado y visceral, busca los detalles grotescos del entorno, que acercan al ser humano a la animalidad, a la falta de un análisis racional de lo que existe en el mundo.

Es por esto que una de las técnicas gestadas durante el periodo barroco fue el escorzo. Se trata de la manera en la que, en la pintura, se logra que las figuras parezcan salir del cuadro: un brazo extendido, una espada que se saca en batalla, piernas que se tensan apunto de lanzarse a enfrentar alguna bestia. La tridimensionalidad toma un papel protagónico en la estética barroca, puesto que está pensada para mostrar los detalles menos cómodos del ser humano. El barroco es monstruoso porque no le interesa lo bello ni lo ponderado, sino que se regodea en la polifonía y se aleja de un equilibrio contenido.

5. Dinamismo y teatralidad

Es incuestionable la necesidad barroca de imitar la realidad tal cual es. No tanto en el cálculo de las proporciones exactas, sino en la brutalidad que acontece todos los días, y que está ahí sin que nos demos cuenta, porque es parte de la rutina. Es por esto que las construcciones barrocas se tuercen en volutas de oro y se desdoblan en sombras atenazadoras. Quieren emular la promesa celestial que aguarda a los que siguen una vida en el camino de Dios, mientras que, a la par, muestran el castigo inevitable que espera a todos aquellos que se están perdidos en el pecado.

Por esta misma necesidad de movimiento es que hay una dualidad entre la pesadez y la ligereza de las composiciones barrocas, en cualquiera que sea la disciplina que se desarrolle. Por un lado, está la necesidad de elevar a las figuras religiosas entre nubes de oro y rayos de sol perennes; por otro, se encuentra también la sombra persistente y aplastante del pecado, y las consecuencias fatales que tiene en el ser humano que, a pesar de ser una creatura divina, no pierde su condición falible e imperfecta.

El barroco muestra al ser humano desde su capacidad sensorial: apela a los sentidos desde los espacios —tan expansivos, tan recargados, tan faltos de lugares para tomar un respiro—, pero también desde la adrenalina que genera la piel, y el terror por lo que se oculta en las sombras. Por esto mismo, la teatralidad es uno de los ejes fundamentales el barroco en términos estéticos y estratégicos: hay una necesidad de involucrar activamente al espectador, ya sea para seducirlo o para amedrentarlo con aquello que ve. No se trata únicamente de mostrarle eso que se quiere transmitir, sino de traspasar la frontera de lo visual para que realmente se sienta y se experimente lo que se tiene enfrente.